sábado, 11 de diciembre de 2010

El corredor de la suerte

A veces, sigo asombrándome, cautivándome por lo perplejo que puede llegar a ser el destino.
Tras tantos días, infinitos suspiros y miles de ilusiones nuevas, continúo pensando que esto es un sueño, que eres un sueño. Mi sueño.
Pero por algún extraño motivo sé que eres real. Que todo esto es verdad y que estás a mi lado. Y me encanta. Poder sentirte, ver que hay algo es especial, único. Inmejorable. Que todo aquello con lo que esperaba ha cobrado vida y se ha multiplicado por cien.
Nunca pensé que el paraíso se pudiera tocar con la punta de los dedos.
Y es que, cada segundo, cada caricia, cada sonrisa ha quedado marcado en mi ilusión y no desaparecerá. Cada palabra seguirá desgarrándome por dentro, haciendo que enloquezca como desde el minuto cero.
Y ahora, el desánimo y el pesimismo quedaron lejos y las ganas de besarte se intensifican a cada segundo que paso lejos de tu mirada.
A veces me pregunto por qué me cuesta tanto ignorarte, girar la cabeza hacia otro lado cuando escucho tu voz o no sentir nada cuando me miras. Realmente, perdería el tiempo si quisiera intentar fingir que todo eso es verdad. Llega un momento en el que no merece la pena ocultar lo que está verdaderamente claro.
Y por extraño que parezca quiero que las ganas de besarte, quererte, llamarte no desaparezcan nunca. Que este estado de felicidad incomprendida dure una pequeña eternidad.

viernes, 1 de octubre de 2010

Estampida

Cerrar los ojos e imaginarte. Un pequeño placer que me hace enloquecer. Abrirlos de nuevo y encontrarte frente a mí. Un gran motivo para perderme entre mis pensamientos y ni siquiera molestarme en buscar la salida.
Consigues que alcance el cielo cada vez que te toco, que pierda la cabeza cada vez que siento tu respiración y que mi sentido común desaparezca cuando decido ingenuamente sostener tu mirada con la mía.
Hago promesas sin sentido con mi coherencia para mantenerme firme al escuchar tu voz, tus quejas, tus suspiros. Intentar controlar la situación resulta tan difícil como estúpido.
Y es que hasta el más insignificante detalle cobra vida propia para alimentar aún más mis ilusiones, este estraño trance del que no quiero salir. No estaría bien acabar con el cuento cuando todavía no ha hecho más que empezar. Queda mucho que contar, demasiado que escribir y aún más por vivir. Porque todas las emociones no se pueden plasmar con un boli y papel.
Ni siquiera, a veces, hay palabras suficientes que se acerquen ligeramente a lo que en realidad se siente, se desea decir, se quiere expresar.
Las emociones, risas, besos y abrazos se agrupan en un extraño cúmulo de circunstancias que forman una mezcla explosiva capaz de hacer olvidar hasta el detalle más importante de la vida terrenal.
Hace demasiado tiempo que levanté los pies del suelo, que vivo alejada del resto de los mortales y sin embargo, ya no siento vértigo, porque sé que pase lo que pase, hay una mano que estará dispuesta a sostenerme, una sonrisa que conseguirá que me olvide de todo lo demás y unos labios que me harán delirar al contacto con los míos.

viernes, 11 de junio de 2010

Vértigo

Y si el tiempo pasa, que me lleve con él y me aleje de los recuerdos acumulados en una vieja maleta que no tiene destino marcado, como yo. Viajaré sin dirección, y nos encontraremos en el camino.
Los tipos duros no bailan. Ni lloran. Y las niñas que no creen en los cuentos de princesas tampoco. Pero quiero sostener tu mano durante una pequeña eternidad. Brindar a tu salud, contagiarte mi risa.
Nadie puede comprenderlo. Cada uno tiene su propia historia y ésta es la mía. La que yo decidí crear. Aquella en la que no hay protagonistas, pero sí un final trágico.
Nuestros días están infinitamente numerados, como las habitaciones de un hotel, donde cada una guarda un pedacito de vida.
Los rayos de verano transpasan las cortinas plasmando el principio de algo que no llega.
Pero esta noche seremos el mar y la arena salada de la playa. Tu boca susurrará palabras de deconcierto para mis oídos, haciendo que mi cerebro trabaje demasiado. Un colapso frenético amenaza con llevarse por delante todo lo que encuentre a su paso.
Mañana ya no quedará más que el susurro del viento al paso por el desierto.
Quiero seguir en esa nube formada por algodón de azúcar que flota inconsciente en el aire, esperando al ciclón.
Estoy preparada para la tormenta. Para que el desastre arrastre cada pedacito de mí y provoque una catástrofe mundial.
He recibido instrucciones para permanecer calmada por muy fuerte que azote el viento. Yo intentaré no despeinarme, ni inmutarme lo más mínimo aunque dentro de mí todo se haya descolocado. Ya habrá tiempo para volver a recomponerlo.
Quizás tú decidas rescatarme, bajarme de esa nube y haga que pise suelo firme, acaricie la realidad soñada. La esperanza hecha deseo. Deseo que aumenta cada segundo, multiplicándose a la velocidad de la luz. Esta función logarítimica debe detenerse. Permitirme descansar un segundo. Tomar una bocanada de aire para seguir adelante. Y observar todo desde una perspectiva alejada. De visitante. Solo así podré ver que eres real, pero tus intenciones solo son un fruto ingenuo de mi imaginación.
Pero volvería a cometer el mismo error una y otra vez, una vida tras otra si eso me permitiera seguir admirando de las maravillas de la naturaleza. De la perfección de tu sonrisa.
No estoy pidiendo una segunda oportunidad. Me conformo con poder tener una primera. Disfrutar de los placeres de la vida. De un solo minuto más contigo.

