jueves, 31 de diciembre de 2009

Terminemos empezando

31 de Diciembre. Faltan apenas 11 horas para acabar el año. Y toca, como siempre hacer balance de lo que estos 365 han dejado. Como siempre, momentos buenos, de esos que siempre recordarás, de esos que sonríes cada vez que vuelven a ti y también de esos que es mejor borrar, aunque no se pueda. Supongo que un año no estaría completo si no tuviera recuerdos desagradables, ocasiones de esas que quieres apartar.
Hay instantes de esos en los que conoces lugares nuevos, con gente nueva, con sonrisas nuevas. Otros en los que desgraciadamente, algunos se van, dejando al resto en tierra, con la miel en la boca y las lágrimas en los ojos.
¿Y por qué no? Están las circunstancias en las que sales, te diviertes, te ríes. Eres feliz. Y esas, en los que toca estudiar, controlarse, estresarse, estresarse y estresarse. Sin remedio para evitarlo. También aparecen esos tiempos en los que toca hacerse mayor, madurar, crecer, sin olvidar que todavía somos niños. Y gritar, hacer el tonto. Volar.
Y no podían faltar esos segundos románticos, de encuentros, de despedidas, de días para archivar.
Están esas situaciones de decepciones, de visitas, de besos, abrazos, suspiros, bostezos, lloros, alegrías, paseos... Hay muchos momentos vividos. Quedan aún muchos por vivir. No tiremos la toalla. Todo a su tiempo. Con calma, precisión y optimismo.

Luego, tras ese breve repaso general, aparecen los propósitos de año nuevo. Mítico en estas fechas.
Muchos se prometerán, en vano o no, hacer más ejercicio, o una dieta, o empezar a ahorrar para evitar que la cuesta de enero afecte al máximo. Pero todos, tienen algo para cambiar en este año entrante. Yo, también. No me gusta ser menos. Un resumen bastante general sería empezar. Empezar de nuevo. No desde cero, pero sí desde un principio bastante cercano y no mirar hacia atrás si la ocasión no lo merece y la idea no es otra que torturarme. ¿Año nuevo, vida nueva?. Puede ser.
Quiero negarme a utilizar algún que otro método con principios básicos del masoquismo para bloquearme, ocecarme o impedir que continúe el camino marcado, o el que está por marcar. Pero siempre por delante. Lo pasado, pasado está. Y ahí queda. En el baúl de los recuerdos. Con la llave en la mesilla por si quiero abrirlo para consultar buenos momentos, pero nada más. Ahí acabará la tarea.
Y pase lo que pase, aprovechar. Aunque las consecuencias deparen situaciones no apropiadas, pero el momento es el momento. Al carajo todo lo demás. Que no importe nada. Supongo, que esa será la clave de todo, o de nada. No lo sé. El tiempo lo dirá. Hasta entonces, las uvas tienen la última palabra.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Yo mataré monstruos por tí.

Salí al balcón. Para quedar a penas un día para finalizar el año, no hacía demasiado frío. Una suave brisa de viento chocó contra mi cara. Cerré los ojos para poder sentir un poco más ese ligero suspiro del cielo, que emanaba libertad y frescura a partes iguales. Siempre he querido ser por un día una brisa de aire puro. Salir de algún lugar sin explorar, sin conocer. Viajar, ir hacia donde las fuerzas te lleven. Disfrutar del bello paisaje que te encuentras por el camino y difuminarse allí donde tenga que ser, sin importar nada más...
Volví a la realidad cuando un pájaro pasó por delante de mí, aleteando hasta alejarse. Esa pequeña perturbación hizo que bajase la mirada hacia la calzada, donde un señor paseaba a su perro con una vieja correa, una pareja caminaba de la mano por el asfalto y una furgoneta, color blanco, atravesaba la carretera con las luces encendidas, dejando a su paso una pequeña sombra.
Viendo a toda esa gente, ajena a mi existencia, supe que todos tenemos nuestra historia, que continúa día a día, y que se mantiene aunque los demás ya no nos vean, aunque nadie esté pendientes de nosotros. Y por mucho que apretemos con fuerza los ojos y nos negemos a abrirlos, mi vida, tu vida, su vida, continua a pasos agigantados y sin vuelta atrás. Sin poder remediarlo ni tan siquiera un segundo.
No pude evitar alejar mis pensamentos del mundo real, como tantas veces hago al cabo del día. Recordaba a tanta gente que ahora mismo, mientras mis ideas van y vienen, están disfrutando o no, de sus vidas. Todos y cada uno estarán a sus cosas, algunos más que otros, pero todos de forma diferente.
Asi pues, el recuerdo de alguien volvió a mi. De ese alguien especial. Pensaba qué estaría haciendo él ahora. Seguramente no tendría nada que ver con lo que estaba haciendo yo, pero viceversa, que era pensar en él. Sin embargo, una sonrisa se escaba de mi interior y se plasmaba en mi cara. Evitaba por activa y por pasiva dedicarle un minuto de mi tiempo, ni tan siquiera un segundo, me decía a mí misma. Tarea imposible. Nunca nada había sido a priori tan fácil y luego tornarse en algo tan difícil... Todo aquello me superaba y no sabía cómo remediarlo. Por mucho que intentara no mirar hacia atrás, de no pensar en nada que me recordase a él, había una fuerza invisible, con principios de masoquismo, que hacía que mi cabeza se girase una y otra vez, volviendo la vista atrás, recordar. Y torturarme.

Empezaba a anochecer. El frío había empezado a levantarse, ya no quedaba oculto en un tranquilo día de diciembre. Me di cuenta que las luces de la calle ya estaban encendidas, que el cielo había pasado de un color azul turquesa a uno en un tono más oscuro. Y que yo, debía volver, de nuevo, al mundo real.

Llegaremos a tiempo

Hace algunos días, hice un acuerdo conmigo misma. Me prometí que las sendas trazadas por un fino lápiz, volverían a cruzarse de nuevo, dejando de lado a esas tijeras invisibles que se habían encargado de separar los caminos y que ambos retomásemos nuestro trayecto conjunto. Quizá fui algo soñadora, me dejé llevar por el momento. Ahora, tras haber eliminado esa ligera venda que ocupaba mis ojos, por mucho que mire a mi alrededor, no veo sendas, ni trayectos, ni caminos conjuntos, ni nada por el estilo.
Todo se ha difuminado, como un precioso sueño que llega a su fin, sabiendo pues, que toca despertarse y empezar un nuevo día. Sin embargo, lo que de verdad gustaría a cualquiera, sería cerrar los ojos, girarse y volver a tomar esa maravillosa ensoñación. Para mí, el despertador ya ha sonado y he visto como el sueño se escapa de mis propias manos, viajando lejos, con intención de no regresar. Y yo, no puedo hacer otra cosa que ver cómo se aleja, dejándome con promesas no cumplidas, una bolsa llena de recuerdos y las ganas aún sin estrenar.

El dios de las pequeñas cosas

Ella, aburrida, recorría la habitación en busca de algo entretenido. El día de los inocentes estaba llegando a su fin y ningún sobresalto había alterado el transcurso normal de la jornada en aquel pequeño pueblo vallisoletano. Podría ser un punto se suerte, pero ella esperaba, a menos por parte de su hermano menor, una pequeña inocentada que indicara que él era el señor de las bromas y romper así el hastío de aquel día incesantemente lluvioso.
Con los radiadores calientes, intentando adecentar el hogar, aislando el frío del exterior; la persiana bajada hasta más de la mitad, dejando ver la oscuridad a través de la ventana, y una luz tenue de la lámpara colgada del techo, la habitación daba la impresión de ser un cuarto acogedor. Se podía oler a metros que se trataba de una habitación cargada de recuerdos y buenos momentos.
Ella, cargada de entusiasmo, abrió un armario en el que, hace años, se había guardado su ropa de diario.
Pudo ver una muñeca de su niñez, vesida con un bonito traje rosa, tumbada en la parte inferior del armario, donde reposaba con los ojos cerrados.
A su lado, un montón de topa, talladapara niños de unos cinco años, se encontraba perfectamente doblada.
Una fuerte nostalgia invadió el cuerpo de ella, que sintió como si hubiesen pasado década desde la última vez que había estado alló.
En la estantería superior del armario, había una bolsa de plástico de un color ocre repleta de libros. La bajó y comenzó a sacarlos poco a poco. Títulos de cuentos, de libros de dibujos para colorear, que ilustraban sus primeros momentos de lectura. Hojas repletas de breves historias que hicieron que ella abandonara el mundo real y la nostalgia y el recuerdo pasado se apoderasen de nuevo de sus pensamientos. Voló hacia una época no demasiado lejana, donde tomaba esas historias por primera vez y disfrutaba de ellas como una niña. Con esos libros, nació un amor por la lectura que se mantenía hasta la actualidad.
Ella volvió a la Tierra cuando un nuevo libro rozó sus manos. Su portada no sugería una historia infantil ni un cuento parecido. Era como si se hubiese extraviado de su lugar, cual fuera, para aparecer allí. Ella lo tomó. Leyó el título: “El dios de las pequeñas cosas”. Era convincente. Leyó también el resumen por la parte de atrás. Interesante. Parecía muy interesante. De repente, sintió unas ganas terribles de tumbarse encima de la cama y leer y leer esa historia durante muchas horas. Sin embargo, Javier Reverte todavía seguía allí y debía acabar “El médico de Ifni” antes de empezar con una nueva historia.
Una luz de ilusión inundaba los ojos de la muchacha, donde por azar o determinismo, ese libro, de tapa roja, había aparecido allí, en ese armario, haciendo que ella abandonase su aburrimiento en ese 28 de diciembre, y las ganas por leer aumentaran fuertemente. Su única esperanza en aquel momento, fue que la historia no le defraudara y mereciese, a su juicio, la pena.

Un día en el mundo


El suave viento frío despeinó su melena al salir del vehículo. Miró hacia ambos lados, simplemente para cercionarse de que todo iba bien, de que todo seguía como siempre. Que nada había cambiado.
Los viejos árboles estaban desnudos, ni una sola muestra de vida se iluminaba en ellos.Eran como simples troncos de madera encallados en la tierra. Las luces navideñas decoraban tristemente la plaza. No eran abundantes, puede que el presupuesto no diese para más. Pero así estaba bien.
Un perro revoloteaba con una hoja seca, que habría sido arrastrada por el fuerte viento de los días anteriores.

