viernes, 30 de octubre de 2009

Miedo

Estos últimos días los he pasado como quien dice de vacaciones. Todas esas clases, deberes, actividades y ese octavo de piano con sus asignaturas correspondientes han sido dejadas de lado para hacer nada. La fiebre, los dolores y mareos han ocupado todo mi tiempo. ¿Y qué he hecho entonces? Dormir y pensar. Pensar y dormir. No había más elecciones.
Sin embargo, he pasado demasiadas horas sola y gracias a eso ha aparecido un amigo que siempre llega en los peores momentos. Cuando menos se le necesita, cuando uno más solo está. El miedo. Sí, el miedo. A mis dieciseis largos años sigo teniendo miedo a quedarme sola en casa, aunque me encanta pasear por los pasillos sin que haya nadie. Sin embargo, ahí estaba el miedo, junto a mí, haciendo que rememorara todos y cada uno de los sucesos que salen en los periódicos. Desde hace unos días tengo miedo a que llamen a la puerta, abra y dos encapuchados me asalten. Tengo miedo de salir a la calle y sentir que alguien me siga. Tengo miedo de los ruidos, de la madera que cruje cuando la pisas.
Tengo miedo de tantas cosas...
Pero realmente, muchas de ellas van más allá de ladrones y crujidos.
Tengo miedo de no aprobar por falta de estudio. Tengo miedo de que todo aquello que quiero hacer, no se pueda realizar. Tengo miedo de probar cosas nuevas, de quedarme siempre con lo viejo. Tengo miedo de hablar, pero también de callar. De decir algo y molestar a los demás, de ofender, de malpensar.
Tengo miedo de crear, innovar, componer y que todo quede en el anonimato, y que si lo publico, no sea reconocido.
Tengo miedo de lanzarme, de ir a por todas, de ser rechazada, de tropezar con la piedra una y otra vez.
Tengo miedo de olvidar, de cerrar los ojos y no recordar, no ver más allá del presente. Tengo miedo de no sentir lo mismo, de sentir algo nuevo o de sentir más fuerte. Tengo miedo de la soledad, de no ver a nadie a mi vera. Tengo miedo de la compañía, de la sociedad. Tengo miedo de crecer, de no madurar, de no ser una niña. Tengo miedo de mí misma, de cambiar a mal, de cambiar a bien. De cambiar.
Tengo miedo de ver las cosas de color negro, todo oscuro. Todo triste. Tengo miedo del miedo, de que un día me pueda y juegue conmigo. Que haga lo que le plazca. Que disfrute viéndome sufrir.
Tengo tanto miedo, que éste me impide sentir, emocionarme. Vivivr.