sábado, 29 de mayo de 2010

Carry me home

Desearía sorprenderte de una forma tan sencilla como sólo tú sabes.
Haces que cada palpitación se vuelva insoportable aquí dentro. Que cada cuerda vocal sufra al intentar emitir un sonido. Que yo consiga descifrarte, abrirme paso entre lo que quiero decir y lo que al final consigo titubear.
Sé que cada minuto es único, pero también inmejorable. A veces dudo si lo ocurrido es fruto de mi imaginación y lo visiblemente presente es algo que semeja a la cordialidad. Y nada más.
Pero aparecer como cada día, suspirando antes de que te gires te sonría, me sonrías y encontrar un pedacito de tí, de tu dulce perfección en un rincón, sabiendo que es únicamente para mí y mi esperanza, hacen que me tiemblen las piernas como a una pobre niña pusilánime incapaz de contener sus emociones, fingiendo al tiempo que la situación está controlada. Porque en realidad, no es así.
Oscilo entre aprender a vivir con la ilusión o con el olvido.
En poco tiempo, la una sucumbirá a la otra. Se fundirán en una y todo cuanto creí haber alcanzado, se esfumará con total sutileza.
Quiero que quieras. Quiero odiarte, ignorarte, desearte aún más.

jueves, 27 de mayo de 2010

Tierna y dulce historia de amor.

Si pudiera, congelaría el tiempo. Atrasaría todas las manecillas de los relojes para disfrutar una vez
Con tanto y con tan poco...
Y si yo lo creía perdido, las ganas de revolución aparecen con más fuerzas. Los restos del cansancio quedaron bajo tierra, ahí es donde deben estar.
Lo mío está agrupado también en pedacitos de canción con nombre y apellido propios. Volemos lejos. Atravesemos el cielo azul sideral fuera de cualquier mirada o comentario. Dame la mano. Es un viaje largo, pero no sentirás ni un ápice de esas duras turbulencias. Espero que no tengas miedo a las alturas. No estaría bien borrar esa sonrisa de niño bueno de tu cara por culpa del vértigo.
Puedes cerrar los ojos, vamos a despegar en un segundo. Y no volveremos.
Hay un mundo nuevo que nos espera, creado únicamente para nosotros. Elegí tropezar en tu regazo para tocar el cielo y jugar a enloquecer. A permanecer en el paraíso de la eternidad. De tu eternidad conmigo. De mi maravilla contigo.
Nuestra locura hecha una. Inseparable y compacta. Como mi brillante emoción. Quiero tenerte cerca, que me mires atontado y suplicarte una continuación. Una prórroga para mis sentidos.
Agárrate fuerte. Esto no ha hecho más que empezar.

viernes, 14 de mayo de 2010

Silencio de reloj

Si calculase los días, horas que han pasado desde que te cruzaste conmigo por primera vez, el resultado no sería algo relativamente escandaloso. Tampoco saldría un número demasiado grande si pensase cuánto me queda de paraíso. De contemplar esa mirada. De saber cuándo tendré que decirte adiós por útima vez. No estoy preparada para ese momento. Algo se encoge dentro de mí al recordarlo. Una angustia semejada al dolor cobra fuerza, golpeando con violencia cada músculo.
Yo también tengo vértigo. Quiero que se pare el tiempo. Que se dentenga el momento y se congele el futuro. Que te plasmes frente a mí, que me agarres con fuerza la mano y que me digas que todo va a ir bien. No quiero más destino escrito, ni fronteras dibujadas.
Compondré una balada para tu sonrisa si eso es lo que quieres. Jugaré a improvisar con los sentidos si me lo pides. Perseguiré frenética mis metas imposibles si así consigo retenerte frente a mí. Haré lo que pueda. Lo que tú quieras.
Mi canción desesperada marca un principio, pero no tiene final.
Solo necesito ganas, entusiasmo, intenciones positivas.
Permaneces oculto a mis sentidos como un cofre del tesoro. Yo busqué el mapa que me llevaba a la meta. Lo perdí. No estaba cerca de poder alcanzarlo. Me inventé las indicaciones. Fantaseé con locuras ocurrentes, carentes de sentido.
Y yo, con mi particular bipolaridad vuelvo a suspirar al escuchar tus quejas, contradicciones y rarezas.
Mi cuarto sigue pintado con un tono gris. La luz no traspasa. No aparece ni una sola lágrima de color. Se esfumó con la última esperanza.
Nadie sabe lo que pasará mañana. Yo solo cruzo los dedos para sentir tu respiración en mi espalda. Sentirte en la lejanía. Esa distancia que está tan cerca de hacerme enloquecer. Delirar.

