miércoles, 30 de diciembre de 2009

Yo mataré monstruos por tí.

Salí al balcón. Para quedar a penas un día para finalizar el año, no hacía demasiado frío. Una suave brisa de viento chocó contra mi cara. Cerré los ojos para poder sentir un poco más ese ligero suspiro del cielo, que emanaba libertad y frescura a partes iguales. Siempre he querido ser por un día una brisa de aire puro. Salir de algún lugar sin explorar, sin conocer. Viajar, ir hacia donde las fuerzas te lleven. Disfrutar del bello paisaje que te encuentras por el camino y difuminarse allí donde tenga que ser, sin importar nada más...
Volví a la realidad cuando un pájaro pasó por delante de mí, aleteando hasta alejarse. Esa pequeña perturbación hizo que bajase la mirada hacia la calzada, donde un señor paseaba a su perro con una vieja correa, una pareja caminaba de la mano por el asfalto y una furgoneta, color blanco, atravesaba la carretera con las luces encendidas, dejando a su paso una pequeña sombra.
Viendo a toda esa gente, ajena a mi existencia, supe que todos tenemos nuestra historia, que continúa día a día, y que se mantiene aunque los demás ya no nos vean, aunque nadie esté pendientes de nosotros. Y por mucho que apretemos con fuerza los ojos y nos negemos a abrirlos, mi vida, tu vida, su vida, continua a pasos agigantados y sin vuelta atrás. Sin poder remediarlo ni tan siquiera un segundo.
No pude evitar alejar mis pensamentos del mundo real, como tantas veces hago al cabo del día. Recordaba a tanta gente que ahora mismo, mientras mis ideas van y vienen, están disfrutando o no, de sus vidas. Todos y cada uno estarán a sus cosas, algunos más que otros, pero todos de forma diferente.
Asi pues, el recuerdo de alguien volvió a mi. De ese alguien especial. Pensaba qué estaría haciendo él ahora. Seguramente no tendría nada que ver con lo que estaba haciendo yo, pero viceversa, que era pensar en él. Sin embargo, una sonrisa se escaba de mi interior y se plasmaba en mi cara. Evitaba por activa y por pasiva dedicarle un minuto de mi tiempo, ni tan siquiera un segundo, me decía a mí misma. Tarea imposible. Nunca nada había sido a priori tan fácil y luego tornarse en algo tan difícil... Todo aquello me superaba y no sabía cómo remediarlo. Por mucho que intentara no mirar hacia atrás, de no pensar en nada que me recordase a él, había una fuerza invisible, con principios de masoquismo, que hacía que mi cabeza se girase una y otra vez, volviendo la vista atrás, recordar. Y torturarme.

Empezaba a anochecer. El frío había empezado a levantarse, ya no quedaba oculto en un tranquilo día de diciembre. Me di cuenta que las luces de la calle ya estaban encendidas, que el cielo había pasado de un color azul turquesa a uno en un tono más oscuro. Y que yo, debía volver, de nuevo, al mundo real.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Una pequeña sonrisa a cambio