Sola

Esa noche soñé algo distinto. Algo que nunca antes había soñado. Incluso me costó creer que era un sueño. Parecía tan real...
Como si de verdad estuviera allí.
Era de noche. La tormenta que había durado prácticamente toda la tarde, cesó. Solo quedaban enormes charcos de agua, algunas hojas secas en el suelo anunciando la entrada del otoño y una fría brisa de aire.
Salí de casa. No sabía dónde iba a ir. Pero no quería quedarme en mi habitación. Me abroché los botones del abrigo al ver la corriente de aire frío que me despeinó el pelo.
Era una hora poco apropiada para salir de casa. Sin embargo, las calles estaban abarrotadas. Un grupo de niños jugaban al escondite, unos ancianos paseaban a paso ligero mientras se contaban lo que habían hecho ese día, una familia entraba en un restaurante, una pareja caminaba acaramelada por el asfalto mojado...
Era una estampa propia de una tarde primaveral.
Yo me acerqué poco a poco a ellos. Quería integrarme. Sentir su felicidad, su alegría. Pasar el rato.
De repente, todos, poco a poco, desaparecieron. Cada uno de los presentes se fue a su casa dejando la calle desierte y a mi completamente sola.
En ese momento me abrumé. Unas pequeñas lágrimas hicieron amago de saltar de mis ojos.
Andé en busca de alguien. De cualquier rastro de vida. No lo encontré. Me asusté aún más y comencé a correr. Corría como si alguien me persiguiera, aunque no tuviera esa suerte. Me asomaba por las ventanas para intentar ver algo de vida, una simple luz que anunciara que alguien habitaba allí.
Seguí corriendo, pero nadie se cruzaba en mi camino. Nadie se asomaba para ver quien corría en mitad de la calle en plena madrugada. Era como si nadie existiera...
Empecé a llorar cada vez más fuerte y tuve que parar para evitar desmayarme. Mi respiración se entrecortaba, me faltaba el aire.
Caí sobre el suelo y me senté sobre mis rodillas. Me quedé unos segundos mirando alrededor, pero seguiía sin aparecer nadie. Estaba sola. Completamente sola.
Mis lágrimas caían de mis ojos, se deslizaban por mis mejillas hasta desbanecerse al llegar al final de la barbilla.
Mis manos se cerraron hasta formar un puño... Pero solo conseguí hacerme daño y sangrar por los nudillos. Decidí acabar con esto. Me levanté a duras penas, intentando mantener el equilibrio y comencé a andar a paso lento. Pero mi paso me ponía histérica, por lo que aumenté la velocidad hasta encontrarme de nuevo corriendo. Tras varios minutos, llegué al Puente Mayor. Suspiré. Estaba segura de lo que iba a hacer.
Avancé silenciosamente hacia el centro del puente. Me subí a la barandilla torpemente. Nunca se me habían dado bien los ejercicios físicos. Intenté mantener el equilibrio, para no resbalarme antes de tiempo. Conté hasta tres y salté sin pensármelo dos veces.
En ese momento desperté. Mi frente estaba completamente llega de sudor. Respiraba frenéticamente. El corazón me iba a mil. Intenté relajarme, por miedo a sufrir una taquicardia.
Retiré las sábanas de mi cuerpo, mientras me decía una y otra vez: “Solo un sueño. Solo ha sido un mal sueño...”

jueves, 22 de octubre de 2009

Querido tú.

A lo largo de todos estos días he creido en tí. De verdad. Pensé desde el primer momento que eras especial. Pero yo, fuertemente en contra de los flechazos, me equivocaba. No eres como yo pensaba. Simplemente te puse en un pedestal, alzando tus virtudes, ignorando tus defectos. Veía lo que yo quería ver, no lo que de verdad eras.
Me conformé con pensar que eras lo mejor sin pararme a recapacitar sobre la realidad. Daba importancia a cosas, pequeños detalles que no lo tenían. Y después, cuando de verdad te necesité, no estuviste allí. Ni directa ni indirectamente. Y me dolió. Mucho. Demasiado. Más de lo que hubiera imaginado.
Me has defraudado. Te estuve esperando, durante mucho tiempo. No quería realmente darme cuenta de que no ibas a aparecer. Que no estarías ahí para hacerme reir. Otra vez.
Entonces mis ojos se abrieron, retiraron el velo que los tapaba y vieron la realidad. Y esa realidad me hundió aún más. Vi que no eras, tan como yo había imaginado, sino tan poco.
Pero probablemente, la tonta era yo. Quise creer que podía haber algo. Nunca se sabe, decía. Quería quererte tanto, que no me di cuenta de que era imposible que tú también me correspondieras. Tenía tantas ganas de que dejaras de ser un sueño, que no veía que estabas demasiado lejos. Quería pensar que eras tan perfecto... que me olvidé que nadie lo es. Ahora cuando te veo pasar, ya no siento esa felicidad inmensa, sino rabia, tristeza y un gran nudo en la garganta.
Supongo que así es la vida. Con esas grandes sorpresas y emociones.
Solo me queda decirte, que siento ser tan cobarde que te tenga que explicar todo esto a través de una carta y no en persona. Pero, ¿qué esperabas? ¡Si ni siquiera llegaste a saber lo que realmente sentía!
No te preocupes por mí, estaré bien. No es tan dificil dormir sin recordarte y las lágrimas que derramo por tí, algún día se secarán. Estoy segura.

Atentamente, yo.