Nada que decir

Hay detalles que marcan una ilusión, un comienzo de algo bonito, lleno de magia y ternura. Hay motivos, hechos que no se pueden explicar con palabras, dibujos, señales.
Hay esperanzas que permanecen aunque la partida esté llegando a su fin y el marcador vaya en contra. Hay cosas irrealizables y otras, imposibles.
Nunca pensé en jugar a arriesgar. Suena demasiado feo perder, avergonzarse. Ese es el miedo a equivocarse. Pero si yo decidí eso, fue por mantener un equilibrio entre mi demanda y tu oferta. Una cierto control que mis emociones fueron incapaces de resistir.
Traspaso fronteras, caminos para llegar a tí. Hago lo que está en mi mano para poder alcanzarte. Sentirte. Pero necesito que la otra parte quiera jugar. Tú decides cuándo arriesgar. Romper esa barrera que llevo tiempo intentando rasgar con mis propias manos y dar otro paso hacia adelante. No importa si invades mi espacio vital. No me sentido acorralada en absoluto.
Pero sé que es objetivo inalcanzable.
En este juego la otra parte está lejos, está distante, a punto de girar la cabeza y echar a andar en la dirección contraria a mí. Y eso me está matando, desgarrando por dentro.
Quiero sentirte al alba, rozar tus dedos y no obtener un nada por respuesta. Desesperarme al oir tu voz. Y que el tiempo se detenga, advirtiendo que la eternidad es nuestra, que podemos disfrutar. Evitar que la angustia se apodere de mí cuando te dejo atrás, despidiéndome hasta la próxima.
La función comienza y termina cuando tú decidas. Eres el dueño de mis palabras y de mi comportamiento.
De mis ganas de abrazarte.

Bipolar

Tu olor se ha quedado impregnado en mí, con la misma facilidad y sencillez con la que mi fantasía e imaginación vuelan libres por encima de los tejados a una velocidad no recomendada. Mayor de lo permitido, apesar de no encontrar un puerto sobre el que posarse. La marea está alta y las intenciones a ras del suelo.
Algún día me derretiré como el vidrio al contacto con las llamas. En algún momento también sucumbiré a la noche y el día para que bajen a ayudarme, a pedir perdón a mis ilusiones, por jugarles una mala pasada y a esperar que todo pueda cambiar. Suceder.
Y es que hay metas difíciles. Imposibles. Ccasi tanto como poder retenerte para escuchar como tu respiración juega acompasada con tu pecho. Pues no hay algo que dure eternamente, pronto podré comprobarlo y no existen los momentos eternos, las paradas de reloj o los kilómetros retrocedidos.
A estas alturas poco o nada se puede hacer por cambiar lo vivido, lo sentido y ocurrido. A veces, me lamento por las cosas que no suceden como se quiere, se desea. Me gustaría poder tener durante un minuto el control del tiempo, las emociones y las circunstancias, aunque sé que ese no es el buen camino para lograr que los acontecimientos lleguen por sí solos sin esperar. Pero estoy cansada de reprimir mis emociones. De querer y no poder. Fingir que todo está bien como está, porque para mí no es así. Mirarte e intentar convencerme de que igual que tu esquivas mi mirada o la recoges por simple compasión, también puedo hacerlo yo.
Se me olvidaba que soy yo quien desea cruzar esa mirada con la tuya, hacerla más especial y borrar miedos.
Y es que hay miradas que no se borran solo con cerrar los ojos.

sábado, 1 de mayo de 2010

Córdoba

Atontada e ilusionada. Cobarde y pesimista. Feliz y convencida.
Cobran fuerzas las ganas de sentirte al alba, de formar parte de tu locura, rozar tus dedos. Fantasear con tu boca, tu sonrisa que provocan un ligero frenesí cargado de pasión, vitalidad. Bella vitalidad.
Tienes permiso en mí. Lo conseguiste con tus primeras palabras, mis primeros suspiros. Podrás manejarme a tu dulce conveniencia, así como te plazca. Así como a mí me gustaría.
Eres el dueño y el motivo de mi locura transitoria, de este gracioso estado de bipolaridad que se traduce en una incomprendida euforia para el resto de los mortales.
Y yo, tras tanto tiempo a la deriva, sin mensaje en la botella, ni chaleco salvavidas, apareció mi luz. Mi esperanza traducida en tí. Llegaste sin avisar, con esa tierna espontaneidad que me hizo ver que algo importante iba a empezar, que algo grande estaba oculto.
Y decidí no mirar el calendario, ignorar el tiempo. Si era pronto o tarde. Ni siquiera me importaba saber o estar convencida de que ambos teníamos puntos de vista distintos, sentimientos contrarios. Tenía claro que iba a luchar, acercarme a la boca del lobo, al límite de tus sentidos, hasta rozar el horizonte. Permaneceré camuflada en el reflejo de tu sombra hasta que tu decidas tocar mis párpados, cerrar mis pestañas. Hacerme brillar.

viernes, 16 de abril de 2010

Todo lo que termina termina mal, poco a poco,
y si no termina se contamina más, y eso se cubre de polvo.





Andrés Calamaro, Crímenes Perfectos.