Un coche se acercaba no muy deprisa. El hombre que conducía, rondaba los sesenta. Sonreía. Difundía energía, vitalidad. Pasó cerca de donde ella se encontraba, saludando ligeramente con una mano libre que había retirado del volante mientras se alejaba poco a poco, desapareciendo por la esquina de la calle. El perro ladraba, dejando sola a la hoja seca, al ver al hombre. Posiblemente lo conocía, pero repudiaba el ruido del vehículo.
Ella sonrió levemente. Miró de nuevo a su alrededor. No había nadie más. Y así es como a ella le gustaba.
Se alejó del vehículo poco a poco, abriendo la puerta de la que siempre fue su casa. La casa de al lado de la tienda donde se compran las fresas de golosina más especiales del mundo. Enfrente, la única plaza del 'pueblo nuevo', del lugar de encuentro de las señoras al ponerse el Sol para contarse las novedades del día. La casa a la que le atribuye buenos momentos de su niñez. Casa que guarda rincones y recovecos de sorpresas y recuerdos.
-Me gustaría quedarme unos días contigo, Suelma.
-Todo termina, todo tiene su tiempo y su momento.
-Imaginaba que dirías algo así.
-¿Se te ocurre otra fórmula mejor para vivir?

Supongo que de nada sirve maldecirse por oportunidades escapadas, por momentos no aprovechados, por tiempos pasados, cuando la otra persona ya ha pasado página. ¿Para qué, pues, hacer planes para un futuro próximo? Si el teléfono aún no ha sonado...
No vale para algo utilizar las ilusiones en vano. Ni expandir las esperanzas para volverlas a reprimir poco después, viendo la realidad de los hechos.
Puede que la mejor receta para disfrutar sea esa. Vivir el momento dado sin pensar en ese pasado que nos encadena o en el incógnito porvenir, sabiendo que el presente el limitado, pero que no importa lo que dure si se sabe aprovechar. Disfrutar simplemente sin ataduras, sin remordimientos, sin lados buenos y malos, sin pena, ni nostalgia, ni melancolía. Simplemente disfrutar. Disfrutar el tiempo fugaz, inmejorable, mágico, que hace que el cielo esté más cerca que nunca, sabiendo que pronto llegará el momento de bajarse de la nube y que todo vuelve a esa rutina monótona, simple y aburrida, en la que no hay lugar para pensamientos pasados ni reproches. Ni tan siquiera deseos irrealizados. Solo un recuerdo feliz y nada más. Saber que la vida continua, pese a todo. Y aceptarlo.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Sueño

13h31. Domingo. Tras varias horas de descanso merecido, de reposo y de desaparición del sueño, llega el momento de hacer balance de la experiencia. De sentarse, darse cuenta de lo lo vivido, lo visto, lo sentido y sacar conclusiones.
En este momento, todo parece un sueño. Un sueño del cual, todavía no soy consciente de todo lo sucedido. Me encuentro en un punto en el que considero que he permanecido siete días durmiendo, que todo ha sido fruto de mi imaginación y nada ha pasado en realidad. Como si nunca hubiéramos viajado a más de tres mil kilómetros de casa, como si fuesen necesarias las fotografías y recuerdos materiales para darse cuenta, ver que sí, que hemos estado.
Está bien decir que todo esto ha salido sencillamente genial por la ayuda de nuestros dos guias que nos daban apoyo cuando lo necesitábamos o nos hacían reir si la situación lo merecía. Pero que al mismo tiempo, nosotros hemos conseguido también, hacer que ellos estuviesen bien.
Hemos sido conscientes de la hospitalidad y generosidad de un pueblo que vive cada día apretándose un poco más el cinturón, haciendo esfuerzos increíbles para poder comer con lo poco que tienen y aún así, en nuestra presencia, siempre estaban con la cartera abierta, dispuestos a gastar lo que hiciera falta, aunque fuera su último lei para que nosotros nos sintiéramos agusto, y que nuestra estancia en esas tierras saliera con una grata sensación. Y esto es algo que tenemos que agradecerles, pues para ellos es muy difícil, pero al mismo tiempo lo hacían por gusto y no por el “quedar bien”.
Gracias a este viaje, hemos conseguido también borrar toda clase de estereotipos, prejuicios y ese tipo de cosas que existen en todas partes y que ahora, podemos ver que son erróneos y bastante hirientes para su comunidad. No es de buen gusto escuchar que en otro país, cuando escuchan hablar del tuyo piensan en robo, ladrones o “mala gente”. Claro que los habrá, por supuesto. Pero como en todas partes, por lo que no hay que generalizar. A partir de ahora, podemos salir al rescate de ellos cuando oigamos palabras inciertas, pues hemos estado allí, sabemos lo que hay y se aleja bastante de lo que realmente se piensa.
Así pues, las ganas por salir de nuevo con la maleta en la mano, haya frío, calor, nieve o bordillos son aún mayores y nuestras ilusiones por conocer gente, cultura o costumbres han aumentado exponencialmente.
Llegado a este punto de reflexiones interiores y personales se puede ver de frente a la cantidad de gente que hemos conocido en un breve período de tiempo, cada una con sus historias, su vida, sus días buenos y malos, sus costumbres y su cultura, alejada completamente de la nuestra, pero en la que, al mismo tiempo, hemos sido capaces de amoldarnos como buenamente hemos podido.
Entre toda la nueva gente conocida, se puede destacar a gente con la que hemos tenido más contacto o menos. Hay con quienes hemos pasado momentos inolvidables, con otros nos hemos reido, o llorado. Pero con todos hemos disfrutado.
Ahora esa gente permanece en nuestros pensamientos y seguirán allí siempre, haciéndonos recordar esta fantástica experiencia, con sus más y sus menos, pero grata, por supuesto.
Aunque, bueno. Igual ya hay quien se ha olvidado de todo...

De vuelta

2h23. Domingo. Hace apenas una hora y media, el autobús nos dejaba en la estación. Llegaba el momento de coger maletas y encontrarse con los familiares. Algunos lloros por parte de algunos, risas y alegrías por volver a casa por parte de otros y algunos, todavía seguían teniendo su cabeza en Rumanía.
“Volvamos ahora que todavía estamos a tiempo. Todavía no nos han visto”, dije. Pero no estaba en lo cierto. Llegaba el momento tan ansiado por los padres, quienes llevaban esperando ansiosos toda la semana para conocer todas las anécdotas y recuerdos. En mi caso, las ganas por desaparecer de las tierras cántabras debían quedar paralizadas, pese a que cada vez eran mayores.
Tras un breve trayecto de coche basado en pequeños matices de lo que fue el viaje, llegaba el momento de sentarse en el salón a contar cada detalle con tanta euforia como si todavía siguiésemos allí.
Las apasionantes visitas a las ciudades, los acogedores rumanos, el tren y su anécdota, la belleza de Brasov y El Organizador.
Éste fue descrito entre elogios y buenas palabras a toda la familia. Su buena persona, su carácter y su capacidad de guiar a todos nosotros hizo que los minutos corriesen y el tema siguiese constante. Cuando parecía que ya empezaba a aburrir, me limité a completar mi argumentación con aquella expresión que sería la quinta vez que repetía: “Brasov en espectacular, sobre todo la gente. Realmente no quería volver, estuve a punto de quedarme”.
Tras varias historias, el sueño empieza a aflorar después de siete días durmiendo apenas tres-cuatro horas, las ganas de caer en la cama son infinitas. Así pues, tras escuchar la terrible semana de frío invernal por la que han pasado los cántabros con sus refrigerados 2º C, mi nariz todavía recordaba el paseo a las cuatro de la mañana a una temperatura de -14º C y llegaba la hora de dormir sin hora para levantarse. Toca día de descanso, de relexión, de recapacitación y de revivir todos esos recuerdos que siguen a flor de piel con nosotros.

¿Fin?

Ascendemos. Las nubes quedan bajo mis pies y con ellas, los recuerdos. Aquellos bellos momentos, circunstancias y situaciones acaparan todos mis pensamientos. El solo hecho de saber que será la última vez que veo y siento estas tierras tan cargadas de felicidad me sobrecoge. Mis ideas vuelan entre todos y cada uno de los detalles vividos. He embarcado con la sensación de haber aprovechado cada segundo al máximo, así como las oportunidades dadas. En este viaje, he sido feliz, pese a haber derramado alguna otra lágrima. No me importa haber caminado cabizbaja pos las calles de Bucarest, pues los momentos de risas, chispas en los ojos y mariposas en el estómago han ocupado el 99% del tiempo. El 1% restante es el parecido de la Calle de la República con Oxford Street.

Algunos piensan que probablemente no volveremos. Pero eso no se puede saber, por lo que solo me queda la esperanza. La esperanza de que un día, en ese llamado futuro próximo, coja las maletas, monte en un avión, aterrice de nuevo en Otopeni, un autobús me devuelva a Brasov y que él me esté esperando con los brazos abiertos y esa sonrisa suya inborrable incluso en malos tiempos.
No importaría si fuese invierno y tuviera que pasar los días y noches a -15º C, o si fuera verano y los helados no sofocasen esos 30º C a la sombra. No importa nada de eso si las ganas y el recibimiento son de primera calidad, aunque viajara en un vuelo de bajo coste.
Haría y daría lo imposible por no encontrarme ahora mismo donde estoy. Me gustaría cerrar los ojos y teletransportame y verme de repente caminando por la calle de la Cuerda o bailando en la discoteca de “El Niño”. Me enccantaría que esta aventura que comenzó hace siete días no cese, dejando atás la nostalgia. Sin embargo, en apenas 3 horas, estaré de nuevo en tierras españolas.
Estos días he dormido una media de dos-tres horas en toda la noche. Mis compañeros apuran cada minuto de espera y viajes de un lugar a otro para poder pegar una pequeña cabezada que les haga reponer energía. Yo no puedo. Mis ojeras están bien pronunciadas. El tono de mi piel alcanza un blanco-amarillo tan pálido que asusta. Los desajustes rutinarios están acentuados en mí y las durezas de pies y manos empiezan a ser una realidad. Se podría deicir que sí, que mi imagen es deprobable. Sin embargo, estoy más despierta que nunca. Morfeo no ha llegado a mí y solo puedo escribir, mientras puedo ver tras la ventanilla a mi izquierda, el bello paisaje que por desgracia, estoy dejando atrás.
Ayer me preguntaba que por qué no quería volver a casa. Todos piensan que no echo de menos a mi familia. Eso no es cierto. Pero a ellos los veo 365 días al año y a la inmensa cantidad de gente increible que he conocido en tan poco tiempo y en concreto a él, no los veré, dejémoslo en un período de tiempo. Eso hace que un sentimiento me reconcoma y pensar por qué las buenas situaciones duran tan poco. Por qué la felicidad es tan efímera y se alejan cuanto más cerca está, cuando quieres el tiempo se congela, que ese momento dure para siempre, que el fin no aparezca por sorpresa en la puerta.

Esta mañana me dijeron que el cielo es internacional. Así pues, si te extraño, me conformaré con mirar al cielo y recordarme paseando junto a tí en el castillo de Bran.