Decepciones

¿A qué sabe la decepción? ¿Alguien lo sabe? Yo sí. Sabe amarga. Demasiado amarga. Pero no sé al 100% si todas las decepciones saben igual. Supongo que no. porque tampoco todas las decepciones lo son. Se puede sentir esa sensación de decepción cuando tu equipo de fútbol pierde, cuando una película no es lo que se esperaba... Pero hay más tipos de decepción. Hay decepciones realmente amargas. Decepciones que duelen, de esas que no esperabas. A lo largo de toda existencia tenemos muchas decepciones, unas mayores que otras. Pero cuando esas decepciones llegan, no se ven. O al menos en ese instante. Sin embargo, tras varios segundos, uno empieza a sentir un vacío en su interior. Las piernas están pegadas al suelo, pero se tambalean. Las manos tiemblan, un escalofrío recorre toda la espalda y un extraño sabor se pega en las papilas gustativas. ¿Un extraño sabor?. Sí, el sabor amargo de la decepción. Es entonces cuando ya no hay vuelta atrás. Ya no sé que hacer. No se me ocurre una manera para que una decepción desaparezca con su amargo sabor. Ni me imagino cuáles deben ser las técnicas para olvidarla. Y me gustaría saberlo. Necesito la respuesta, la receta. Si alguien lo sabe, puede contactar conmigo.
Estaré deseosa de escuchar el orden a seguir.
Hasta entonces... Decepción y yo seguiremos paseando juntas, muy a mi pesar.

eras la razón de todo.

martes, 20 de octubre de 2009

Lluvia

Violín y partituras en mano. Capucha de sudadera sobre la cabeza. Auriculares y música encendida. Camino a paso rápido por la calle, preocupada por estar mojándome, porque se pueda estropear la funda de mi instrumento. Acelero el paso, siempre con prisas. Es mi excusa para no pensar. Veo como las gotas se resbalan y se estampan en mí. Una tras otra, sin remordimientos.
De repente me paro, me quedo quieta mojándome aún más mientras me digo: '¿Por qué corres? Asume todo lo que pasa, no huyas, no corras, enfréntate a lo que de verdad piensas, a lo que se te pasa por la cabeza. Disfruta de la lluvia'.
Entonces miro al cielo, viendo como las gotas se estampan en mi cara, resbalando por las mejillas, hasta perderse en el asfalto. Me dijo en las nubes grises, cubriendo todo el cielo azul. En ese momento, me suento como él, llena de oscuros obstáculos que impiden ver mi luz. Todo lo que soy queda eclipsado por unas grandes nubes grises. Me siento como una tormenta en pleno invierno. De esas que en un instante, sin previo aviso, comienza a granizar con mucha intensidad. Tu paragüas, preparado para la lluvia no lo soporta y tienes que resguardarte o echar a correr. Yo me siento como esas tormentas que los truenos y los rayos asustan, pero sabes que están lejos.
Yo soy como esas tormentas, que ves mientras estás en la habitación y no te imaginas cuando se va a acabar.
A veces es bueno que llueva, granice, que haya una tormenta. Está bien ver algo nuevo, diferente a otros días. Lo malo es esperar a que cese, porque te mueres por hacer miles de cosas, que no puedes hacer debido a las circunstancias.
Por tanto, solo queda esperar. Esperar a que cese la tormenta y que a la niña que solo sonreía, s le vuelva a iluminar la cara.

domingo, 18 de octubre de 2009

Ultimamente

Últimamente no puedo evitar pensar en tí. Es un hecho, tan cierto como que el otoño y con él el fríio y los días cortos han llegado. Pienso en tí por la mañana, cuando te veo, bostezando, con el sueño en los ojos. Pienso en tí a mediodía, cuando te veo marchar, con hambre. Pienso en tí por la tarde, cuando cobro momentáneamente las fuerzas para declararme y que nada importe. Pienso en tí por la noche, cuando me acuesto, mientras dejoescapar un leve suspiro. ¡ay si tú últimamente también solo pensaras en mí! Pero eso no es un hecho. Solo es un deseo. Mi deseo.
Tengo la impresión de que me repito. Y mucho. Digo lo mismo, escribo lo mismo y pienso lo mismo, una y otra vez. Siempre igual. Pero es que te has convertido en mi inspiración. Gracias a tí, me siento con ganas de coger un boli y ponerme a escribir, sabiendo que mis líneas querrán decir lo mismo que el escrito anterior. Pero no me importa. Al cabo de mucho tiempo, acabaré con una antología, única y exclusivamente para tí. Pero seguirá sin importarme.
A veces, revivo mi esperanza pensando que nada es imposible, que nunca digas nunca, que todo no está perdido... pero te noto tan lejano... Aunque a veces estés a escasos centímetros de mí, aunque me hables, me preguntes cualquier cosa, o simplemente me sonrías. Ahí ya se puede acabar el mundo. Yo ya soy feliz. Simplemente por verte sonreir, o sonreirme. Podría saltar, gritar, y que todos me miraran, sin importarme apenas.
Cada día me despierto, ansiosa por verte pasar delante de mí, me mires, te mire y que el mundo desaparezca.