sábado, 10 de abril de 2010

Cuidados intensivos

Esquivas mis esfuerzos, rechazas mis ganas, juegas con mi desequilibrio, me llenas de dudas. Disfrutas con ello.
Y sin embargo, me despierto pensando si hoy te voy a ver. Si mis manos temblaran una vez más al sentirte. Si mi corazón se desbordará al oir tu voz. Pero es inútil negarlo.
Tu decidiste avanzar. Yo elegí retroceder, quedarme en tí. Y perdí.
Caí con la piedra que yo misma coloqué tiempo atrás, y ahora solo soy un recuerdo más.
La moneda cayó por el lado de la soledad, otra vez y me quedé sentada, esperando, viendo como ese ranvía que conocía tan bien, partía, saludándome al pasar, sin yo saber qué decir.
Y que mis ojos se apaguen si no te vuelven a ver. Que mis sentidos se pausen si no tienen que volver a emocionarse al sentirte, al besarte.
Decidí ahogar mis ganas en el fondo de mí almohada, inhalando tu olor, sintiendo tu respiración impregnada en mí, acompasada con mi sistema que funciona condenado a un temprano ataque cardíaco en cuanto tú decidas volver a sentirme. En ese momento ingresaré en cuidados intensivos.
Tu pausa provoca atascos en mi deseo, en mis esfuerzos.
Y el tiempo se ha vuelto en mi contra, o en la tuya. Cuando decidas saltar, te seguiré esperando, como llevo haciendo tanto tiempo. Es mi pasado escrito, mi futuro previsible. Mi destino.
Estás escrito en mí. Eres la medianoche, la luz culminante, que culmina en mis deseos, mis ansias. Tu nombre me provoca un cálido escalofrío que recorre cada centímetro de mí para perderse en este aún más creciente sentimiento.
Yo también desearía borrarte, olvidar tu nombre, apellido y dirección. Pero tu sonrisa está tatuada en lo más profundo de mi garganta.
Di una vuelta al mundo, pero ninguna a tu corazón. Y quiero volver a tu lado, permanecer a milímetro de tu piel, alcanzarte, disfrutarte. Ahogarme en tí.

viernes, 19 de marzo de 2010

Lo perdí, ya no importa

Hay veces que lo bordas y veces que lo tiras por la borda...
Tus palabras se clavan en mí como elementos punzantes, como clavos oxidados. Materias arrasadas por el fuego, esperando a que desaparezcan las cenizas y el viento se lleve los últimos rastrojos muertos de algo que recordaba a la eternidad. El olvido se abre paso entre las gotas de lluvia que se deslizan por cada una de las ramas deshechas por el fenómeno atroz y violento como es el tiempo.
Y que pase, y que se lleve consigo cada uno de los recobecos que aún siguen viviendo, alguno de mis órganos vitales que aún quedan, ligeramente marchitados, como lo están cada una de mis neuronas al invertir otro segundo más en ese bello martirio, esa dulce explotación que acaba en tí que se sumerge en mí y sirve como excusa para evitar pensar, sentir. Mi fuero interno pide unas vacaciones. Un suspiro.
Cogeré una bocanada de aire y volveré a meter la cabeza debajo del algua, enterraré la vida a más de mil metros de profundidad. Allí donde los gritos de mi interior resuenan hasta perderse en un eco rebotante de ira y decepción. Y cuando decida salir a flote, tu susurro en mi oído sonará lejano. Falto de sentimiento, de vida, y tu aliento habrá dejado de ser una tortura para mis sentidos. Y el murmullo de mi norme en tus labios dejará de provocar un vuelco súbito a mi corazón...
Cuando ese momento llegue, solo yo dudaré de mi propia existencia. Quizás mi intención vuele lejos, más allá de un mar de dudas o un desierto de facilidades y promesas cumplidas. Quizás todo sea un camino de rosas, donde no hay lugar para los espinos y los insectos incordiosos...
Quizás ese día llegue pronto. O quizás no.
Despeja la incógnita de mi ecuación. El resultado siempre será x igual a y.
El tiempo es un preciado regalo que esconde la más valiosa de las dinamitas.
Tira el dado y maneja las fichas que se adelantan, volviéndose más dolorosamente irreversibles a cada movimiento.
A mí también me gustaría superar la velocidad de la luz y volver al pasado, sin descomponerme ni despeinarme. Cambiar paradójicamente algún pequeño ápice de los acontecimientos pasados y volver al futuro con la misma tranquilidad con la que fui y ver en lo que se ha convertido mi pequeño juego. Y reirme de mis propias revanchas al tiempo, donde yo salgo ganando...
Pero eso es solo una triste lamentación por algo pasado.
Quizás, la partida acabe cuando el presente-futuro acapare cada rincón del pensamiento abstracto. Que los hechos ya pasados, atrás queden y ver una prespectiva lineal que va del cero al más infinito...
Cierra los ojos e imagínate.
Imagínanos como una mariposa que revolotea libre, sin ataduras por los campos de una recién estrenada primavera al tiempo que la sonrisa vuelve a tí para devolverte la luz borrada por aquel pasado incomprendido.
Imagínanos como un niño que ríe a carcajadas, sin preocupaciones, sin cuentas pendientes. Aquello que de verdad le hace especial.
Imagínanos como presa del tiempo irreversible, que juega con nosotros como un dulce martirio disfrutando de nuestra perdición, de nuestras esperanzas perdidas, de las que aún están por estrenar.
No pienses en lo que pudo ser y no fue, solo nos hará sufrir aún más.
Imagina como puede ser el porvenir, ese momento que nos hará esclavos de nuestra propia felicidad. Así será nuestro futuro, aquello por lo que debemos luchar.
Abre los ojos y sonríe. El presente solo es ahora.

viernes, 12 de febrero de 2010

Esta boca es tuya

¿Quién coño te ha robado el mes de abril, para devolverte cincuenta y once recién primaveras? Puede que fuera el hombre del traje gris, o la rubia de la cuarta fila...