Bucarest

A estas horas, la 1h55 del mismo día que salimos de Brasov, ya en el acogedor albergue juvenil, un boli y papel prestados, mi música, móvil en mano por si pudiera sonar hacían que mis ideas viajaran alejadas completamente del mundo real y de sus preocupaciones actuales. Las mías se resumían brevemente en tí.
Demasiadas emociones, imposibles de plasmar en este papel con número de letras finitas, pero que permanecerán siempre entre mis más preciados recuerdos. Tardaré en sacarte de mi interior, lo sé. Tampoco intentaré hacerlo. No quiero alejarte de mí. No quiero que desaparezca todo aquello que vivimos y sentimos. Esos momentos convertidos en un verdadero sueño, de esos de los que no quieres despertarte y cuando suena el derpertador, maldices a los cuatro vientos el despertar.
Esto es igual, mi sueño ha llegado a su fin. El despertados ha sonado y debo seguir adelante. Pero las ganas por acostarme para volver a tener el mismo sueño siguien estando en mí más presentes que nunca.
Tras una noche bastante agitaba, la cabeza todavía en Brasov y unas horas reducidas de descanso, despertamos – tarde, debido a un problema técnico -. sin embargo, tuvimos que esperar debido al fuerte temporal que se podía ver desde la ventana. Matamos el tiempo, pues entre diálogos y sorpresas con los profesores.
Al salir, el frío se hacía cierto y las narices se congelaron para el resto del día. Paseamos durante todo el día como pudimos, zancadeando entre la gruesa capa de nieve, esquivando como podíamos la ventista que chocaba contra nuestra cara al mismo tiempo que visitábamos los lugares más emblemáticos de la capital, como el Parlamento. Edificio realmente inmenso. La hora de la comida no pudo ser mejor. Un lujoso restaurante, con música en directo y un delicioso menú por apenas 22 lei nos hizo alcanzar el cielo. Regresamos a tierra firme cuando reanudamos nuestro paseo, para que un señor nos contara como funcionaba el centro en el que 34 niños estaban acogidos. El tarde culminó con la visita a éstos en su rincón de juego. Rápidamente nos integramos con ellos, jugando a múltiples actividades todos juntos, en los que olvidamos el frío del exterior. Esos niños cargados de cariño dispuesto a ser ofrecido, nos despidieron mientras nosotros regresamos al albergue. Una vez allí, la noche transcurrió entre comida hecha a manos y fiesta para algunos – relajación para otros. Mientras tú, seguías haciendo mella en mí, acordándote de mí y mostrando interés por nuestro reencuentro.
2h23 del sábado. Tras un día cargado de actividades por Bucarest, yo sigo como un día más aquí. Escribiendo. En apenas cinco horas, cojeremos un autobús, que será nuestro pasaporte para llegar de nuevo a nuestra España.
¿Tengo ganas? Por supuesto que no. si pudiera y tuviera dinero, cogería de inmediato un autobús que me devolviera a esa ciudad sin atenerme a las consecuencias. Vivir el presente, el momento.
Sin embargo, la realidad es bien distinta. Mis compañeros hacen las maletas, duermen, pasan el rato como puden, haciendo de rebeldes, intentando no dormir. Mientras yo, me desahogo con papel y lápiz. No sé qué poder, qué escribir, qué decir. Ni siquiera sé qué contestar a tu último mensaje.
Me cuesta hablar, expresarme y opinar sobre todo esto. Demasiadas emociones. Por eso escribo. Escribo sobre tí. Sobre mí. Sobre todo y nada. Y llego a la conclusión de que no, no te esfumarás de mis pensamientos en dos semanas, ni dejarás de llavarme en tres días. Y si eso ocurre, si el fin llega, yo sabré la verdad y mantendré una esperanza en el interior de mi, que me hará brillar cada mañana.

Brasov

En el camino hacia nuestro vagón – dejando atrás Ploiesti - repartido en compartimentos, nos encontramos con Rasputín en uno de sus momentos de histeria, haciendo que perdiéramos la paciencia. Así como a una abuela graciosa y con mucho desparpajo.
El viaje duró varias horas debido a la situación meteorólogica.
Así pues, tomamos rumbo a aquella nueva ciudad, rodeada por montañas de extensos bosques, una hermosa Tampa. Aquella ciudad con un bello velo blanco y unas luces navideñas, haciendo brotar aún más la época del año en la que nos encontramos.
Llegamos pues, a Brasov.
Brasov. Aquella ciudad, que destacaba por su Iglesia Negra, por la calle de la Cuerda o por un carter indicativo como en Hollywood y sobre todo, por su gente.
Nuestros nuevos anfitriones eran distintos a los anteriores. Era inevitable. Sin embargo, sabían lo que nos gustaba, lo que queríamos y cúando disfrutábamos de algo.
La primera mañana, tras haber pasado por el mal trago del tren – quiero decir, momento chistoso – y las presentaciones, acudimos al instituto. Todo transcurrió entre teatros, comidas y bailes típicos, bigotes postizos y hermanos.

La tarde y la noche, fueron aún – si cabe – mejor: patinaje sobre hielo al aire libre, con estupendas vistas al espeso bosque cubierto de nieve, comidas, cenas, algo de música típica, paseos, fotos y también un poco de fiesta y baile, acompañados de dos-tres horas de descanso. Entre todo esto, nació algo. Imposible de descrifrar ni describir. Algo que no tiene nombre, pero que tampoco es simplemente nada.
Me devolviste a la vida después del stand-by. Hiciste qye volviera a correr hacia el teléfono cuando suena esperando tu llamada. Que volviera a sonreir y a poner esa carilla de pánfila al escuchar tu voz. Conseguiste hacerme brillar con tu voz, con tu guiño de ojos que hacía que me olvidase de dónde estaba. Contigo, mi corazón volvía a desbocarse cada vez que me besabas, cada vez que gritabas mi nombre.
Gracias a tí, pude ver las cosas de otra forma, esa manera de ver las cosas positivas como tú me enseñaste.
Pero como todo, las cosas – y sobre todo las buenas – tienen fecha de caducidad y a todo le llega un fin. Un fin no deseado, irremediablemente doloroso, pero que, sin embargo, una fina línea de continuará quedaba visible. Esa línea delgada pero visible consigue mantenerme a flote y pensar en un futuro próximo donde los caminos nos volverán a juntar.
Así pues, tras una furtiva visita al castillo de Bran, un tren destino Bucarest nos esperaba. El momento de decir adios, es mejor no recordarlo. Siempre he odiado las despedidas, son demasiado sensible para ellas y si además no te quieres ir, la lágrimas están aseguradas.
Rápidamente, maletas en mano, subimos al vagón, diciendo un “hasta el verano” a través del cristal.

Ploiesti


Parece que fue hace mucho cuando el avión aterrizó en estas lejanas tierras - Quizá por la cantidad de emociones que hemos tenido en un tiempo tan reducido -. En aquel lugar tan esperado por todos desde hacía demasiado tiempo. Desde el primer paso en territorio rumano, el frío se incrustaría en nosotros al menos durante la siguiente semana, que transcurriría entre risas, carcajadas para muchos y esperanzas e inquietudes por parte de otros. Además, cada uno de nosotros tenía algo en común: las ganas de conocer. Los primeros días, para mí fueron algo confusos, aunque la sonrisa de la cara y la felicidad nunca desaparecieran. Quizás, el estar tan pronto viajando en avión por primera vez, como durmiendo en la casa de unos extraños influyera demasiado en mi comportamiento.Sé que mis anfitriones han sido muy buenos conmigo, me trataron como a una más de la familia, pese a que la comunicación tenía fuertes interferencias por la diferencia del idioma. Esos dos días en nuestro primer destino, Ploiesti, transcurrieron entre alegría por ver tanta canridad de nieve que no se deshace, quedadas para cenar en plan familia y paseos por la ciudad, entre otras cosas.
La hora de la comida era algo temido. Nos enfrentábamos a platos nunca antes vistos, por lo que nuestras papilas no estaban acostumbrados a esos extraños sabores y olores. Sin embargo, muchos de ellos estaban ricos y otros muchos no. El día que tuvimos que partir hacia un nuevo destino, otra ciudad, otra casa diferente, dejando atrás a la que ya me había habituado, no sentí excesiva tristeza por decir adiós. Quizás, el “transiberiano” con puertas abiertas cubiertas de nieve que nos empujaban a salir y que estuvo a punto de dejar a las tres cuartas partes de la tropa en tierra tuviera algo que ver. No hubo despedidas en condiciones. Nos ahorramos lágrimas. Nos dijimos simplemente un hasta luego, no un adios.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Horas

Después de horas de estudio, horas de exámenes. ¡Malditos exámenes!. De horas de estrés, de agobio, de desesperaciones. De millones y millones de preguntas, dudas, risas, temblores. Después de alguna que otra verificación con el compañero de al lado, de cambios de última hora. Después de tantos sacrificios y dolores de cabeza...

Después de tanto tiempo esperando. Solo quedan horas.
Horas para volar y viajar a la lejana pero ya muy cercana Rumanía:)

jueves, 26 de noviembre de 2009

Caminante no hay camino...

En muchas letras de canciones, argumentos de películas, panfletos y demás, podemos ver o escuchar eso de que la vida pasa y con ella, nosotros.
El otro día caminaba frenética por la calle principal del pueblo donde habito, viendo como atardecía y sabiendo muy a mi pesar, que los apuntes de historia me esperaban.
'El tiempo se me echa encima', pensaba. Aceleraba un poco más cada paso, cuando una madre iba de la mano con su pequeña niña que no superaba los seis años. Se cruzaron ante mi. Pude oir a duras penas como la señora madre le decía a su criatura: '¿Vamos a comprar unos gusanitos?'. En ese momento, mi ritmo bajó considerablemente. ¿Dónde quedaron aquellos días de siestas, tele y parque?. ¿Aquellas tardes en que lo más importante era saber lo grande que era el bocadillo de nocilla de la 'mirienda'?. Probablemente se perdieron. Para siempre.
Fue entonces cuando aparecié donde me encontraba. Cuál era mi situación. La expresión que utilizan las madres cuando se enfadan o nosotros mismo cuando estamos ante un momento de ira y rencor, llegó a mí: Ya no era una niña.
Debía olvidarme de los/las chuches despué del colegio, de correr, de andar en bici... lo que me tocaba era sentarme frente a mi escritorio y mis apuntes, con Robespierre, Adam Smith o David Ricardo como únicos acompañantes.

Sin embargo, esa misma tarde, en la que madre e hija disfrutaban de una tarde verano-otoñal, pude ver también, en ese trayecto, destino mi casa, a una chica de más o menos mi edad, con un bebé en el carrito. Un bebé de verdad. A ella la conocía. Ella a mi también. De lejos pude apreciarla, no la reconocí.
Parecía una adulta cuidando se su hijo. Al toparme con ella frente a frente, mi paso se volvió más parsimónico de nuevo. ¿Tanto hemos crecido? ¿Tanto hemos cambiado, que ya podemos incluso tener descendencia?
Seguí caminando, ¿qué más me iba a ocurrir esa tarde?. Mis pensamientos vacilaban entre atribuir esto como pura casualidad o plasmarlo todo en una metáfora. Puede que lo segundo fuera más divertido y entretenido hasta llegar a casa.