viernes, 16 de octubre de 2009

Esperanzas

Bajo la brisa otoñal, las hojas marronáceas a punto de caer y el sonido de las primeras golondrinas, estaba ella. Sentada en un viejo banco de madera, rodeada de pequeñas flores silvestres. Quería evadirse del resto del mundo. Sumergirse en sus propios sentimientos. Aunque aquello le produjera un fuerte dolor en el estómago. Un nudo en la garganta.
Cerró los ojos. Oía a los coches de fondo, unas señoras paseando y charlando de sus cosas entre risas. Un niño jugueteando con su triciclo y a un perro revoloteando con un pájaro, a sabiendas de que tenía la batalla perdida.
Todos ellos parecían tan felices, como si todo lo que quisiesen estuviera a su alcance. Como si todo lo que les preocupase fuera tan insignificante...
Ella apretó los puños con fuerza, mientras sus pensamientos se perdían. A lo lejos de todo lo que podía ver en su interioir estaba él. Con esa sonrisa tan inocente y sus ojos marrón chocolate. Le veía feliz, ajeno a todo.
Quería sentirle, tocarle. Acariciar cada centímetro de su cuerpo. Notar como se ruborizaba, como se ponía nervioso al hablarle.
Conocía a la perfección cada gesto, cada mirada. Cada sonrisa.
Reconocía su olor, su forma de hablar y sus andares entre mil. Ella suspiró. Nadie comprendía su obsesión hacia él. No era más que otro, normal y corriente, que iba de sobradito y miraba por encima del hombro. Sin embargo, ella no lo veía así. Cuando estaba junto a él, quería que se parase el mundo, que desapareciesen todos. Que no importara nada. Su corazón iba más deprisa. Sentía un cosquilleo en el estómago y no podía dejar de sonreir. Por muy mal día que tuviera. Por muy mal que se encontrase, por muy mal que fueran las cosas. Sin embargo, él suspiraba por otra, lloraba por otra. Viviía por otra. Quizás por eso, ella nunca se había atrevido a dar un paso más. No tenía la fuerza ni la valentía para decirle lo que sentía. Para contarle que para ella, él era todo. Era aquello por lo que lloraba, pero también sonreía.
Quería a cada momento, correr hacia donde él se encontraba, besarle y que todo el mundo no importara. Daría lo que fuese por sentir sus labios contra los de aquel por el que suspiraba. Deseaba que pudieran comerse a besos en cualquier lugar. Que él sintiera, al menos, un poco de lo que ella sentía. Imaginaba como sería el día en el que él dijese: 'yo también' y que nada los separase. Moría por estar siempre, día a día a su vera. Pasear de la mano por las calles. Acariciarle el rostro. Sentirle. Poder despertar cada maána a su lado. Saber que nunca iba a desaparecer...
Ella abrió de nuevo los ojos. 'Ya es hora de volver a casa' se dijo. Un viento frío le recorrió la espalda mientras se levantaba, haciéndole sentir que todo aquello que quería, deseaba y necesitaba, nunca pasaría de un sueño.

lunes, 12 de octubre de 2009

Nunca hubo algo entre nosotros. Nunca pude llamarte para decir un te quiero. Nunca paseamos acaramelados en el parque. Nunca me susurraste palabras de amor. Nunca fuimos la pareja de moda, ni la envidia del personal. Nunca me dijiste que pasarías el resto de tus días a mi lado. Nunca te dije que viviríamos la más bonita historia de dos. Nunca sonreiste cuando me veías pasar, ni se te iluminaban los ojos. Nunca me atreví a ser valiente y decirte lo que sentía. Nunca te lo hubieras imaginado. Nunca dejarías de ser aquello que me hacía brillar. Nunca te fijarías en mi. Nunca me querrás como yo te quiero a tí.

