jueves, 21 de enero de 2010

Giro de lo invertido

Juguemos a ser diferentes, a viajar con las sensacionaes, a imaginar lo posible, a lograr lo intocable. Rocemos lo caótico, acariciémoslo con la punta de los dedos, con el tacto impaciente.
Extrapolemos los sentidos, hagamos de cualquier ligero agravio una leve apología. Encendamos las ideas, agrandemos las luces. Desafiemos las leyes de la elasticidad, gravedad o relatividad. Cuadrangulemos el diámetro angular, sigamos la línea perimetral. Cohabitemos con el fuerte hálito, despojemos la flaqueza y debilidad. Recitemos en prosa, relatemos en lírica.
Escuchemos el embriagador sabor del desconcierto, de la duda, del acierto.
Acomplejemos la monotonía, mordamos la manzana de lo ameno.
Armonicemos los cantares, compongamos lo cifrado, escribamos las voces, toquemos las fuerzas creativas, la mágia contextualizada.
Deleitemonos con el placer de la actividad, vitalidad. Llenemos nuestros rostros de sonrisa, de júbilo, pues un nuevo día ha comenzado.

domingo, 17 de enero de 2010

Enajenación leve y transitoria

Y no supe continuar. Mis ojos se clavaron en tí con tanta fuerza que pude asombrarme al ver que no tenías ni un solo rasguño, ni una marca de mi acto. De mi intención hacia tí. Mi cuerpo quedó paralizado para contemplarte, para asombrarme de tu naturaleza y de esa jovialidad desprendida.
Mis manos se agarrotaron. No podían moverse, por mucho que intentaron estirarse para tocarte, sentirte y poder ver que eras real. Que eras real y que estabas presente, frente a mí. No sabía que decirte, contarte o explicarte. Mi cerebro había cogido vacaciones temporales y se negaba a obedecer. Cada músculo, articulación, quedó en un simple stand-by que aumentaba aún más mi vergüenza. Quise echar a correr, alejarme de donde yo estaba, donde tú estabas o darte un abrazo hasta estrujarte, para que supieras cuánto me alegraba de verte...
Nada de eso ocurrió. Yo permanecí inmóvil ante tí. Tú sonreías sin saber qué decir. ¿Algo referente al tiempo, a las vacaciones? ¿O quizás algún otro comentario estúpido respecto a cualquiero cosa superflua? Nada. Ni tú ni yo avanzamos, ni retrocedíamos. Yo por no apartar la vista de tu sonrisa, por querer congelar ese momento unos diez mil años luz, por contemplar ese rostro una y otra vez hasta desgastarlo, hasta que mi cuerpo no consiguiese mantenerme en pie. Tú querías acabar con esa situación incómoda, alejarte o quedarte, pero romper el embarazoso silencio. Quizás dar media vuelta y echar a correr fuese tu elección más adecuada, pero no la escogiste. No de momento. Quisiste hacerme sufrir un poco más. Te acercaste lentamente arrastrando los pies, estirando un brazo y tu mano se deslizó suavemente por mi rostro. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Sonreiste y te giraste. Poco a poco desapareciste. Algo en mí se desequilibró. Por un momento deseé desmayarme o echar a correr hacia tí. Nada ocurrió. Me quedé contemplando como te ibas, esperando ya el regreso.
Estoy en la frontera entre tus besos y mi decepción.

martes, 12 de enero de 2010

Purpurina en tus manos

Frente al espejo se obsevaba de arriba a abajo. Quería estar guapa, ponerse sus mejores atuendos y su más espléndida sonrisa para salir a la calle, para demostrar al mundo que quería sonreir. Pero también para verle a él.
Directa o indirectamente le quería enseñar lo mejor de ella misma. Se pasaba horas con el secador y el pintalabios en la manos solo para llamar su distraída atención. Para decirle que aquí estaba ella. Solo para él y para sus ingenuos ojos que poco o nada sabía de los sentimientos de la chica. Ella no quería declararse. Ni siquiera insinuarlo. Solo pretendía que él girase su cabeza cuando ella pasaba a su lado, con una pequeña sonrisa, de esas que dejan ver los dientes.
Ella salió de casa, con sus mejores intenciones, con una pequeña ilusión. Con la esperanza de que quizás él le saludase, le dijese 'qué tal'. Sin embargo, sus miedos e incertidumbres ganaron de pronto la batalla a sus ilusiones. Se veía inferior, poca cosa. Eso le causaba una derrota hacia ella misma y hacia la visión de los demás. Y la de él.
Tiró la toalla antes de comenzar la partida. No se quería. No se dejaba querer. Dejó esas pequeñas mariposas que revoloteaban en su interior guardadas en un pequeño cajón, impidiéndolas salir. Volar. Y con ellas, la muchacha también quedó rezagada en la carrera y cuando a penas había salido del portal ya estaba retrocediendo, volviendo a abrir la puerta, con la derrota en los ojos. Con la partida prácticamente sin empezar. Se quitó rápidamente las ropas y con una toallita mojada limpió su cara de todo aquel maquillaje. Con ayuda de una goma, se recogió el pelo en un trapajoso moño. Tiró sus ilusiones por el retrete al tiempo que volvía a sus películas de sofá y helados de chocolate. Y se conformó con una retirada, quedarse con un seguro 'no' en lugar de luchar por algo más positivo.

