jueves, 26 de noviembre de 2009

Caminante no hay camino...

En muchas letras de canciones, argumentos de películas, panfletos y demás, podemos ver o escuchar eso de que la vida pasa y con ella, nosotros.
El otro día caminaba frenética por la calle principal del pueblo donde habito, viendo como atardecía y sabiendo muy a mi pesar, que los apuntes de historia me esperaban.
'El tiempo se me echa encima', pensaba. Aceleraba un poco más cada paso, cuando una madre iba de la mano con su pequeña niña que no superaba los seis años. Se cruzaron ante mi. Pude oir a duras penas como la señora madre le decía a su criatura: '¿Vamos a comprar unos gusanitos?'. En ese momento, mi ritmo bajó considerablemente. ¿Dónde quedaron aquellos días de siestas, tele y parque?. ¿Aquellas tardes en que lo más importante era saber lo grande que era el bocadillo de nocilla de la 'mirienda'?. Probablemente se perdieron. Para siempre.
Fue entonces cuando aparecié donde me encontraba. Cuál era mi situación. La expresión que utilizan las madres cuando se enfadan o nosotros mismo cuando estamos ante un momento de ira y rencor, llegó a mí: Ya no era una niña.
Debía olvidarme de los/las chuches despué del colegio, de correr, de andar en bici... lo que me tocaba era sentarme frente a mi escritorio y mis apuntes, con Robespierre, Adam Smith o David Ricardo como únicos acompañantes.

Sin embargo, esa misma tarde, en la que madre e hija disfrutaban de una tarde verano-otoñal, pude ver también, en ese trayecto, destino mi casa, a una chica de más o menos mi edad, con un bebé en el carrito. Un bebé de verdad. A ella la conocía. Ella a mi también. De lejos pude apreciarla, no la reconocí.
Parecía una adulta cuidando se su hijo. Al toparme con ella frente a frente, mi paso se volvió más parsimónico de nuevo. ¿Tanto hemos crecido? ¿Tanto hemos cambiado, que ya podemos incluso tener descendencia?
Seguí caminando, ¿qué más me iba a ocurrir esa tarde?. Mis pensamientos vacilaban entre atribuir esto como pura casualidad o plasmarlo todo en una metáfora. Puede que lo segundo fuera más divertido y entretenido hasta llegar a casa.

Durante ese trayecto, pude observar el camino de la vida, el que sigue la niña de seis años y sus gusanitos, mi conocida y su bebé y el anciano que esperaba para cruzar en el paso de cebra. Incluso tú y yo. Todos recorremos ese sendero que nos depara todo o nada, según nuestro beneplácito, que nos guía a evolucionar, cambiar, seguir adelante. Y no parar. Y si hay que hacerlo, que sea solo para, momentáneamente, atarse los cordones de las zapatillas.
El camino de tu vida puede ser largo o corto, pero eso no depende en ser más o menos intenso. Por ello, supongo que no hay que caminar aprisa, pensando en el examen de historia. Agobiándose por el tiempo, si es pronto o tarde. Si anochece o no. puede que lo importante sea disfrutar del lugar, del trayecto en el que te encuentras, observar los escaparates, comos si fuera la última vez que volvieran a estar allí, saludar a todos y cada uno de los transeuntes que caminan despreocupados, emitiendo una sonrisa que alegra el camino. Y que cuando se llegue al destino elegido [mi casa], no haya lugar para arrepentimientos por haber dejado de entrar en alguna tienda para comprar alguna tontería. Que todas las cuentas queden saldadas. Nuestro camino debe continuar. Es ley de vida.




... Se hace camino al andar.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Brainstorm

Paradigma. Agonía. Milagro. Presión. Distancia. Sodomización. Disciplina. Preocupación. Danza. Lejanía. Atención. Tiempo. Alegría. Pasado. Muerte. Presente. Despreocupación. Locura. Emboscada. Madrid. Camino. Lucha. Trance. Electricidad. Rabia. Eternidad. Saliva. Melancolía. Mito. Misterio. Pájaro. Suavidad. Adiós. Azar. Lágrima. Miedo. Desgarro. Furia. Timidez. Hiperactividad. Desdicha. Compasión. Renacimiento. Fatalidad. Resurgimiento. Temor...