jueves, 8 de octubre de 2009

Lope de Vega

Entre comentarios de texto, sonetos, elegías y serventesios se pasan las horas de clase. La mayor parte de los adolescentes que comparten aula conmigo dicen que es 'un coñazo'. ¿Para qué me sirve a mi todo esto? Pensarán unos cuantos. Pero a mí me gustan. Sí, me gusta Lengua y Literatura. Más literatura que lengua, para que engañarnos. Aun así, fue, es y - espero- será una de mis asignaturas favoritas. En los minutillos que nos regala nuestro simpático y risueño profesor, mientras muchos aprovechan para hablar, acabar los últimos ejercicios de alguna asignatura o simplemente, seguir durmiendo, yo me deslizo hasta la página 310-311 para verle a él. Para leerle más bien. Dentro de una situación claramente Barroca. Sí, esa fantástica época que yo había renegado, musicalmente hablando, debido a su sobrecarga, pesadez y perfección, donde su mayor protagonista era un tal Bach. Sí. Mi gran amigo Johann Sebastian Bach. El mismo. Sin embargo hay algo entre esas páginas que me hace olvidar mi rara relación con el Barroco. Algo que me envauca, me atrae. Algo que me incita a leer esas líneas una y otra vez...
Esas líneas. Esos tres sonetos y el romance con rima asonante. Esas majestuosas obras del grandísimo Félix Lope de Vega:

A mis soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.
No sé qué tiene la aldea
donde vivo y donde muero,
que con venir de mí mismo,
no puedo venir más lejos.
Ni estoy bien ni mal conmigo;
mas dice mi entendimiento
que un hombre que todo es alma
está cautivo en su cuerpo.
Entiendo lo que me basta,
y solamente no entiendo
cómo se sufre a sí mismo
un ignorante soberbio.
De cuantas cosas me cansan,
fácilmente me defiendo;
pero no puedo guardarme
de los peligros de un necio.
Él dirá que yo lo soy,
pero con falso argumento;
que humildad y necedad
no caben en un sujeto.
La diferencia conozco,
porque en él y en mí contemplo
su locura en su arrogancia,
mi humildad en mi desprecio.
O sabe naturaleza
más que supo en este tiempo,
o tantos que nacen sabios
es porque lo dicen ellos.
«Sólo sé que no sé nada»,
dijo un filósofo, haciendo
la cuenta con su humildad,
adonde lo más es menos.
No me precio de entendido,
de desdichado me precio;
que los que no son dichosos,
¿cómo pueden ser discretos?
No puede durar el mundo,
porque dicen, y lo creo,
que suena a vidrio quebrado
y que ha de romperse presto.
Señales son del juicio
ver que todos le perdemos,
unos por carta de más
,otros por carta de menos.
Dijeron que antiguamente
se fue la verdad al cielo;
tal la pusieron los hombres,
que desde entonces no ha vuelto.
En dos edades vivimos
los propios y los ajenos:
la de plata los estraños,
y la de cobre los nuestros.
¿A quién no dará cuidado,
si es español verdadero,
ver los hombres a lo antiguo
y el valor a lo moderno?
Todos andan bien vestidos,
y quéjanse de los precios,
de medio arriba romanos,
de medio abajo romeros.
Dijo Dios que comería
su pan el hombre primero
en el sudor de su cara
por quebrar su mandamiento;
y algunos, inobedientes
a la vergüenza y al miedo,
con las prendas de su honor
han trocado los efectos.
Virtud y filosofía
peregrinan como ciegos;
el uno se lleva al otro,
llorando van y pidiendo.
Dos polos tiene la tierra,
universal movimiento,
la mejor vida el favor,
la mejor sangre el dinero.
Oigo tañer las campanas,
y no me espanto, aunque puedo,
que en lugar de tantas crucesha
ya tantos hombres muertos.
Mirando estoy los sepulcros,
cuyos mármoles eternos
están diciendo sin lengua
que no lo fueron sus dueños.
¡Oh, bien haya quien los hizo!
Porque solamente en ellos
de los poderosos grandes
se vengaron los pequeños.
Fea pintan a la envidia;
yo confieso que la tengo
de unos hombres que no saben
quién vive pared en medio.
Sin libros y sin papeles,
sin tratos, cuentas ni cuentos,
cuando quieren escribir,
piden prestado el tintero.
Sin ser pobres ni ser ricos,
tienen chimenea y huerto;
no los despiertan cuidados,
ni pretensiones ni pleitos;
ni murmuraron del grande,
ni ofendieron al pequeño;
nunca, como yo, firmaron
parabién, ni Pascuas dieron.
Con esta envidia que digo,
y lo que paso en silencio,
a mis soledades voy,
de mis soledades vengo.