domingo, 10 de enero de 2010

A veces

A veces me gusta asomarme a mi pequeño balcón y notar ese frío viento en mi cara, al tiempo que mi nariz se enrojece de una forma demasiado graciosa, hasta que la cordura vuelve momentáneamente a mí y regreso a mi dulce hogar.
Frecuentemente, salgo de casa sin paragüas, ignorando los antecedentes lluviosos de la región y regreso con agua hasta en los calcetines. Otras veces, paseo el cubrecabezas mientras un Sol radiante inunda la calle.
En ocasiones también lloro, cuando realmente es de alegría, y otras, en cambio, río por no llorar. Hay veces que pego un brinco cuando me pitan los oídos, pensando que alguien puede estar pensando en mí, aún sabiendo que eso es más irracional que otra cosa. O también, giro frenéticamente la chapa del refresco, repasando mentalmente el abecedario, esperando a saber qué letra me tocará a mí.
Fortuitamente, entre momentos de locura esporádicos, hablo sola, contándome a mí misma o a mi amigo imaginario mis inquietudes, mis experiecias, mis anécdotas.
De vez en cuando, transcurren horas jugando a los aburridos pasatiempos del móvil, con la absurda intención de que probablemente suene, que alguien esperando marque mi número y yo salte de la ilusión.
Otras veces, masco fuertemente el chicle de no importa el sabor para intentar hacer una burbuja enorme, con tal mala suerte, que siempre se estampa en mi cara, dejándome trozos de chicle pegajosos.
Alguna vez que otra, salgo de casa corriendo, aunque me sobre tiempo para llegar a mi destino. Sin embargo, hay cuando decido caminar a paso lento, observar el paisaje. Así es mi andar discreto.
Incluso, a veces, tengo que poner el despertador a las diez de la mañana para no llegar tarde. Me consuelo con pensar que, no es una hora demasiado tarde. Sepamos todos que el tiempo, al igual que otras muchas cosas, es relativo...

viernes, 8 de enero de 2010

Ciento-veinte pulsaciones por minuto

La lluvia golpea fuertemente contra la ventana, como si la rabia y la furia se apoderasen de ella y quisiera vengarse, desahogarse. Las gotas de agua resbalan por el cristal hasta morir en el alféizar de la ventana, dejando un rastro, un camino mojado de lo que fue su vida.
Las nubes negras se acentúan aún más en el cielo, haciendo notar su bravura extrema, como si fuesen las dueñas del aire.
A lo lejos, más allá de mi ventana, montañas cubiertas de una fría capa de nieve, dejando ver, para quien no lo supiera ya, que estamos en el crudo y bello invierno.
Mientras, yo, sentada en el sofá, al calor de una pequeña manta roja y un café sobre la mesa, escribo esto. Una película de esas de “Cine en Familia” suena en televisión. No acertaría a decir su argumento. Ni siquiera el título. Tampoco importa demasiado.
Cierro los ojos, aún sabiendo que las posibilidades para quedarme dormida superan la media. Pienso en todo, o en nada. En esto y en aquello. En las vacaciones, con un final muy próximo. Pienso en lo que haré más tarde, en lo que hice por la mañana...
Las ideas vagabundean por una calle desierta, sin encontrar un emplazamiento fijo, sin saber a qué atenerse.
De repente, me acuerdo del sueño de la noche pasada. Algo difuminado y borroso, con ciertos toques de subrrealismo y estilo.
Llegan a mi cabeza imágenes sueltas, de esas que si se agrupan todas juntas, sin excepciones, forman una barbaridad.