Durante ese trayecto, pude observar el camino de la vida, el que sigue la niña de seis años y sus gusanitos, mi conocida y su bebé y el anciano que esperaba para cruzar en el paso de cebra. Incluso tú y yo. Todos recorremos ese sendero que nos depara todo o nada, según nuestro beneplácito, que nos guía a evolucionar, cambiar, seguir adelante. Y no parar. Y si hay que hacerlo, que sea solo para, momentáneamente, atarse los cordones de las zapatillas.
El camino de tu vida puede ser largo o corto, pero eso no depende en ser más o menos intenso. Por ello, supongo que no hay que caminar aprisa, pensando en el examen de historia. Agobiándose por el tiempo, si es pronto o tarde. Si anochece o no. puede que lo importante sea disfrutar del lugar, del trayecto en el que te encuentras, observar los escaparates, comos si fuera la última vez que volvieran a estar allí, saludar a todos y cada uno de los transeuntes que caminan despreocupados, emitiendo una sonrisa que alegra el camino. Y que cuando se llegue al destino elegido [mi casa], no haya lugar para arrepentimientos por haber dejado de entrar en alguna tienda para comprar alguna tontería. Que todas las cuentas queden saldadas. Nuestro camino debe continuar. Es ley de vida.




... Se hace camino al andar.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Brainstorm

Paradigma. Agonía. Milagro. Presión. Distancia. Sodomización. Disciplina. Preocupación. Danza. Lejanía. Atención. Tiempo. Alegría. Pasado. Muerte. Presente. Despreocupación. Locura. Emboscada. Madrid. Camino. Lucha. Trance. Electricidad. Rabia. Eternidad. Saliva. Melancolía. Mito. Misterio. Pájaro. Suavidad. Adiós. Azar. Lágrima. Miedo. Desgarro. Furia. Timidez. Hiperactividad. Desdicha. Compasión. Renacimiento. Fatalidad. Resurgimiento. Temor...

De repente, no supe continuar. Durante varios minutos, apunté en un cuaderno todos aquellas palabras que bombardeaban mi interior. El reproductor de música pasaba aleatoriamente cada canción. Yo apuntaba mis impresiones. Mis primeros sentimientos. Los escuchaba como si fuera la primera vez que llevaban a mis oídos, olvidando que, realmente, conocía cada estrofa.
Joaquín Sabina, Edith Piaf, Tchailovsky, Antonio Vega o Joan Manuel entre otros.
Cada una me sugería una valoración que apuntaba decidida.
Sin embargo, la siguiente obra de arte me bloqueó. No supe continuar. La magestuosidad de aquella melodiosa composición, basada en una misma repetición de la estructura durante cinco apasionantes minutos, me quedó completamente perpleja. Olvidé al primer acorde y cuál era mi cometido para poder disfrutar de aquella delicia.
He escuchado esa composición miles de veces. He proporcionado mi propia versión vulgar del tema, sin llegar con ella, ni a la suela de los zapatos a J., con todos los instrumentos musicales de los que tengo conocimiento. He llegado a odiar la misma por un exceso de ensayo. Admeás, contiene un gran significado emocional que es capaz de persuadirme en cualquier momento. Aún así, aquella vez, fue algo distinto. El volumen del reproductor mostraba su máximo y yo, con mis ojos cerrados, visualizaba cada voz, olvidando los antecedentes de este tema, preocupándome simplemente los fortes y crescendos. Cada melodía bailaba en mi interior.
¿Cuál es la palabra que mejor se adapta? Perfección armoniosa.
Sí, esa es lo que buscaba. Aunque la expresión sigue siendo pequeña. Él no se merece menos.

Pequeño y humilde tributo a Johann Pachelbel, por su fantástico canon in D, que consguió momentáneamente olvidar para poder disfrutar.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Ella, abatida, lloraba en el suelo. Su rabia, furia, desconsuelo y temor compartían reproches en el pañuelo de la desolación.
Se sentía sin fuerza, como una pobre pusilánime sin el valor de ponerse en pie.
Cohibida, bloqueada, apagada, deseosa de desaparecer del mapa, borrar su huella. Desaparecer.
La lluvia intensa le mojaba el cuerpo, inundaba su pena.
Él apareció sin ser llamado, con su paragüas oscuro, entre aquella soledad. En su rostro, se mostraba una sonrisa de compadecimiento. De cercanía.
Lentamente, estiró su mano, a la vista de aquella muchacha, carente de espíritu.
-Levántate. No se pierde por haberse caido. Se pierde por admitirlo y permanecer haciendo compañía al suelo.
-¿Por qué has venido? - dijo la chica, más aturdida aún. Una lágrima se derramó a través de su mejilla.
-Sentí que necesitabas ayuda – se limitó a contestar. Un brillo de sinceridad inundaba sus ojos.
La muchacha estiró su brazo y entrechocó su mano con la de su salvador. Sintió su calor, su fuerza, sus ánimos.
Él la ayudó a levantarse, sin, en ningún momento, borrar esa sonrisa de su rostro que daba tanta fuerza a la muchacha.
Sintió entonces, que debía continuar y no mirar hacia el pasado. Pensar que todo empezaba en ese instante.
-Gracias – dijo ella, con un ligero titubeo.
La agonía y el sufrimiento se fueron junto al dolor.
Lo peor había pasado.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

-Y de ese modo el león se enamoró de la oveja.

Sin embargo, en esta historia, no había león ni oveja. Ni oveja ni león. No había ser superior. Nadie más adelantado en la cadena alimenticia y mucho menos, sentimientos correspondidos. Solo estaba ella. Ella y su recuerdo hacia él.
La chica pensaba en ese muchacho, gastaba cada segundo libre para dedicarle un pensamiento, un suspiro, una sonrisa. Le seguía con la mirada cuando le tenía cerca, le añoraba cuando estaba lejos. Le recordaba feliz, triste, sorprendido. Permanecía constante en su mente...
Quería sentirle a su vera a cada instante. Saber que iba a estar con ella, en sus peores momentos, cuando tocara llorar y además reir.
Pero eso formaba parte de su única fantasía, alejada como tal de la realidad pura y dura. Esta realidad mostraba que él no compartía sus mismos sentimientos. No le correspondía.
No le brillaban los ojos cuando hablaba con ella. No se le escapaba una media sonrisa cuando mantenían conversaciones poco o muy importantes, ni deseaba que el tiempo se detuviese para toda la eternidad y así poder sentirla cerca. No estaba deseando que llegara el momento de volver a verla, ni maldecía a la vida porque pasaría días sin saber nada sobre esa muchacha.
No.
No ocurría nada de eso. En esta historia, puramente real, el león no se plantea enamorarse de la oveja. Ni siquiera sabe que existe. Prefiere mantenerse con los de su mandada. Limitarse a no complicarse la vida. Quedarse con ofertas mejores que con un simple animalejo débil y feo.
Por el contrario, la oveja tiene que conformarse con admirar al león. Suspirar por él. Pero siempre bajo el anonimato. Sus sentimientos quedan supeditados a la realidad. Este peludo animal se tiene que conformar con la jerarquía de su cadena alimenticia, resignándose a comer hierbas, manteniéndose siempre bajo un perímetro de seguridad, sabiendo dónde están sus límites y asumiendo, no comprendiendo, que no puede fijarse en un animal así, está fuera de su alcance.
En esta historia no hay león ni oveja. Ni oveja ni león. Solo la chica que tiene que conformarse con sentir aquel aroma, aquel calor, aquella lejanía.
Ella tendrá que admitir ese tan odiado “solo amigos”.

-¡Qué oveja tan estúpida! - musité.
- Qué león tan morboso y masoquista.

viernes, 30 de octubre de 2009

Miedo

Estos últimos días los he pasado como quien dice de vacaciones. Todas esas clases, deberes, actividades y ese octavo de piano con sus asignaturas correspondientes han sido dejadas de lado para hacer nada. La fiebre, los dolores y mareos han ocupado todo mi tiempo. ¿Y qué he hecho entonces? Dormir y pensar. Pensar y dormir. No había más elecciones.
Sin embargo, he pasado demasiadas horas sola y gracias a eso ha aparecido un amigo que siempre llega en los peores momentos. Cuando menos se le necesita, cuando uno más solo está. El miedo. Sí, el miedo. A mis dieciseis largos años sigo teniendo miedo a quedarme sola en casa, aunque me encanta pasear por los pasillos sin que haya nadie. Sin embargo, ahí estaba el miedo, junto a mí, haciendo que rememorara todos y cada uno de los sucesos que salen en los periódicos. Desde hace unos días tengo miedo a que llamen a la puerta, abra y dos encapuchados me asalten. Tengo miedo de salir a la calle y sentir que alguien me siga. Tengo miedo de los ruidos, de la madera que cruje cuando la pisas.
Tengo miedo de tantas cosas...
Pero realmente, muchas de ellas van más allá de ladrones y crujidos.
Tengo miedo de no aprobar por falta de estudio. Tengo miedo de que todo aquello que quiero hacer, no se pueda realizar. Tengo miedo de probar cosas nuevas, de quedarme siempre con lo viejo. Tengo miedo de hablar, pero también de callar. De decir algo y molestar a los demás, de ofender, de malpensar.
Tengo miedo de crear, innovar, componer y que todo quede en el anonimato, y que si lo publico, no sea reconocido.
Tengo miedo de lanzarme, de ir a por todas, de ser rechazada, de tropezar con la piedra una y otra vez.
Tengo miedo de olvidar, de cerrar los ojos y no recordar, no ver más allá del presente. Tengo miedo de no sentir lo mismo, de sentir algo nuevo o de sentir más fuerte. Tengo miedo de la soledad, de no ver a nadie a mi vera. Tengo miedo de la compañía, de la sociedad. Tengo miedo de crecer, de no madurar, de no ser una niña. Tengo miedo de mí misma, de cambiar a mal, de cambiar a bien. De cambiar.
Tengo miedo de ver las cosas de color negro, todo oscuro. Todo triste. Tengo miedo del miedo, de que un día me pueda y juegue conmigo. Que haga lo que le plazca. Que disfrute viéndome sufrir.
Tengo tanto miedo, que éste me impide sentir, emocionarme. Vivivr.