Lope de Vega



Demasiado hermoso para poner el pequeño fragmento de la página 311, Libro de Lengua castellana y Literatura. 1º Bachiller.

domingo, 4 de octubre de 2009

Sentimientos a flor de piel

Empiezo a escribir y no sé el qué. Por primera vez no tengo claro a dónde me llevarán estas palabras, cuál es su fin. Me dejo llevar. El bolígrafo y mi mano se ponen de acuerdo con mi cerebro para plasmar aquí solo algo de todo lo que pienso. Últimamente noto que las cosas han cambiado. Y no me refiero solo a que ahora mi lugar de estudio sea algo parecido a un hospital donde sus pasillos se convierten siempre entre clase en los corredores del metro en hora punta. Tampoco hago honor a las caras nuevas, profes nuevos, asignaturas nuevas, días nuevos. Aunque podría, por supuesto. Y cuando digo que las cosas han cambiado, tampoco quiero hacer referencia a que hemos pasado del 'leed este texto para mañana' a 'comentad este texto para mañana'. No, tampoco quiero decir eso. Los cambios van mucho más allá. Mucho más de lo que me gustaría.
El cambio soy yo. Mis últimos días han transcurrido entre silencios y pensamientos. He pasado a un segundo plano en el planeta Tierra para viajar a donde nadie puede ir. Mi yo. Siento que el mundo gira, que todo sigue su cauce natural. Que la rutina ya está aquí. La gente vive, disfruta, intenta llevar a cabo el famoso dicho Renacentista 'Carpe Diem' que volvió a resurgir entre nosotros gracias a Ronsard en una ya pasada clase de literatura. Todos quieren reir, plasmar su sonrisa a la vida, a quienes les rodea. Quieren pisar fuerte, dejar huella, que quede claro quien manda.
Parece como que todos estuvieran, como decirlo... vivos. Todos menos yo. Mientras mis compañeros disfrutan de todo, de cada momento, de cada circunstancia para gritar, saltar, esconderse en un cajón o correr por los pasillos, yo estoy más en off que nunca.
Había dejado claro que iba a empezar de nuevo, de cero. Y así ha sido. Pero mi comienzo no ha salido como yo quisiese. Cada minuto que pasa, pienso y pienso más sobre las cosas. No sé si será que las clases de Filosofía con el profesor vallisoletano están empezando a dar efecto o que yo simplemente, estoy para que me encierren. En estos últimos días he tenido que hacer un esfuerzo bestial para sacar una sonrisa, un esfuerzo casi semejante al que hago para evitar una lagrimilla. Aunque no siempre se pueda resistir. Estoy irreconocible, lo sé. ¿Dónde quedaron mis paridas sin sentido, mis ataques de risa que acababan con la cara como un tomate y el lloro de alegría? Seguramente se perdieron, al igual que mi entusiasmo para correr mientras canturreaba algo que nadie entendía, abrazar a cualquiera que se pusiera por delante, llevándose también un sono beso de regalo y una sonrisilla adicional. Todos aquellos detalles que ahora son recuerdos.
Son las 23:02 del viernes. Estoy sentada en mi cama, con la manta sobre mis piernas, 'El juego del ángel' sirviéndome como apoyo para poder escribir algo legible y la persiana bajada, para que, en cualquier momento apague la luz, cierre con fuerza los ojos y piense en que ya queda menos para acabar el día. Otro día más. Es demasiado pronto para dormirse, pero no tengo entusiasmo por hacer otra cosa. Mis padres ven una película, mi hermano se quedó traspuesto en el sofá tras la cena y yo aquí, escribiendo lo primero que se me viene a la cabeza. Sin ni siquiera pensar las palabras que estoy juntando tienen o no sentido. Cierro los ojos y pienso qué es lo que he hecho mal. En qué he podido equivocarme para acabar así. Yo, que hace una semana bailaba de felicidad y rebosaba alegría. Me gustaría saber qué me sucede y cuádo y cómo se va a acabar.
Realmente no tengo motico para encontrarme así, y sin embargo, el nudo de mi garganta se hace cada vez mayor y me impide respirar. Es como si de repente, me sintiera mal por todo lo que hecho, dicho y visto. Y por todo lo que no ha sucedido. Tengo miedo de que esta lágrima que se está formando en mis ojos, caiga. Sé que cuando esto ocurra, y no será dentro de mucho, todo se desvanecerá por completo, me sentiré peor conmigo misma de lo que ya me siento.
No quiero dejar de escribir. Ya voy por mi quinta cada del cuadernillo made for Elena 100%, forrado con papel de periódico chico. Porque sé que cuando pare, no sabré qué tendré que hacer. ¿Y si mañana me siento peor? ¿Y al siguiente día? No soy de esas personas que cuentan sus problemas a cualquiera. Dato de ello es que solo una persona sabe más o menos todo lo que me pasa, pero cuando la gente me pregunta qué me ocurre y digo 'nada', no me creen. Suena a mi típica excusa de 'no te lo quiero decir para no preocuparte', pero es verdad. No me pasa nada. Todo a mi alrededor va bien. 0 problemas. Pero la mayor y más grave dificultad soy yo. Yo soy mi único y gran problema. Simplemente yo. Yo soy mi pesadilla, mi martirio, mi obstáculo. Yo soy la puta piedra en el camino a la que das una patada y te haces daño...
Quiero acabar ya de una vez esta especie de autoconfesión, dirigida única y exclusivamente a mi conciencia. Estaría escribiendo toda la noche, pero mis dedos me piden parar. Espero de verdad, que la próxima vez que tome papel y boli sea para escribir algo más decente, más optimista. Más vivo.
Hasta entonces, aquí lo dejo. No hay ánimos para más.