Me gusta salir de mi casa, allá donde habita el olvido, calle melancolía, con los auriculares del reproductor de música a tope, para que esos acordes de cantautor viejo y arrugado resuenen en toda la escalera, que mis vecinos sepan que, aunque tan joven y tan viejo, sigues [y seguirás] dando mucha guerra.
Luego, con aires de joven adolescentes, de barbi superstar, recuerdo como, cuando era más joven, te odiaba. Sí, te odiaba. Detestaba escuchar esa ajada voz, esas cuerdas vocales desmejoradas por el paso del tiempo y el vicio. Apagaba enfurecida el radio-cassette cuando tus 19 días y 500 noches sonaban una vez más, o más adelante, cambiada de canal cuando esos pájaros de Portugal volaban sin dirección ni alpiste ni papeles.
Fue un día, hace tan solo un año, cuando nos encontrábamos en Nochebuena, en unas navidades como otras cualquiera. Mi tío, que se encontraba de bajón, por motivos llamémoslos equis, nos puso el DVD de la gira: “Dos pájaros de un tiro”. Al quinto acorde de la primera canción, Ocupen su localidad-Hoy puede ser un gran día, él estaba embobado con la música, emocionado con el espectáculo y sonriente. No dejaba de alabar al genio de Úbeda y a su primo el Nano. Sus preocupaciones se esfumaron y llegaron así mis ansias por seguir escuchando aquellosa lo que pronto fui denominando como magnífico.
El resto de la familia seguía a sus conversaciones, escuchando cada poco mis interrupciones mandando callar pues 'mi tío y yo no podíamos admirar plenamente aquella fiesta', me quejaba yo.
A partir de ahí, no hace falta explicar más. Fui buscando, comprando y escuchando discos, asombrándome de las maravillas que podía hacer una sola persona con su imaginación y algo de ganas .

A veces, en momentos de ingenuidad e inspiración, cojo papel y lápiz en una mano, mientras sostengo en la otra mi guitarra, con intención de iniciarme en eso del mundo de los cantautores. 'Todo tiene un principio', me digo. Pero al ver que mis versos no tienen ni pies ni cabeza, vuelvo al mundo real, a eso en lo que creo que es tierra firme y guardo la guitarra...
Ocasionalmente, te odio. Ese sentimiento que tenía de niña, vuelve a mí y te odio mucho. No te soporto. Esos aires chulescos, provocadores y sin pelos en la lengua. Esa fama de provocados, mujeriego o incluso un golfo noctámbulo me pone de los nervios. Sin embargo, hay algo en tí que puede más que todo eso. Una caracterización de ser humano comprometedor, fiel a sus ideas, natural y poeta. Maestro. Genio.
Nos separan 44 años. Unas cuantas generaciones, muchas épocas de cambios y momentos, pero la esencia está ahí. Somos personas igualmente y el interior puede más que las formas o las famas. A mi me gustas así. Sinvergüenza y trovador. Bohemio y urbano. ¿Para qué más?
Me gustaría saber cómo pasa Joaquín Sabina el día de su cumpleaños. ¿Habrás refunfuñado cuando, aprovechando el momento, Rocío te habrá desagarrado el lóbulo de tu oreja izquierda? ¿O tu Carmela te habrá regalado unos calcetines blancos en papel de regalo color azul oscuro, de ese que casi no se distingue de negro? ¿O puede que hayas decidido pasar el día brindando a su salud con una que yo me sé, con vinagre y rosas para cenar, descorchando otra botella con la viudita de Clicquot?
Quizás, tu elección se base en recostar tu cabeza en el hombro de la Luna, mientras le hablas de esa amante inoportuna, que se llama Soledad.
Sea cual esa aquello que has escogido, te sobrarán los motivos para elegir.
A veces pienso que me gustaría conocerte. Y charlar. Y ver cómo piensa alguien tan impertinente y natural como tú. Tengo curiosidad por saber si ocuparás las conversaciones contando batallitas de un anciano personaje, relatando la del pirata cojo y aquel pacto entre caballeros.

Vale que no sea ninguna princesa de la boca de fresa, ni una embustera que trafica con botones, ni quiero ser por ello, una chica almodóvar. Puede que tan solo haya nacido para perder y para escuchar una y otra vez la canción más hermosa del mundo que empieza a la orilla de la chimenea y termina sabiendo que si me provocan, yo también sé jugarme la boca.
Por eso, será mejor que aprendas a vivir sobre la línea divisoria que va del tedio a la pasión y que si lo que quieres es vivir cien años, haz músculos de cinco a seis, vacúnate contra el azar... y eh, Sabina, ten cuidado con la nicotina.




Felicidades, Joaquin Ramón Martínez Sabina.

jueves, 21 de enero de 2010

Giro de lo invertido

Juguemos a ser diferentes, a viajar con las sensacionaes, a imaginar lo posible, a lograr lo intocable. Rocemos lo caótico, acariciémoslo con la punta de los dedos, con el tacto impaciente.
Extrapolemos los sentidos, hagamos de cualquier ligero agravio una leve apología. Encendamos las ideas, agrandemos las luces. Desafiemos las leyes de la elasticidad, gravedad o relatividad. Cuadrangulemos el diámetro angular, sigamos la línea perimetral. Cohabitemos con el fuerte hálito, despojemos la flaqueza y debilidad. Recitemos en prosa, relatemos en lírica.
Escuchemos el embriagador sabor del desconcierto, de la duda, del acierto.
Acomplejemos la monotonía, mordamos la manzana de lo ameno.
Armonicemos los cantares, compongamos lo cifrado, escribamos las voces, toquemos las fuerzas creativas, la mágia contextualizada.
Deleitemonos con el placer de la actividad, vitalidad. Llenemos nuestros rostros de sonrisa, de júbilo, pues un nuevo día ha comenzado.