Sola

Esa noche soñé algo distinto. Algo que nunca antes había soñado. Incluso me costó creer que era un sueño. Parecía tan real...
Como si de verdad estuviera allí.
Era de noche. La tormenta que había durado prácticamente toda la tarde, cesó. Solo quedaban enormes charcos de agua, algunas hojas secas en el suelo anunciando la entrada del otoño y una fría brisa de aire.
Salí de casa. No sabía dónde iba a ir. Pero no quería quedarme en mi habitación. Me abroché los botones del abrigo al ver la corriente de aire frío que me despeinó el pelo.
Era una hora poco apropiada para salir de casa. Sin embargo, las calles estaban abarrotadas. Un grupo de niños jugaban al escondite, unos ancianos paseaban a paso ligero mientras se contaban lo que habían hecho ese día, una familia entraba en un restaurante, una pareja caminaba acaramelada por el asfalto mojado...
Era una estampa propia de una tarde primaveral.
Yo me acerqué poco a poco a ellos. Quería integrarme. Sentir su felicidad, su alegría. Pasar el rato.
De repente, todos, poco a poco, desaparecieron. Cada uno de los presentes se fue a su casa dejando la calle desierte y a mi completamente sola.
En ese momento me abrumé. Unas pequeñas lágrimas hicieron amago de saltar de mis ojos.
Andé en busca de alguien. De cualquier rastro de vida. No lo encontré. Me asusté aún más y comencé a correr. Corría como si alguien me persiguiera, aunque no tuviera esa suerte. Me asomaba por las ventanas para intentar ver algo de vida, una simple luz que anunciara que alguien habitaba allí.
Seguí corriendo, pero nadie se cruzaba en mi camino. Nadie se asomaba para ver quien corría en mitad de la calle en plena madrugada. Era como si nadie existiera...
Empecé a llorar cada vez más fuerte y tuve que parar para evitar desmayarme. Mi respiración se entrecortaba, me faltaba el aire.
Caí sobre el suelo y me senté sobre mis rodillas. Me quedé unos segundos mirando alrededor, pero seguiía sin aparecer nadie. Estaba sola. Completamente sola.
Mis lágrimas caían de mis ojos, se deslizaban por mis mejillas hasta desbanecerse al llegar al final de la barbilla.
Mis manos se cerraron hasta formar un puño... Pero solo conseguí hacerme daño y sangrar por los nudillos. Decidí acabar con esto. Me levanté a duras penas, intentando mantener el equilibrio y comencé a andar a paso lento. Pero mi paso me ponía histérica, por lo que aumenté la velocidad hasta encontrarme de nuevo corriendo. Tras varios minutos, llegué al Puente Mayor. Suspiré. Estaba segura de lo que iba a hacer.
Avancé silenciosamente hacia el centro del puente. Me subí a la barandilla torpemente. Nunca se me habían dado bien los ejercicios físicos. Intenté mantener el equilibrio, para no resbalarme antes de tiempo. Conté hasta tres y salté sin pensármelo dos veces.
En ese momento desperté. Mi frente estaba completamente llega de sudor. Respiraba frenéticamente. El corazón me iba a mil. Intenté relajarme, por miedo a sufrir una taquicardia.
Retiré las sábanas de mi cuerpo, mientras me decía una y otra vez: “Solo un sueño. Solo ha sido un mal sueño...”

jueves, 22 de octubre de 2009

Querido tú.

A lo largo de todos estos días he creido en tí. De verdad. Pensé desde el primer momento que eras especial. Pero yo, fuertemente en contra de los flechazos, me equivocaba. No eres como yo pensaba. Simplemente te puse en un pedestal, alzando tus virtudes, ignorando tus defectos. Veía lo que yo quería ver, no lo que de verdad eras.
Me conformé con pensar que eras lo mejor sin pararme a recapacitar sobre la realidad. Daba importancia a cosas, pequeños detalles que no lo tenían. Y después, cuando de verdad te necesité, no estuviste allí. Ni directa ni indirectamente. Y me dolió. Mucho. Demasiado. Más de lo que hubiera imaginado.
Me has defraudado. Te estuve esperando, durante mucho tiempo. No quería realmente darme cuenta de que no ibas a aparecer. Que no estarías ahí para hacerme reir. Otra vez.
Entonces mis ojos se abrieron, retiraron el velo que los tapaba y vieron la realidad. Y esa realidad me hundió aún más. Vi que no eras, tan como yo había imaginado, sino tan poco.
Pero probablemente, la tonta era yo. Quise creer que podía haber algo. Nunca se sabe, decía. Quería quererte tanto, que no me di cuenta de que era imposible que tú también me correspondieras. Tenía tantas ganas de que dejaras de ser un sueño, que no veía que estabas demasiado lejos. Quería pensar que eras tan perfecto... que me olvidé que nadie lo es. Ahora cuando te veo pasar, ya no siento esa felicidad inmensa, sino rabia, tristeza y un gran nudo en la garganta.
Supongo que así es la vida. Con esas grandes sorpresas y emociones.
Solo me queda decirte, que siento ser tan cobarde que te tenga que explicar todo esto a través de una carta y no en persona. Pero, ¿qué esperabas? ¡Si ni siquiera llegaste a saber lo que realmente sentía!
No te preocupes por mí, estaré bien. No es tan dificil dormir sin recordarte y las lágrimas que derramo por tí, algún día se secarán. Estoy segura.

Atentamente, yo.

Decepciones

¿A qué sabe la decepción? ¿Alguien lo sabe? Yo sí. Sabe amarga. Demasiado amarga. Pero no sé al 100% si todas las decepciones saben igual. Supongo que no. porque tampoco todas las decepciones lo son. Se puede sentir esa sensación de decepción cuando tu equipo de fútbol pierde, cuando una película no es lo que se esperaba... Pero hay más tipos de decepción. Hay decepciones realmente amargas. Decepciones que duelen, de esas que no esperabas. A lo largo de toda existencia tenemos muchas decepciones, unas mayores que otras. Pero cuando esas decepciones llegan, no se ven. O al menos en ese instante. Sin embargo, tras varios segundos, uno empieza a sentir un vacío en su interior. Las piernas están pegadas al suelo, pero se tambalean. Las manos tiemblan, un escalofrío recorre toda la espalda y un extraño sabor se pega en las papilas gustativas. ¿Un extraño sabor?. Sí, el sabor amargo de la decepción. Es entonces cuando ya no hay vuelta atrás. Ya no sé que hacer. No se me ocurre una manera para que una decepción desaparezca con su amargo sabor. Ni me imagino cuáles deben ser las técnicas para olvidarla. Y me gustaría saberlo. Necesito la respuesta, la receta. Si alguien lo sabe, puede contactar conmigo.
Estaré deseosa de escuchar el orden a seguir.
Hasta entonces... Decepción y yo seguiremos paseando juntas, muy a mi pesar.

eras la razón de todo.

martes, 20 de octubre de 2009

Lluvia

Violín y partituras en mano. Capucha de sudadera sobre la cabeza. Auriculares y música encendida. Camino a paso rápido por la calle, preocupada por estar mojándome, porque se pueda estropear la funda de mi instrumento. Acelero el paso, siempre con prisas. Es mi excusa para no pensar. Veo como las gotas se resbalan y se estampan en mí. Una tras otra, sin remordimientos.
De repente me paro, me quedo quieta mojándome aún más mientras me digo: '¿Por qué corres? Asume todo lo que pasa, no huyas, no corras, enfréntate a lo que de verdad piensas, a lo que se te pasa por la cabeza. Disfruta de la lluvia'.
Entonces miro al cielo, viendo como las gotas se estampan en mi cara, resbalando por las mejillas, hasta perderse en el asfalto. Me dijo en las nubes grises, cubriendo todo el cielo azul. En ese momento, me suento como él, llena de oscuros obstáculos que impiden ver mi luz. Todo lo que soy queda eclipsado por unas grandes nubes grises. Me siento como una tormenta en pleno invierno. De esas que en un instante, sin previo aviso, comienza a granizar con mucha intensidad. Tu paragüas, preparado para la lluvia no lo soporta y tienes que resguardarte o echar a correr. Yo me siento como esas tormentas que los truenos y los rayos asustan, pero sabes que están lejos.
Yo soy como esas tormentas, que ves mientras estás en la habitación y no te imaginas cuando se va a acabar.
A veces es bueno que llueva, granice, que haya una tormenta. Está bien ver algo nuevo, diferente a otros días. Lo malo es esperar a que cese, porque te mueres por hacer miles de cosas, que no puedes hacer debido a las circunstancias.
Por tanto, solo queda esperar. Esperar a que cese la tormenta y que a la niña que solo sonreía, s le vuelva a iluminar la cara.

domingo, 18 de octubre de 2009

Ultimamente

Últimamente no puedo evitar pensar en tí. Es un hecho, tan cierto como que el otoño y con él el fríio y los días cortos han llegado. Pienso en tí por la mañana, cuando te veo, bostezando, con el sueño en los ojos. Pienso en tí a mediodía, cuando te veo marchar, con hambre. Pienso en tí por la tarde, cuando cobro momentáneamente las fuerzas para declararme y que nada importe. Pienso en tí por la noche, cuando me acuesto, mientras dejoescapar un leve suspiro. ¡ay si tú últimamente también solo pensaras en mí! Pero eso no es un hecho. Solo es un deseo. Mi deseo.
Tengo la impresión de que me repito. Y mucho. Digo lo mismo, escribo lo mismo y pienso lo mismo, una y otra vez. Siempre igual. Pero es que te has convertido en mi inspiración. Gracias a tí, me siento con ganas de coger un boli y ponerme a escribir, sabiendo que mis líneas querrán decir lo mismo que el escrito anterior. Pero no me importa. Al cabo de mucho tiempo, acabaré con una antología, única y exclusivamente para tí. Pero seguirá sin importarme.
A veces, revivo mi esperanza pensando que nada es imposible, que nunca digas nunca, que todo no está perdido... pero te noto tan lejano... Aunque a veces estés a escasos centímetros de mí, aunque me hables, me preguntes cualquier cosa, o simplemente me sonrías. Ahí ya se puede acabar el mundo. Yo ya soy feliz. Simplemente por verte sonreir, o sonreirme. Podría saltar, gritar, y que todos me miraran, sin importarme apenas.
Cada día me despierto, ansiosa por verte pasar delante de mí, me mires, te mire y que el mundo desaparezca.