De repente, no supe continuar. Durante varios minutos, apunté en un cuaderno todos aquellas palabras que bombardeaban mi interior. El reproductor de música pasaba aleatoriamente cada canción. Yo apuntaba mis impresiones. Mis primeros sentimientos. Los escuchaba como si fuera la primera vez que llevaban a mis oídos, olvidando que, realmente, conocía cada estrofa.
Joaquín Sabina, Edith Piaf, Tchailovsky, Antonio Vega o Joan Manuel entre otros.
Cada una me sugería una valoración que apuntaba decidida.
Sin embargo, la siguiente obra de arte me bloqueó. No supe continuar. La magestuosidad de aquella melodiosa composición, basada en una misma repetición de la estructura durante cinco apasionantes minutos, me quedó completamente perpleja. Olvidé al primer acorde y cuál era mi cometido para poder disfrutar de aquella delicia.
He escuchado esa composición miles de veces. He proporcionado mi propia versión vulgar del tema, sin llegar con ella, ni a la suela de los zapatos a J., con todos los instrumentos musicales de los que tengo conocimiento. He llegado a odiar la misma por un exceso de ensayo. Admeás, contiene un gran significado emocional que es capaz de persuadirme en cualquier momento. Aún así, aquella vez, fue algo distinto. El volumen del reproductor mostraba su máximo y yo, con mis ojos cerrados, visualizaba cada voz, olvidando los antecedentes de este tema, preocupándome simplemente los fortes y crescendos. Cada melodía bailaba en mi interior.
¿Cuál es la palabra que mejor se adapta? Perfección armoniosa.
Sí, esa es lo que buscaba. Aunque la expresión sigue siendo pequeña. Él no se merece menos.

Pequeño y humilde tributo a Johann Pachelbel, por su fantástico canon in D, que consguió momentáneamente olvidar para poder disfrutar.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Ella, abatida, lloraba en el suelo. Su rabia, furia, desconsuelo y temor compartían reproches en el pañuelo de la desolación.
Se sentía sin fuerza, como una pobre pusilánime sin el valor de ponerse en pie.
Cohibida, bloqueada, apagada, deseosa de desaparecer del mapa, borrar su huella. Desaparecer.
La lluvia intensa le mojaba el cuerpo, inundaba su pena.
Él apareció sin ser llamado, con su paragüas oscuro, entre aquella soledad. En su rostro, se mostraba una sonrisa de compadecimiento. De cercanía.
Lentamente, estiró su mano, a la vista de aquella muchacha, carente de espíritu.
-Levántate. No se pierde por haberse caido. Se pierde por admitirlo y permanecer haciendo compañía al suelo.
-¿Por qué has venido? - dijo la chica, más aturdida aún. Una lágrima se derramó a través de su mejilla.
-Sentí que necesitabas ayuda – se limitó a contestar. Un brillo de sinceridad inundaba sus ojos.
La muchacha estiró su brazo y entrechocó su mano con la de su salvador. Sintió su calor, su fuerza, sus ánimos.
Él la ayudó a levantarse, sin, en ningún momento, borrar esa sonrisa de su rostro que daba tanta fuerza a la muchacha.
Sintió entonces, que debía continuar y no mirar hacia el pasado. Pensar que todo empezaba en ese instante.
-Gracias – dijo ella, con un ligero titubeo.
La agonía y el sufrimiento se fueron junto al dolor.
Lo peor había pasado.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

-Y de ese modo el león se enamoró de la oveja.

Sin embargo, en esta historia, no había león ni oveja. Ni oveja ni león. No había ser superior. Nadie más adelantado en la cadena alimenticia y mucho menos, sentimientos correspondidos. Solo estaba ella. Ella y su recuerdo hacia él.
La chica pensaba en ese muchacho, gastaba cada segundo libre para dedicarle un pensamiento, un suspiro, una sonrisa. Le seguía con la mirada cuando le tenía cerca, le añoraba cuando estaba lejos. Le recordaba feliz, triste, sorprendido. Permanecía constante en su mente...
Quería sentirle a su vera a cada instante. Saber que iba a estar con ella, en sus peores momentos, cuando tocara llorar y además reir.
Pero eso formaba parte de su única fantasía, alejada como tal de la realidad pura y dura. Esta realidad mostraba que él no compartía sus mismos sentimientos. No le correspondía.
No le brillaban los ojos cuando hablaba con ella. No se le escapaba una media sonrisa cuando mantenían conversaciones poco o muy importantes, ni deseaba que el tiempo se detuviese para toda la eternidad y así poder sentirla cerca. No estaba deseando que llegara el momento de volver a verla, ni maldecía a la vida porque pasaría días sin saber nada sobre esa muchacha.
No.
No ocurría nada de eso. En esta historia, puramente real, el león no se plantea enamorarse de la oveja. Ni siquiera sabe que existe. Prefiere mantenerse con los de su mandada. Limitarse a no complicarse la vida. Quedarse con ofertas mejores que con un simple animalejo débil y feo.
Por el contrario, la oveja tiene que conformarse con admirar al león. Suspirar por él. Pero siempre bajo el anonimato. Sus sentimientos quedan supeditados a la realidad. Este peludo animal se tiene que conformar con la jerarquía de su cadena alimenticia, resignándose a comer hierbas, manteniéndose siempre bajo un perímetro de seguridad, sabiendo dónde están sus límites y asumiendo, no comprendiendo, que no puede fijarse en un animal así, está fuera de su alcance.
En esta historia no hay león ni oveja. Ni oveja ni león. Solo la chica que tiene que conformarse con sentir aquel aroma, aquel calor, aquella lejanía.
Ella tendrá que admitir ese tan odiado “solo amigos”.

-¡Qué oveja tan estúpida! - musité.
- Qué león tan morboso y masoquista.