domingo, 17 de enero de 2010

Enajenación leve y transitoria

Y no supe continuar. Mis ojos se clavaron en tí con tanta fuerza que pude asombrarme al ver que no tenías ni un solo rasguño, ni una marca de mi acto. De mi intención hacia tí. Mi cuerpo quedó paralizado para contemplarte, para asombrarme de tu naturaleza y de esa jovialidad desprendida.
Mis manos se agarrotaron. No podían moverse, por mucho que intentaron estirarse para tocarte, sentirte y poder ver que eras real. Que eras real y que estabas presente, frente a mí. No sabía que decirte, contarte o explicarte. Mi cerebro había cogido vacaciones temporales y se negaba a obedecer. Cada músculo, articulación, quedó en un simple stand-by que aumentaba aún más mi vergüenza. Quise echar a correr, alejarme de donde yo estaba, donde tú estabas o darte un abrazo hasta estrujarte, para que supieras cuánto me alegraba de verte...
Nada de eso ocurrió. Yo permanecí inmóvil ante tí. Tú sonreías sin saber qué decir. ¿Algo referente al tiempo, a las vacaciones? ¿O quizás algún otro comentario estúpido respecto a cualquiero cosa superflua? Nada. Ni tú ni yo avanzamos, ni retrocedíamos. Yo por no apartar la vista de tu sonrisa, por querer congelar ese momento unos diez mil años luz, por contemplar ese rostro una y otra vez hasta desgastarlo, hasta que mi cuerpo no consiguiese mantenerme en pie. Tú querías acabar con esa situación incómoda, alejarte o quedarte, pero romper el embarazoso silencio. Quizás dar media vuelta y echar a correr fuese tu elección más adecuada, pero no la escogiste. No de momento. Quisiste hacerme sufrir un poco más. Te acercaste lentamente arrastrando los pies, estirando un brazo y tu mano se deslizó suavemente por mi rostro. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Sonreiste y te giraste. Poco a poco desapareciste. Algo en mí se desequilibró. Por un momento deseé desmayarme o echar a correr hacia tí. Nada ocurrió. Me quedé contemplando como te ibas, esperando ya el regreso.
Estoy en la frontera entre tus besos y mi decepción.

martes, 12 de enero de 2010

Purpurina en tus manos

Frente al espejo se obsevaba de arriba a abajo. Quería estar guapa, ponerse sus mejores atuendos y su más espléndida sonrisa para salir a la calle, para demostrar al mundo que quería sonreir. Pero también para verle a él.
Directa o indirectamente le quería enseñar lo mejor de ella misma. Se pasaba horas con el secador y el pintalabios en la manos solo para llamar su distraída atención. Para decirle que aquí estaba ella. Solo para él y para sus ingenuos ojos que poco o nada sabía de los sentimientos de la chica. Ella no quería declararse. Ni siquiera insinuarlo. Solo pretendía que él girase su cabeza cuando ella pasaba a su lado, con una pequeña sonrisa, de esas que dejan ver los dientes.
Ella salió de casa, con sus mejores intenciones, con una pequeña ilusión. Con la esperanza de que quizás él le saludase, le dijese 'qué tal'. Sin embargo, sus miedos e incertidumbres ganaron de pronto la batalla a sus ilusiones. Se veía inferior, poca cosa. Eso le causaba una derrota hacia ella misma y hacia la visión de los demás. Y la de él.
Tiró la toalla antes de comenzar la partida. No se quería. No se dejaba querer. Dejó esas pequeñas mariposas que revoloteaban en su interior guardadas en un pequeño cajón, impidiéndolas salir. Volar. Y con ellas, la muchacha también quedó rezagada en la carrera y cuando a penas había salido del portal ya estaba retrocediendo, volviendo a abrir la puerta, con la derrota en los ojos. Con la partida prácticamente sin empezar. Se quitó rápidamente las ropas y con una toallita mojada limpió su cara de todo aquel maquillaje. Con ayuda de una goma, se recogió el pelo en un trapajoso moño. Tiró sus ilusiones por el retrete al tiempo que volvía a sus películas de sofá y helados de chocolate. Y se conformó con una retirada, quedarse con un seguro 'no' en lugar de luchar por algo más positivo.

domingo, 10 de enero de 2010

A veces

A veces me gusta asomarme a mi pequeño balcón y notar ese frío viento en mi cara, al tiempo que mi nariz se enrojece de una forma demasiado graciosa, hasta que la cordura vuelve momentáneamente a mí y regreso a mi dulce hogar.
Frecuentemente, salgo de casa sin paragüas, ignorando los antecedentes lluviosos de la región y regreso con agua hasta en los calcetines. Otras veces, paseo el cubrecabezas mientras un Sol radiante inunda la calle.
En ocasiones también lloro, cuando realmente es de alegría, y otras, en cambio, río por no llorar. Hay veces que pego un brinco cuando me pitan los oídos, pensando que alguien puede estar pensando en mí, aún sabiendo que eso es más irracional que otra cosa. O también, giro frenéticamente la chapa del refresco, repasando mentalmente el abecedario, esperando a saber qué letra me tocará a mí.
Fortuitamente, entre momentos de locura esporádicos, hablo sola, contándome a mí misma o a mi amigo imaginario mis inquietudes, mis experiecias, mis anécdotas.
De vez en cuando, transcurren horas jugando a los aburridos pasatiempos del móvil, con la absurda intención de que probablemente suene, que alguien esperando marque mi número y yo salte de la ilusión.
Otras veces, masco fuertemente el chicle de no importa el sabor para intentar hacer una burbuja enorme, con tal mala suerte, que siempre se estampa en mi cara, dejándome trozos de chicle pegajosos.
Alguna vez que otra, salgo de casa corriendo, aunque me sobre tiempo para llegar a mi destino. Sin embargo, hay cuando decido caminar a paso lento, observar el paisaje. Así es mi andar discreto.
Incluso, a veces, tengo que poner el despertador a las diez de la mañana para no llegar tarde. Me consuelo con pensar que, no es una hora demasiado tarde. Sepamos todos que el tiempo, al igual que otras muchas cosas, es relativo...