viernes, 16 de octubre de 2009

Esperanzas

Bajo la brisa otoñal, las hojas marronáceas a punto de caer y el sonido de las primeras golondrinas, estaba ella. Sentada en un viejo banco de madera, rodeada de pequeñas flores silvestres. Quería evadirse del resto del mundo. Sumergirse en sus propios sentimientos. Aunque aquello le produjera un fuerte dolor en el estómago. Un nudo en la garganta.
Cerró los ojos. Oía a los coches de fondo, unas señoras paseando y charlando de sus cosas entre risas. Un niño jugueteando con su triciclo y a un perro revoloteando con un pájaro, a sabiendas de que tenía la batalla perdida.
Todos ellos parecían tan felices, como si todo lo que quisiesen estuviera a su alcance. Como si todo lo que les preocupase fuera tan insignificante...
Ella apretó los puños con fuerza, mientras sus pensamientos se perdían. A lo lejos de todo lo que podía ver en su interioir estaba él. Con esa sonrisa tan inocente y sus ojos marrón chocolate. Le veía feliz, ajeno a todo.
Quería sentirle, tocarle. Acariciar cada centímetro de su cuerpo. Notar como se ruborizaba, como se ponía nervioso al hablarle.
Conocía a la perfección cada gesto, cada mirada. Cada sonrisa.
Reconocía su olor, su forma de hablar y sus andares entre mil. Ella suspiró. Nadie comprendía su obsesión hacia él. No era más que otro, normal y corriente, que iba de sobradito y miraba por encima del hombro. Sin embargo, ella no lo veía así. Cuando estaba junto a él, quería que se parase el mundo, que desapareciesen todos. Que no importara nada. Su corazón iba más deprisa. Sentía un cosquilleo en el estómago y no podía dejar de sonreir. Por muy mal día que tuviera. Por muy mal que se encontrase, por muy mal que fueran las cosas. Sin embargo, él suspiraba por otra, lloraba por otra. Viviía por otra. Quizás por eso, ella nunca se había atrevido a dar un paso más. No tenía la fuerza ni la valentía para decirle lo que sentía. Para contarle que para ella, él era todo. Era aquello por lo que lloraba, pero también sonreía.
Quería a cada momento, correr hacia donde él se encontraba, besarle y que todo el mundo no importara. Daría lo que fuese por sentir sus labios contra los de aquel por el que suspiraba. Deseaba que pudieran comerse a besos en cualquier lugar. Que él sintiera, al menos, un poco de lo que ella sentía. Imaginaba como sería el día en el que él dijese: 'yo también' y que nada los separase. Moría por estar siempre, día a día a su vera. Pasear de la mano por las calles. Acariciarle el rostro. Sentirle. Poder despertar cada maána a su lado. Saber que nunca iba a desaparecer...
Ella abrió de nuevo los ojos. 'Ya es hora de volver a casa' se dijo. Un viento frío le recorrió la espalda mientras se levantaba, haciéndole sentir que todo aquello que quería, deseaba y necesitaba, nunca pasaría de un sueño.

lunes, 12 de octubre de 2009

Nunca hubo algo entre nosotros. Nunca pude llamarte para decir un te quiero. Nunca paseamos acaramelados en el parque. Nunca me susurraste palabras de amor. Nunca fuimos la pareja de moda, ni la envidia del personal. Nunca me dijiste que pasarías el resto de tus días a mi lado. Nunca te dije que viviríamos la más bonita historia de dos. Nunca sonreiste cuando me veías pasar, ni se te iluminaban los ojos. Nunca me atreví a ser valiente y decirte lo que sentía. Nunca te lo hubieras imaginado. Nunca dejarías de ser aquello que me hacía brillar. Nunca te fijarías en mi. Nunca me querrás como yo te quiero a tí.

jueves, 8 de octubre de 2009

Lope de Vega

Entre comentarios de texto, sonetos, elegías y serventesios se pasan las horas de clase. La mayor parte de los adolescentes que comparten aula conmigo dicen que es 'un coñazo'. ¿Para qué me sirve a mi todo esto? Pensarán unos cuantos. Pero a mí me gustan. Sí, me gusta Lengua y Literatura. Más literatura que lengua, para que engañarnos. Aun así, fue, es y - espero- será una de mis asignaturas favoritas. En los minutillos que nos regala nuestro simpático y risueño profesor, mientras muchos aprovechan para hablar, acabar los últimos ejercicios de alguna asignatura o simplemente, seguir durmiendo, yo me deslizo hasta la página 310-311 para verle a él. Para leerle más bien. Dentro de una situación claramente Barroca. Sí, esa fantástica época que yo había renegado, musicalmente hablando, debido a su sobrecarga, pesadez y perfección, donde su mayor protagonista era un tal Bach. Sí. Mi gran amigo Johann Sebastian Bach. El mismo. Sin embargo hay algo entre esas páginas que me hace olvidar mi rara relación con el Barroco. Algo que me envauca, me atrae. Algo que me incita a leer esas líneas una y otra vez...
Esas líneas. Esos tres sonetos y el romance con rima asonante. Esas majestuosas obras del grandísimo Félix Lope de Vega:

A mis soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.
No sé qué tiene la aldea
donde vivo y donde muero,
que con venir de mí mismo,
no puedo venir más lejos.
Ni estoy bien ni mal conmigo;
mas dice mi entendimiento
que un hombre que todo es alma
está cautivo en su cuerpo.
Entiendo lo que me basta,
y solamente no entiendo
cómo se sufre a sí mismo
un ignorante soberbio.
De cuantas cosas me cansan,
fácilmente me defiendo;
pero no puedo guardarme
de los peligros de un necio.
Él dirá que yo lo soy,
pero con falso argumento;
que humildad y necedad
no caben en un sujeto.
La diferencia conozco,
porque en él y en mí contemplo
su locura en su arrogancia,
mi humildad en mi desprecio.
O sabe naturaleza
más que supo en este tiempo,
o tantos que nacen sabios
es porque lo dicen ellos.
«Sólo sé que no sé nada»,
dijo un filósofo, haciendo
la cuenta con su humildad,
adonde lo más es menos.
No me precio de entendido,
de desdichado me precio;
que los que no son dichosos,
¿cómo pueden ser discretos?
No puede durar el mundo,
porque dicen, y lo creo,
que suena a vidrio quebrado
y que ha de romperse presto.
Señales son del juicio
ver que todos le perdemos,
unos por carta de más
,otros por carta de menos.
Dijeron que antiguamente
se fue la verdad al cielo;
tal la pusieron los hombres,
que desde entonces no ha vuelto.
En dos edades vivimos
los propios y los ajenos:
la de plata los estraños,
y la de cobre los nuestros.
¿A quién no dará cuidado,
si es español verdadero,
ver los hombres a lo antiguo
y el valor a lo moderno?
Todos andan bien vestidos,
y quéjanse de los precios,
de medio arriba romanos,
de medio abajo romeros.
Dijo Dios que comería
su pan el hombre primero
en el sudor de su cara
por quebrar su mandamiento;
y algunos, inobedientes
a la vergüenza y al miedo,
con las prendas de su honor
han trocado los efectos.
Virtud y filosofía
peregrinan como ciegos;
el uno se lleva al otro,
llorando van y pidiendo.
Dos polos tiene la tierra,
universal movimiento,
la mejor vida el favor,
la mejor sangre el dinero.
Oigo tañer las campanas,
y no me espanto, aunque puedo,
que en lugar de tantas crucesha
ya tantos hombres muertos.
Mirando estoy los sepulcros,
cuyos mármoles eternos
están diciendo sin lengua
que no lo fueron sus dueños.
¡Oh, bien haya quien los hizo!
Porque solamente en ellos
de los poderosos grandes
se vengaron los pequeños.
Fea pintan a la envidia;
yo confieso que la tengo
de unos hombres que no saben
quién vive pared en medio.
Sin libros y sin papeles,
sin tratos, cuentas ni cuentos,
cuando quieren escribir,
piden prestado el tintero.
Sin ser pobres ni ser ricos,
tienen chimenea y huerto;
no los despiertan cuidados,
ni pretensiones ni pleitos;
ni murmuraron del grande,
ni ofendieron al pequeño;
nunca, como yo, firmaron
parabién, ni Pascuas dieron.
Con esta envidia que digo,
y lo que paso en silencio,
a mis soledades voy,
de mis soledades vengo.



Lope de Vega



Demasiado hermoso para poner el pequeño fragmento de la página 311, Libro de Lengua castellana y Literatura. 1º Bachiller.

domingo, 4 de octubre de 2009

Sentimientos a flor de piel

Empiezo a escribir y no sé el qué. Por primera vez no tengo claro a dónde me llevarán estas palabras, cuál es su fin. Me dejo llevar. El bolígrafo y mi mano se ponen de acuerdo con mi cerebro para plasmar aquí solo algo de todo lo que pienso. Últimamente noto que las cosas han cambiado. Y no me refiero solo a que ahora mi lugar de estudio sea algo parecido a un hospital donde sus pasillos se convierten siempre entre clase en los corredores del metro en hora punta. Tampoco hago honor a las caras nuevas, profes nuevos, asignaturas nuevas, días nuevos. Aunque podría, por supuesto. Y cuando digo que las cosas han cambiado, tampoco quiero hacer referencia a que hemos pasado del 'leed este texto para mañana' a 'comentad este texto para mañana'. No, tampoco quiero decir eso. Los cambios van mucho más allá. Mucho más de lo que me gustaría.
El cambio soy yo. Mis últimos días han transcurrido entre silencios y pensamientos. He pasado a un segundo plano en el planeta Tierra para viajar a donde nadie puede ir. Mi yo. Siento que el mundo gira, que todo sigue su cauce natural. Que la rutina ya está aquí. La gente vive, disfruta, intenta llevar a cabo el famoso dicho Renacentista 'Carpe Diem' que volvió a resurgir entre nosotros gracias a Ronsard en una ya pasada clase de literatura. Todos quieren reir, plasmar su sonrisa a la vida, a quienes les rodea. Quieren pisar fuerte, dejar huella, que quede claro quien manda.
Parece como que todos estuvieran, como decirlo... vivos. Todos menos yo. Mientras mis compañeros disfrutan de todo, de cada momento, de cada circunstancia para gritar, saltar, esconderse en un cajón o correr por los pasillos, yo estoy más en off que nunca.
Había dejado claro que iba a empezar de nuevo, de cero. Y así ha sido. Pero mi comienzo no ha salido como yo quisiese. Cada minuto que pasa, pienso y pienso más sobre las cosas. No sé si será que las clases de Filosofía con el profesor vallisoletano están empezando a dar efecto o que yo simplemente, estoy para que me encierren. En estos últimos días he tenido que hacer un esfuerzo bestial para sacar una sonrisa, un esfuerzo casi semejante al que hago para evitar una lagrimilla. Aunque no siempre se pueda resistir. Estoy irreconocible, lo sé. ¿Dónde quedaron mis paridas sin sentido, mis ataques de risa que acababan con la cara como un tomate y el lloro de alegría? Seguramente se perdieron, al igual que mi entusiasmo para correr mientras canturreaba algo que nadie entendía, abrazar a cualquiera que se pusiera por delante, llevándose también un sono beso de regalo y una sonrisilla adicional. Todos aquellos detalles que ahora son recuerdos.
Son las 23:02 del viernes. Estoy sentada en mi cama, con la manta sobre mis piernas, 'El juego del ángel' sirviéndome como apoyo para poder escribir algo legible y la persiana bajada, para que, en cualquier momento apague la luz, cierre con fuerza los ojos y piense en que ya queda menos para acabar el día. Otro día más. Es demasiado pronto para dormirse, pero no tengo entusiasmo por hacer otra cosa. Mis padres ven una película, mi hermano se quedó traspuesto en el sofá tras la cena y yo aquí, escribiendo lo primero que se me viene a la cabeza. Sin ni siquiera pensar las palabras que estoy juntando tienen o no sentido. Cierro los ojos y pienso qué es lo que he hecho mal. En qué he podido equivocarme para acabar así. Yo, que hace una semana bailaba de felicidad y rebosaba alegría. Me gustaría saber qué me sucede y cuádo y cómo se va a acabar.
Realmente no tengo motico para encontrarme así, y sin embargo, el nudo de mi garganta se hace cada vez mayor y me impide respirar. Es como si de repente, me sintiera mal por todo lo que hecho, dicho y visto. Y por todo lo que no ha sucedido. Tengo miedo de que esta lágrima que se está formando en mis ojos, caiga. Sé que cuando esto ocurra, y no será dentro de mucho, todo se desvanecerá por completo, me sentiré peor conmigo misma de lo que ya me siento.
No quiero dejar de escribir. Ya voy por mi quinta cada del cuadernillo made for Elena 100%, forrado con papel de periódico chico. Porque sé que cuando pare, no sabré qué tendré que hacer. ¿Y si mañana me siento peor? ¿Y al siguiente día? No soy de esas personas que cuentan sus problemas a cualquiera. Dato de ello es que solo una persona sabe más o menos todo lo que me pasa, pero cuando la gente me pregunta qué me ocurre y digo 'nada', no me creen. Suena a mi típica excusa de 'no te lo quiero decir para no preocuparte', pero es verdad. No me pasa nada. Todo a mi alrededor va bien. 0 problemas. Pero la mayor y más grave dificultad soy yo. Yo soy mi único y gran problema. Simplemente yo. Yo soy mi pesadilla, mi martirio, mi obstáculo. Yo soy la puta piedra en el camino a la que das una patada y te haces daño...
Quiero acabar ya de una vez esta especie de autoconfesión, dirigida única y exclusivamente a mi conciencia. Estaría escribiendo toda la noche, pero mis dedos me piden parar. Espero de verdad, que la próxima vez que tome papel y boli sea para escribir algo más decente, más optimista. Más vivo.
Hasta entonces, aquí lo dejo. No hay ánimos para más.

