domingo, 20 de diciembre de 2009

¿Fin?

Ascendemos. Las nubes quedan bajo mis pies y con ellas, los recuerdos. Aquellos bellos momentos, circunstancias y situaciones acaparan todos mis pensamientos. El solo hecho de saber que será la última vez que veo y siento estas tierras tan cargadas de felicidad me sobrecoge. Mis ideas vuelan entre todos y cada uno de los detalles vividos. He embarcado con la sensación de haber aprovechado cada segundo al máximo, así como las oportunidades dadas. En este viaje, he sido feliz, pese a haber derramado alguna otra lágrima. No me importa haber caminado cabizbaja pos las calles de Bucarest, pues los momentos de risas, chispas en los ojos y mariposas en el estómago han ocupado el 99% del tiempo. El 1% restante es el parecido de la Calle de la República con Oxford Street.

Algunos piensan que probablemente no volveremos. Pero eso no se puede saber, por lo que solo me queda la esperanza. La esperanza de que un día, en ese llamado futuro próximo, coja las maletas, monte en un avión, aterrice de nuevo en Otopeni, un autobús me devuelva a Brasov y que él me esté esperando con los brazos abiertos y esa sonrisa suya inborrable incluso en malos tiempos.
No importaría si fuese invierno y tuviera que pasar los días y noches a -15º C, o si fuera verano y los helados no sofocasen esos 30º C a la sombra. No importa nada de eso si las ganas y el recibimiento son de primera calidad, aunque viajara en un vuelo de bajo coste.
Haría y daría lo imposible por no encontrarme ahora mismo donde estoy. Me gustaría cerrar los ojos y teletransportame y verme de repente caminando por la calle de la Cuerda o bailando en la discoteca de “El Niño”. Me enccantaría que esta aventura que comenzó hace siete días no cese, dejando atás la nostalgia. Sin embargo, en apenas 3 horas, estaré de nuevo en tierras españolas.
Estos días he dormido una media de dos-tres horas en toda la noche. Mis compañeros apuran cada minuto de espera y viajes de un lugar a otro para poder pegar una pequeña cabezada que les haga reponer energía. Yo no puedo. Mis ojeras están bien pronunciadas. El tono de mi piel alcanza un blanco-amarillo tan pálido que asusta. Los desajustes rutinarios están acentuados en mí y las durezas de pies y manos empiezan a ser una realidad. Se podría deicir que sí, que mi imagen es deprobable. Sin embargo, estoy más despierta que nunca. Morfeo no ha llegado a mí y solo puedo escribir, mientras puedo ver tras la ventanilla a mi izquierda, el bello paisaje que por desgracia, estoy dejando atrás.
Ayer me preguntaba que por qué no quería volver a casa. Todos piensan que no echo de menos a mi familia. Eso no es cierto. Pero a ellos los veo 365 días al año y a la inmensa cantidad de gente increible que he conocido en tan poco tiempo y en concreto a él, no los veré, dejémoslo en un período de tiempo. Eso hace que un sentimiento me reconcoma y pensar por qué las buenas situaciones duran tan poco. Por qué la felicidad es tan efímera y se alejan cuanto más cerca está, cuando quieres el tiempo se congela, que ese momento dure para siempre, que el fin no aparezca por sorpresa en la puerta.

Esta mañana me dijeron que el cielo es internacional. Así pues, si te extraño, me conformaré con mirar al cielo y recordarme paseando junto a tí en el castillo de Bran.

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Una pequeña sonrisa a cambio