viernes, 8 de enero de 2010

Ciento-veinte pulsaciones por minuto

La lluvia golpea fuertemente contra la ventana, como si la rabia y la furia se apoderasen de ella y quisiera vengarse, desahogarse. Las gotas de agua resbalan por el cristal hasta morir en el alféizar de la ventana, dejando un rastro, un camino mojado de lo que fue su vida.
Las nubes negras se acentúan aún más en el cielo, haciendo notar su bravura extrema, como si fuesen las dueñas del aire.
A lo lejos, más allá de mi ventana, montañas cubiertas de una fría capa de nieve, dejando ver, para quien no lo supiera ya, que estamos en el crudo y bello invierno.
Mientras, yo, sentada en el sofá, al calor de una pequeña manta roja y un café sobre la mesa, escribo esto. Una película de esas de “Cine en Familia” suena en televisión. No acertaría a decir su argumento. Ni siquiera el título. Tampoco importa demasiado.
Cierro los ojos, aún sabiendo que las posibilidades para quedarme dormida superan la media. Pienso en todo, o en nada. En esto y en aquello. En las vacaciones, con un final muy próximo. Pienso en lo que haré más tarde, en lo que hice por la mañana...
Las ideas vagabundean por una calle desierta, sin encontrar un emplazamiento fijo, sin saber a qué atenerse.
De repente, me acuerdo del sueño de la noche pasada. Algo difuminado y borroso, con ciertos toques de subrrealismo y estilo.
Llegan a mi cabeza imágenes sueltas, de esas que si se agrupan todas juntas, sin excepciones, forman una barbaridad.

En el sueño aparecía yo, mirando a alguien. Alguien a quien conocía de sobra. Él también me vio a mí y se acercó con la naturalidad que le caracterizaba. Me preguntó algo, que no supe contestar. Añadió que el domingo debería pasar una prueba, al tiempo que rozaba sus labios con los mios. Desapareció. En los sueños es fácil aparecer y desaparecer, pues un leve parpadeo y ya no hay nadie a tu alrededor.
Esa escena, hizo que mi corazón ficticio o real de la ensoñación se volviese loco, aumentando sus pulsaciones, a un ritmo mayor del permitido.
Pensé que ahí me despertaría, como siempre en el mejor momento, pero no fue así. Otras escenas aparecieron, de esas no me acuerdo. Cogieron la etiqueta de poco importantes. Hasta que él volvió a aparecer. Esta vez no se acercó, permaneció en la distancia, sonriendo.
Yo lo veía, y dudaba que él me viera a mí. Y otra vez, mi corazón volvió a acelerarse, perder el control, como si acabara de correr tres, cuatro, cinco kilómetros.
Pero en ese momento me desperté...

Sigo sentada en el sofá, a punto de quedarme dormida, abandonar papel y lápiz. Desvío la mirada lentamente hacia la ventana, dejando caer un leve suspiro. Puedo ver como grandes copos de nieve caen, derritiéndose al contacto con el encharcado pavimento. Un amago se sonrisa se forma en mi rostro. Es cierto, que de vez en cuando, también nieva en Llosacampo.

jueves, 7 de enero de 2010

Dragan.

- ¿Conoces la diferencia entre un optimista y un pesimista? - preguntó la madre de Emina mirando a Jovan, que parecía haber oído ya eso alguna vez. Un leve conato de sonrisa asomó en sus labios -. El pesimista dice: “Oh, cielos, las cosas no pueden empeorar más”. Y el optimista dice: “No estés triste. Las cosas siempre pueden empeorar”.


Estilo libre

A veces, lo más sencillo, es lo más acertado. Una fijación complicada y absurda hacia algo innacesible viene a ser una pérdidad de tiempo. Una triste obsesión que supera los límites marcados de poco o nada sirve si no es para un dulce martirio. Por lo que, tal vez, bajo un sencillo estilo libre, sin ataduras, sin limitaciones ni imitaciones, esté el acierto. La complejidad de las circunstancias puede volverse un juego de niños cuando las nubes negras formadas sobre los tejados, impidiendo el resplandor de una estrella, se alejan. Cuando un fuerte maremoto con intención de arrasar mar y tierra, queda en una simple marejada y el temor a ser arrastrados, a morir bajo unas aguas enfurecidas, a ser mojado por la fuerte tormenta, desaparece. Simplemente hay que prestar atención a lo sencillo. A todo aquello que siempre ha estado allí, invisible pero localizable, visible pero escondido, como un nido de cigüeñas sobre el campanario de una iglesia, como la sonrisa de un niño.