viernes, 2 de octubre de 2009

Tentaciones

Ahi te vi, a lo lejos. Con esa luz cegándote que reflejaba aún más tu perfección absoluta. A tu alrededor muchos más queriéndose parecer a tí. Ninguno se podía comparar... En ese momento no existía nada más que tú y yo. Quería acercarme. Debía alejarme. Algo me impedía poder tocarte. Era como un escudo que me obligaba a apartarme. Me decidí. Quería tenerte entre mis brazos. Rodeé aquel escudo. Un paso, otro y me paré de nuevo. "¿Haré lo correcto?". "¡Si!". Me respondí.
Continué. Ya no había vuelta atrás. Mi corazón iba a mil. Los pies me temblaban. Mi garganta estaba seca. Estiré la mano para tocarte, para sentirte, para rozarte...
-Disculpe señorita, los pasteles del escaparate no se pueden tocar.

Kröte

Aquí estoy, a punto de entrar en la casa más grande del pueblo. Avanzo poco a poco. Llego a la puerta, pero por aquí no puedo entrar. No voy a llamar al timbre y decir: "¡hola!". Se morirían del susto. A medida que me acerco me pregunto una y otra vez por qué acepté el trato. ¡Ah, sí! Por la comida terriblemente deliciosa que me darán durante un mes si gano la apuesta. El plan que he ideado es perfecto. Nada puede salir mal. Me repito una y otra vez. Entro, corro y salgo. Entro, corro y salgo...Simplemente eso.
Hay una ventana abierta. La única opción para entrar. Es cierto que no soy muy atleta, ni muy fuerte, ni tampoco esbelto. Ni siquiera soy guapo. Pero cuando mis amigos me retaron a entrar en esta casa, mi sentimiento revanchista salió de mi interior y me juré vengarme por todo lo que se han burlado de mi condición física. Vale, ya estoy dentro, menos mal que la ventana está baja y de un salto he podido entrar. Aquí, en la casa, todo está calmado. Me encuentro en una habitación, muy bien decordada, por cierto. Cruzo la estancia, corro lo más rápido que puedo...y me cuelo por la puerta. ¡Qué suerte que está abierta!
Voy a la cocina...Vaya, un obstáculo. Está llena de gente. Hay que esconderse. Me cambio de habitación. No quiero tener que deslizarme entre esos caros zapatones y arriesgarme a que me vean.
He visto la puerta que da al jardín. Si llego hasta ella, habré ganado la apuesta y nadie se volverá a reir de mi.
Echo a correr, no miro atrás. Ya casi estoy llegando. Llego, llego. La euforia y la adrenalina corre por mis venas...
-¡Hola!¿Quedez jugá comigo?
Vaya. Un niño pequeño e impertinente. Está claro que todo no podía salir perfecto.
-¡Shhh! Cállate, bonito. Vete a jugar con tus juguetes. ¡Quítate de mi camino!
-Ji, ji, ji. Amo a jugá. ¡Amo a jugá!
¿Este niño que se ha creido?. Me lleva arrastro. ¡¡Socorrooo!! ¡¡Ayudádme, por favor!!
-Papá, teno un nuevo amiguito, mida. Es mu simpático.
-Pero hijo, suelta eso. ¡Es un sapo gordo y feo! ¡Písalo! ¡Písalo ahora mismo!

lunes, 21 de septiembre de 2009

Canción de amor y oficina

Entre la rutina del trabajo, el estrés y el aire acondicionado de la oficina, Mariela disfrutaba de su descanso no autorizado de cinco minutos. Con su café en una mano y su cigarro encendido en la otra, miraba por la ventana. Veía a la gente pasar de un lado a otro, los coches intentando aparcar sin éxito, oficinistas que salían del trabajo, otros entraban. Algunos jóvenes disfrutando del maravilloso sol de mediados de mayo en el parque de enfrente.
Mariela suspiraba deseosa de acabar ese día, de quitarse los tacones y ver una película de esas de llorar mientras comía palomitas, tapada con una pequeña manta...
Paseaba su mirada mientras sus pensamientos iban a lo suyo. De pronto, algo le hizo volver a la Tierra. Su mirada se fijó en el edificio de enfrente. Cuarto piso. Allí, una mujer hermosa, de cabellos lisos y rubios, tan rubios como el oro, lloraba frente a un espejo. Mariela no podía dejar de mirarla. Era tan bella... pero esa belleza quedaba tan eclipsada por su lloro.
Ella sentía unas ganas atroces de ir hasta su lugar y abrazarla. Pero no lo hizo. Al día siguiente, a la misma hora, Mariela volvió a mirar por la ventana. Y allí estaba ella. En la misma posición del día anterior. Frente al espejo. Con las mismas lágrimas. Con la misma mirada perdida.
Al día siguiente ella seguía ahí. Y al siguiente. Y al siguiente. Mariela la miraba todos los días. Sentía algo muy fuerte hacia la chica que solo lloraba. Amor. Un amor tan especial que nunca había sentido por nadie.
Hasta que, un día, empezó a seguirla. Se quedaba después del trabajo y esperaba a que saliese de
casa para ir detrás de ella. Siempre hacía lo mismo. Caminaba una media hora, cogía un autobús hasta salir de la ciudad y se tumbada en un parque solitario, a pensar. Todos los días hacía el mismo trayecto. Una tarde, Mariela quiso declararse a la chica. Quería decirlo todo lo que sentía...
Llegó al trabajo a la hora de siempre. Dejó su bolso al lado del ordenador y se dirigió a la ventana. Miró al edificio de enfrente. Al cuarto piso. No había nadie. Siguió atenta el resto del día, pero no había rastro de vida. Ni al día siguiente, ni al siguiente.
Nunca más volvió a saber nada de la chica que siempre lloraba.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Y volver a empezar

Ha pasado mucho tiempo. Desmasiados días. Demasiados meses que ya se han juntado para formar un año. ¡Qué pronto se dice un año! 365 días. Cuatro estaciones. Tres trimestres escolares y un verano relajado. Doce meses que se pasan rápido. Solo un año entre los muchos años que una persona vive a lo largo de su existencia. Sin embargo, el tiempo, como casi todo en esta vida, es relativo. Puede que tantos días pasen volando, anunciando la llegada de otros nuevos. Pero eso solo ocurre cuando el tiempo transcurrido es feliz. ¿Qué ocurre cuando tantos días se pasan entre la oscuridad, el recuerdo, los reproches? ¿Qué ocurre cuando cada día, cada hora pasa a trompicones, como si las agujas del reloj no pudieran moverse por sí solas, como si pesaran cada una 100Kg.? Entonces todo ese breve tiempo para la vida de cualquier bicho viviente, se hace eterno. Solo quieres olvidar, pasar página, empezar de nuevo. Volver a reir, a llorar, a ilusionarse, a perder o a ganar. Pero de una forma distinta, sin ataduras con el pasado.
Intentas ser lo que no eres. Parecer feliz para no preocupar. Ocultar tus verdaderos sentimientos, algo todos saben realmente como te encuentras.
Te frotas los ojos para eliminar las constantes lágrimas que brotan de tu interior.
Levantarte cada mañana con una esperanza ya perdida, con los sueños borrados, con los recuerdos presentes, a sabiendas de que todo está olvidado, aunque no por tí.
Por tus propios medios haces lo posible para cambiar el transcurso vital, haces fuerzas, sin éxito, por supuesto. La vida sigue su ritmo, contigo o sin tí y es imposible hacer un corta y pega. Está comprobado.
A veces, cierras los ojos, cuentas lentamente hasta diez y los vuelves a abrir, esperando que todo haya sido un sueño, un mal sueño. Pero no es así. Esto es la vida real.
De pronto, un día te despiertas y sientes que todo ha acabado. Que esa tristeza ha volado y con ello vuelve, poco a poco tu felicidad y tu alegría. Tu vida.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Y por una tontería, se le desbordó el corazón de simple felicidad.
Lo que sigue importando es la esperanza.
Barata e ingrata esperanza.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