En el sueño aparecía yo, mirando a alguien. Alguien a quien conocía de sobra. Él también me vio a mí y se acercó con la naturalidad que le caracterizaba. Me preguntó algo, que no supe contestar. Añadió que el domingo debería pasar una prueba, al tiempo que rozaba sus labios con los mios. Desapareció. En los sueños es fácil aparecer y desaparecer, pues un leve parpadeo y ya no hay nadie a tu alrededor.
Esa escena, hizo que mi corazón ficticio o real de la ensoñación se volviese loco, aumentando sus pulsaciones, a un ritmo mayor del permitido.
Pensé que ahí me despertaría, como siempre en el mejor momento, pero no fue así. Otras escenas aparecieron, de esas no me acuerdo. Cogieron la etiqueta de poco importantes. Hasta que él volvió a aparecer. Esta vez no se acercó, permaneció en la distancia, sonriendo.
Yo lo veía, y dudaba que él me viera a mí. Y otra vez, mi corazón volvió a acelerarse, perder el control, como si acabara de correr tres, cuatro, cinco kilómetros.
Pero en ese momento me desperté...

Sigo sentada en el sofá, a punto de quedarme dormida, abandonar papel y lápiz. Desvío la mirada lentamente hacia la ventana, dejando caer un leve suspiro. Puedo ver como grandes copos de nieve caen, derritiéndose al contacto con el encharcado pavimento. Un amago se sonrisa se forma en mi rostro. Es cierto, que de vez en cuando, también nieva en Llosacampo.

jueves, 7 de enero de 2010

Dragan.

- ¿Conoces la diferencia entre un optimista y un pesimista? - preguntó la madre de Emina mirando a Jovan, que parecía haber oído ya eso alguna vez. Un leve conato de sonrisa asomó en sus labios -. El pesimista dice: “Oh, cielos, las cosas no pueden empeorar más”. Y el optimista dice: “No estés triste. Las cosas siempre pueden empeorar”.


Estilo libre

A veces, lo más sencillo, es lo más acertado. Una fijación complicada y absurda hacia algo innacesible viene a ser una pérdidad de tiempo. Una triste obsesión que supera los límites marcados de poco o nada sirve si no es para un dulce martirio. Por lo que, tal vez, bajo un sencillo estilo libre, sin ataduras, sin limitaciones ni imitaciones, esté el acierto. La complejidad de las circunstancias puede volverse un juego de niños cuando las nubes negras formadas sobre los tejados, impidiendo el resplandor de una estrella, se alejan. Cuando un fuerte maremoto con intención de arrasar mar y tierra, queda en una simple marejada y el temor a ser arrastrados, a morir bajo unas aguas enfurecidas, a ser mojado por la fuerte tormenta, desaparece. Simplemente hay que prestar atención a lo sencillo. A todo aquello que siempre ha estado allí, invisible pero localizable, visible pero escondido, como un nido de cigüeñas sobre el campanario de una iglesia, como la sonrisa de un niño.

Y lo sencillo hace crear, festejar. Brillar. Lo sencillo y ligero acerca los detalles más superfluos pero importantes con una sencillez única y característica de lo temiblemente complicado. De lo innacesiblemente imposible, inalcanzable.
Lo sencillo está, aunque los ojos miren hacia otra dirección. Aunque no haya luz, ni oscuridad. Ni la oscuridad de las luces. Ni las luces de la oscuridad. Lo sencillo permanece, ayuda a ayudar. Ayuda a continuar. Guía el camino trazado, la senda borrada, el atajo dudo de la realidad. Lo sencillo es fiel a su esencia, a su existencia. Lo sencillo es así. Insultantemente fácil, ligeramente complicado. Poco predecible, fiablemente presente. Sencillamente genial.

lunes, 4 de enero de 2010

A fuego lento

Ella como otro día, volvía a casa tras una dura jornada laboral. Odiaba su curro, pero aún más, a su jefe. Prepotente, egocéntrico y pretencioso. ¿Se podía pedir algo más?. Todos los días, desde las ocho, esperaba con ansias que el reloj marcase las ocho de la tarde para largase de ese antro de despacho que tenía y no volver hasta el día siguiente, esperando que fuese un poco mejor que el anterior.
Sin embargo, aquel día fue distinto. La gota que colmó el vaso. Tras tres interminables años de duros sacrificios y sufrimiento, el ogro que tenía como jefe le dijo que no volviese más, prescindía de sus servicios, mientras le tiraba a la cara una vieja caja de cartón que contenía sus pertenencias que había ido almacenando durante esos años. Con las lágrimas en los ojos, salió del cuarto de tres metros cuadrados, que había sido hasta entonces su despacho de secretaria patosa.