Y lo sencillo hace crear, festejar. Brillar. Lo sencillo y ligero acerca los detalles más superfluos pero importantes con una sencillez única y característica de lo temiblemente complicado. De lo innacesiblemente imposible, inalcanzable.
Lo sencillo está, aunque los ojos miren hacia otra dirección. Aunque no haya luz, ni oscuridad. Ni la oscuridad de las luces. Ni las luces de la oscuridad. Lo sencillo permanece, ayuda a ayudar. Ayuda a continuar. Guía el camino trazado, la senda borrada, el atajo dudo de la realidad. Lo sencillo es fiel a su esencia, a su existencia. Lo sencillo es así. Insultantemente fácil, ligeramente complicado. Poco predecible, fiablemente presente. Sencillamente genial.

lunes, 4 de enero de 2010

A fuego lento

Ella como otro día, volvía a casa tras una dura jornada laboral. Odiaba su curro, pero aún más, a su jefe. Prepotente, egocéntrico y pretencioso. ¿Se podía pedir algo más?. Todos los días, desde las ocho, esperaba con ansias que el reloj marcase las ocho de la tarde para largase de ese antro de despacho que tenía y no volver hasta el día siguiente, esperando que fuese un poco mejor que el anterior.
Sin embargo, aquel día fue distinto. La gota que colmó el vaso. Tras tres interminables años de duros sacrificios y sufrimiento, el ogro que tenía como jefe le dijo que no volviese más, prescindía de sus servicios, mientras le tiraba a la cara una vieja caja de cartón que contenía sus pertenencias que había ido almacenando durante esos años. Con las lágrimas en los ojos, salió del cuarto de tres metros cuadrados, que había sido hasta entonces su despacho de secretaria patosa.

Mientras subía los escalones del portal, pensaba en su situación. Sola y en paro. ¿Qué iba a hacer ahora?. Y justo en ese momento, cuando sus padres estaban en trámites de separación, se había peleado con su mejor amiga y su novio se había ido con otra.

Al llegar al cuarto piso, abrió la vieja puerta con una pequeña llave de color metalizado, al tiempo que se sacudía los zapatos de charol negro en el felpudo. Se los quitó en la entrada y tiró las llaves a la mesita que había al lado de la puerta. Una vez en la cocina, leyó las cartas del día, mientras dejaba la caja de cartón sobre la mesa: notas del banco, publicidad y el tercer aviso de la casera para pagar el alquiler.
Preparó algo de café a fuego lento, como a ella le gustaba al tiempo que se quitaba la ropa para enfundarse en el calentito pijama de algodón verde que le había regalado su madre por su cumpleaños. Aspiró el aire. Todavía olía a él. Corrió la cortina para evitar la creciente oscuridad que se podía ver a través del cristal. No quería ver otro estúpido programa en la tele, ni comer algo de comida rápida, ni siquiera relajarse leyendo algo de Jesús Torbado, su autor favorito. Solo deseaba que todo lo que le sucedía fuese un mal sueño y que despertase como otro día habitual a las siete bajo el irritante sonido del despertador, fuera su salvación. Se sentó frente a su escritorio bajo una luz tenue pero confortable. Repasó una vez más su deprimente situación. Apoyó los brazos en la mesa y metió la cabeza entre ellos mientras una ligera lágrima se escapaba de sus ojos. Comenzó a llorar mientras gritaba alguna que otra palabra mal sonante para aislar así, su creciente rabia. Tras varias horas, cuando su llanto era simplemente un sollozo entrecortado, se quedó dormida por el cansancio.

Al día siguiente, despertó gracias a un rayo de sol que penetraba entre la persiana e inundaba la habitación de luz. Le dolía mucho la espalda y el cuello. Haber pasado toda la noche en esa incómoda postura no había sido demasiado bueno.

Se estiró, abrió la ventana y un frío viento matinal se incrustó en ella. Miró al e
xterior. El Sol comenzaba a ascender con miedo entre los tejados de las casa, solo unas pequeñas nubes aparecían aisladas en el inmenso cielo y unos pajarillos revoloteaban dejando a su paso un cántico agudo pero tranquilizados. La chica sintió que, a pesar de todo, hacía un buen día y todo debía comenzar de nuevo. Sonreir.
"Además, odiaba ese trabajo de mierda”. Se dijo mientras una ligera chispa nacía de sus ojos.

viernes, 1 de enero de 2010

La mejor historia jamás contada

Érase un hombre que era un poco tonto porque no le gustaba el pescado. Decía que cuando lo comía se sentía pez y veía la necesidad de meterse en el agua.
Por eso siempre se mantenía lejos del mar y evitaba las compras de pescado, marisco o similares.
Cuando va al supermercado, compra pan de ajo porque dice que así ahuyenta a los vampiros. Pero cada vez que soltaba esta explicación, se reían de él, por eso optó por no contárselo a nadie. Un día, que estaba triste porque nadie le hacía caso, no tenia amigos, decidió comprarse un perro. A él le contaba las aventuras que le ocurrían en el trabajo o en el mercado, pero el animal, al que había bautizado con el nombre de “Bread”, haciendo honor a su comida preferida, se aburría bastante con las historias de su dueño.
Así pues, un día decidió abandonarle. Pero primero le dejó una nota en la zapatilla que decía: “la otra tiene un regalo”. Al leerla, el hombre decidió coger la zapatilla y al ver que no había nada, metió la mano. Cuál sería su sorpresa que estaba llena de líquido urinario de su mascota.
Tanto se enfadó que decidió comer pan de ajo para saciar su rabia. Al ver que no había, se enfureció aún más y salió a la calle en plena madrugada.
Caminaba por un parque cuando un vampiro lo atacó. Le mordió el cuello y le chupó la sangre. Antes de que el hombre muriese desangrado, el vampiro le dijo: “Esto te ocurre por no comer pan de ajo. Ahora te vas a joder, cabrón”.