cautivada

Era un día de final de verano. El cielo estaba cubierto por unas nubes negras que anunciaban lluvia claramente. Quizás salir de casa con vestimentas 100% veraniegas no fue lo más adecuado, pensó ella al salir de casa y notar ese viento fresco que levantaba las primeras hojas de la temporada otoñal.
Pero ya era demasiado tarde. ¡Qué importaba el frío!
Con sus llaves en la mano, ese aire tan juvenil y esa manera tan graciosa de andar, avanzaba por la calzada. Despreocupada y feliz. Un poco más tarde que cualquier día normal cuando salía de casa a comprar el pan y a coger o devolver un libro de la biblioteca. Sin embargo ese día no iba rumbo a la panadería, ni tenía una cita con ninguna bibliotecaria cincuentona con pelo rizoso a la par que grisáceo, con sus gafas de pasta sobre sus orejotas color carne. No. Ese día caminaba sin rumbo fijo. Más o menos. Sus pies avanzaban por la acera. Todo recto. Cruzando la calle y atravesando el puente. Llegó allí donde todos esperaban impacientes. ¿Qué pasa hoy aquí? ¿Qué regalan? Siguiendo ese camino, se acababa el pueblo. Sin embargo, se manifestó el efecto contrario. El fin del pueblo, ese pequeño descampado rodeado por unos cuantos árboles estaba hasta los topes.
Ella se sintió abrumada. Había demasiada gente y no le gustaba nada. Ella era tímida y vergonzosa. Poco apropiada para aquello. Intentó echar a andar para alejarse de toda esa muchedumbre. Pero parecía que cuando más se alejaba, o acercaba, ya que no podía diferenciarlo, aparecía gente nueva. Más y más vidas.
Empezaba a perder la paciencia. Buscaba con la mirada un lugar por donde escapar. Un hueco entre todo ese personal para que ella continuara con lo que estaba haciendo, que se resumía nada.
De repente, allí a lo lejos, lo vio. Entre toda esa gente que vivía su propia vida a su manera, estaba él. Mirada despreocupara, que no estaba fija en ningún sitio. Esos ojazos marrones, con ese brillo tan especial, tan único.
Su media sonrisa, sincera pero enigmática. Con cierto aire picaresco que daba un cierto toque sofisticado a su maravillosa boca rojácea. Tenía un bronceado, un color de piel que encajaba a la perfección en ese maravilloso rostro. Su cuerpo... tan espectacular como ninguno. Era guapo. Muy guapo. Más guapo que cualquiera. El más hermoso que nunca hubiera visto.
Esta junto a su amigo. Intentaba esconderse detrás de él. Su timidez lo arrastraba, aunque se mostraba sereno, como si aquello no fuese con él.
No le conocía en persona. Nunca habían entablado una conversación. Ni siquiera se habían dirigido un simple 'hola'. Sin embargo, conocía a la perfección su nombre, y qué era lo que hacía allí, entre tanta gente despreocupada.
Ella no podía desviar la mirada. Sentía los codazos y empujones de la gente que aparecía por detrás, pero ella ni se inmutaba. Estaba embobada. Su corazón iba a una velocidad no permitida. Sus manos le sudaban, incluso apostaría que se había ruborizado. Ella nunca había creido en flechazos, en los amores a primera vista. Los consideraba una invención cinematrográfica para ganar taquilla fácilmente. Sin embargo, esta situación era diferente. Aquí no había una chica guapísima, que cautivaba ferozmente al chico con su sonrisa y su mirada. Que tampoco se encontraban en un lugar romántico y que el chico le susurraba al oido lo mucho la quería. Ni siquiera, ella le correspondía con un simple 'yo también'. Porque aquello era la vida real y sabía que para él, ella era invisible.

domingo, 13 de septiembre de 2009

manifiesto

Hoy en día, por suerte, existe esa tan nombrada división de opiniones, la expresión libre de ideales. Por suerte... Aunque, por desgracia (nunca algo es absolutamente perfecto), no en todos los lugares. No en todo el mundo. Todavía hay rincones en los que existe la pena de muerte, la guillotina y demás aunque gracias a Dios, o a quien sea, que ya no está la famosa quema en la hoguera a cualquiera acusado de bruja, demencia mental, etc.

Hace unos cuantos años, ya no digo siglos, ejecutaban a gente como tú y como yo por expresión de opiniones, por defensa de sus ideales. Ahí el ejemplo de la canción protesta en los 60, 70 e incluso 80. Como claramente, el compañero Jara. Su intención no iba más allá que expresar lo que sentía para ayudar al pueblo, el siempre poco beneficiado (por no decir nada) cuando hay una revuelta política. Pues bien, este hombre hizo cuanto puedo a través de sus canciones, a través de sus letras. Poco después, aparece el ya mundialmente famoso Pinochet, y sin pena ni gloria, lo ejecuta. Uno menos, pensaría. Y no te preocupes, que dormiría como un bebé aquella noche. Cero conciencia. Eso para los cuentos de hadas.

Aquí en España, también hubo de esos ejemplos. Allá por los años 80, ni más ni menos, un joven cantautor, llamado Joan Manuel, comenzaba su apogeo. Su disparo hacia la máxima popularidad. Pues bien, este chaval no fue menos. El catalán sufrió la censura de muchas de sus obras maestras. Un ejemplo fue el de su tema “Esos locos bajitos”, que todavía, más de 50 años después, sigue sonando como una merecedora “gran canción”. Pues como decía, esa canción fue censurada por contener entre sus letras; “niño deja ya de joder con la pelota.”
No haré comentarios. Pero todo eso no acaba ahí. También la preciosa canción de “Cenicienta de porcelana” fue vetada por estar dedicada a una prostituta.
Hasta los más crueles 'censuradores' de hoy en día se sentirían avergonzados ante tal estupidez.
Pero es que esto es ridículo, joder (qué pasa, que ambién me querrían censurar a mi?).
Y de esos ejemplos, a puñados. Hoy en día parecen estúpidos, pero tener que plantar sus canciones de estrangis en los conciertos porque alguien los prohibe en el mercado...
En fin. Así está el mudno hoy día.

domingo, 6 de septiembre de 2009

azar, casualidad?

Ella, como cualquier día normal, salía de casa, a la misma hora de siempre para acudir a su clase de clarinete. La verdad, no le gustaba mucho. Ella era más de numeritos, fórmulas y laboratorios, pero su madre se empeñaba en que hiciera algo artístico, y como las actividades físicas no eran lo suyo, tuvo que escoger música. Seis años llevaba en la escuela. Seis interminables años.
Salió de casa guardando las llaves en su bolso de D&G de 300euros, mientras se abrochaba los botones de su abrigo de la nueva temporada, la envidia de cualquier chica adolescente. No para ella. En el exterior hacia frío. Atravesó el inmenso jardín de flores y fuentes y al salir cerró la verja de madera antigua. Encendió su iPod Touch y comenzó a andar calle abajo. Iba con tiempo de sobra para coger el tren, por lo que caminaba lento...

Él salió de casa dando un portazo mientras oía de fondo a su padre gritar y a su madre, posiblemente, acurrucada de nuevo en la esquina del baño. Con su blog de dibujo en una mano y la chaqueta vaquera en la otra, bajó los cuatro pisos hasta llegar al portal del edificio. Abrió la puerta mientras un suspiro de desesperación de escapaba de su boca. ¿A dónde voy ahora? Se dijo. Ni siquiera él lo sabía. Caminaba sin rumbo, con la mirada perdida mientras se preguntaba en qué momento su vida había cambiado tanto.
La estación de tren apareció frente a sus ojos. Un buen lugar para ir a ninguna parte. Para desaparecer. Esperó a que llegase un tren caminando con la mirada fija en el suelo a través del andén y se montó. Recorrió los pasillos del vagón buscando un asiento libre junto a la ventanilla. Se sentó y colocó sus ojos en la butaca que estaba a su lado. El tren se puso de nuevo en marcha.
Próxima parada...
-Perdona, ¿estos dibujos son tuyos?
Una chica inmensamente preciosa, bien vestida, con una sonrisa sincera, pero no feliz que portaba un instrumento musical, hizo la pregunta.
-Sí, es mío - contestó él, torpemente.
-Dibujas muy bien
-Gracias - respondió mientras notaba como se ruborizaba.

Ese fue el comienzo de una historia que nunca acabó.

jueves, 3 de septiembre de 2009

palabras, estrofas, párrafos

Una de mis actividades favoritas del verano y el NO-verano es leer. Sí, me gusta leer y mucho. Ahora mismo estoy enganchada a "La ladrona de libros". ¿Seguro que es didáctico escribir una historia sobre una niña que se dedica a hurtar libros? Bueno, nadie dijo que se tuviera que aprender leyendo. Sin embargo, tengo la impresión de que a mí sí me ha enseñado algo, pero no sé el qué.
Abro de nuevo el libro, para reanudar la lectura, para volver al mundo imaginario, a ese otro mundo con su propia historia, que solo había abandonado momentáneamente. Aparto con ciudado ese marcapáginas-postal que vino desde Turquía con gran cariño para mi. Ese marcapáginas tan especial y que me gusta tanto...
¿Por dónde iba?
Nunca me cuesta mucho retomar el hilo de los hechos. Me aislo del resto del mundo. Ahora no me importa quién hable, quién llegue o se marche...
Dudo incluso si me percataría si ocurriese algo interesante fuera de estas cuatro paredes que he asignado como 'mi habitación' y que ha sido elegida como mi propio templo de lectura.
Puedo pasar minutos, horas leyendo. Incluso me atrevería a decir que el día entero, si no fuese por las necesidades fisiológicas de las que dispongo, al igual que cualquier bicho viviente.
¿Cuántos millones de libros existen en el mundo? ¿Cuántas historias ficticeas pueden captar la atención de una persona normal y corriente? No lo sé. Y creo que nadie puede contestarme.
Repaso las páginas de papel reciclado de mi libro con sumo cuidado para no romperlas. Deslizo suavemente los dedos entre las palabras, los puntos, las comas, hasta llegar al extremo superior y poder pasar de página para continuar y no cesar en el avance de esta historia. Cinco páginas, diez, veinte, cincuenta... que sin darme cuenta voy dejando atrás.
Letras, palabras, capítulos...
"Elena se pasa el día leyendo" le oí decir a mi hermano.
Desde fuera puedo parecer un ratón de biblioteca, que solo sabe leer...
Sin embargo, es un buen pasatiempo. A mí que no me quiten lo bailao.

martes, 1 de septiembre de 2009

dijo El Sabio

Lo bueno de los años es curan heridas,
lo malo de los besos es que crean adición.

Si yo acabo de llegar

No pretendo que esto sea un diario, ni nada por el estilo, donde cuento mis batallitas día a día. Ni siquiera quiero que este blog sea lider en visitas, o que tenga visitas simplemente. Solo estoy escribiendo porque me apetece hacer algo para pasar el rato, para que mis historias queden bonitas con coloritos, títulitoss en negrita y demás, para mejorar mi forma de expresión, que falta me hace y si también me sirve para desahogarme como un buen profesor que tuve me dijo, pues mucho mejor.
Es verdad que durante todo el año trabajamos muy duro: que si exámenes, trabajos, deberes... y luego están las extraescolares. Fántasticas, no digo que no, pero quitan demasiado tiempo. ¡Que me lo digan a mí! Pero, por fin, tras todo un curso escolar esperando, llega el ansiado verano. Y se agradede. Que si playa, dormir hasta las tantas, no dormir hasta las tantas, salidas, llegadas... En fin, un no parar. Un lujo de vidad, no vamos a decir que no... Pero después de dos meses de vacaciones, hablo por mí, hay que hacer algo. Y no es que quiera volver a estudiar, ni mucho menos. Pero sí me apetece hacer cosas distintas. Simplemente para no estropear casi tres meses haciendo nada.
Es por lo que he decidido escribir esto. Ni más, ni menos. Y cuando acabe el verano quiero y PUEDO seguir escribiendo, lo haré. Bien sûr.