Mientras subía los escalones del portal, pensaba en su situación. Sola y en paro. ¿Qué iba a hacer ahora?. Y justo en ese momento, cuando sus padres estaban en trámites de separación, se había peleado con su mejor amiga y su novio se había ido con otra.

Al llegar al cuarto piso, abrió la vieja puerta con una pequeña llave de color metalizado, al tiempo que se sacudía los zapatos de charol negro en el felpudo. Se los quitó en la entrada y tiró las llaves a la mesita que había al lado de la puerta. Una vez en la cocina, leyó las cartas del día, mientras dejaba la caja de cartón sobre la mesa: notas del banco, publicidad y el tercer aviso de la casera para pagar el alquiler.
Preparó algo de café a fuego lento, como a ella le gustaba al tiempo que se quitaba la ropa para enfundarse en el calentito pijama de algodón verde que le había regalado su madre por su cumpleaños. Aspiró el aire. Todavía olía a él. Corrió la cortina para evitar la creciente oscuridad que se podía ver a través del cristal. No quería ver otro estúpido programa en la tele, ni comer algo de comida rápida, ni siquiera relajarse leyendo algo de Jesús Torbado, su autor favorito. Solo deseaba que todo lo que le sucedía fuese un mal sueño y que despertase como otro día habitual a las siete bajo el irritante sonido del despertador, fuera su salvación. Se sentó frente a su escritorio bajo una luz tenue pero confortable. Repasó una vez más su deprimente situación. Apoyó los brazos en la mesa y metió la cabeza entre ellos mientras una ligera lágrima se escapaba de sus ojos. Comenzó a llorar mientras gritaba alguna que otra palabra mal sonante para aislar así, su creciente rabia. Tras varias horas, cuando su llanto era simplemente un sollozo entrecortado, se quedó dormida por el cansancio.

Al día siguiente, despertó gracias a un rayo de sol que penetraba entre la persiana e inundaba la habitación de luz. Le dolía mucho la espalda y el cuello. Haber pasado toda la noche en esa incómoda postura no había sido demasiado bueno.

Se estiró, abrió la ventana y un frío viento matinal se incrustó en ella. Miró al e
xterior. El Sol comenzaba a ascender con miedo entre los tejados de las casa, solo unas pequeñas nubes aparecían aisladas en el inmenso cielo y unos pajarillos revoloteaban dejando a su paso un cántico agudo pero tranquilizados. La chica sintió que, a pesar de todo, hacía un buen día y todo debía comenzar de nuevo. Sonreir.
"Además, odiaba ese trabajo de mierda”. Se dijo mientras una ligera chispa nacía de sus ojos.

viernes, 1 de enero de 2010

La mejor historia jamás contada

Érase un hombre que era un poco tonto porque no le gustaba el pescado. Decía que cuando lo comía se sentía pez y veía la necesidad de meterse en el agua.
Por eso siempre se mantenía lejos del mar y evitaba las compras de pescado, marisco o similares.
Cuando va al supermercado, compra pan de ajo porque dice que así ahuyenta a los vampiros. Pero cada vez que soltaba esta explicación, se reían de él, por eso optó por no contárselo a nadie. Un día, que estaba triste porque nadie le hacía caso, no tenia amigos, decidió comprarse un perro. A él le contaba las aventuras que le ocurrían en el trabajo o en el mercado, pero el animal, al que había bautizado con el nombre de “Bread”, haciendo honor a su comida preferida, se aburría bastante con las historias de su dueño.
Así pues, un día decidió abandonarle. Pero primero le dejó una nota en la zapatilla que decía: “la otra tiene un regalo”. Al leerla, el hombre decidió coger la zapatilla y al ver que no había nada, metió la mano. Cuál sería su sorpresa que estaba llena de líquido urinario de su mascota.
Tanto se enfadó que decidió comer pan de ajo para saciar su rabia. Al ver que no había, se enfureció aún más y salió a la calle en plena madrugada.
Caminaba por un parque cuando un vampiro lo atacó. Le mordió el cuello y le chupó la sangre. Antes de que el hombre muriese desangrado, el vampiro le dijo: “Esto te ocurre por no comer pan de ajo. Ahora te vas a joder, cabrón”.