viernes, 2 de octubre de 2009

Tentaciones

Ahi te vi, a lo lejos. Con esa luz cegándote que reflejaba aún más tu perfección absoluta. A tu alrededor muchos más queriéndose parecer a tí. Ninguno se podía comparar... En ese momento no existía nada más que tú y yo. Quería acercarme. Debía alejarme. Algo me impedía poder tocarte. Era como un escudo que me obligaba a apartarme. Me decidí. Quería tenerte entre mis brazos. Rodeé aquel escudo. Un paso, otro y me paré de nuevo. "¿Haré lo correcto?". "¡Si!". Me respondí.
Continué. Ya no había vuelta atrás. Mi corazón iba a mil. Los pies me temblaban. Mi garganta estaba seca. Estiré la mano para tocarte, para sentirte, para rozarte...
-Disculpe señorita, los pasteles del escaparate no se pueden tocar.

Kröte

Aquí estoy, a punto de entrar en la casa más grande del pueblo. Avanzo poco a poco. Llego a la puerta, pero por aquí no puedo entrar. No voy a llamar al timbre y decir: "¡hola!". Se morirían del susto. A medida que me acerco me pregunto una y otra vez por qué acepté el trato. ¡Ah, sí! Por la comida terriblemente deliciosa que me darán durante un mes si gano la apuesta. El plan que he ideado es perfecto. Nada puede salir mal. Me repito una y otra vez. Entro, corro y salgo. Entro, corro y salgo...Simplemente eso.
Hay una ventana abierta. La única opción para entrar. Es cierto que no soy muy atleta, ni muy fuerte, ni tampoco esbelto. Ni siquiera soy guapo. Pero cuando mis amigos me retaron a entrar en esta casa, mi sentimiento revanchista salió de mi interior y me juré vengarme por todo lo que se han burlado de mi condición física. Vale, ya estoy dentro, menos mal que la ventana está baja y de un salto he podido entrar. Aquí, en la casa, todo está calmado. Me encuentro en una habitación, muy bien decordada, por cierto. Cruzo la estancia, corro lo más rápido que puedo...y me cuelo por la puerta. ¡Qué suerte que está abierta!
Voy a la cocina...Vaya, un obstáculo. Está llena de gente. Hay que esconderse. Me cambio de habitación. No quiero tener que deslizarme entre esos caros zapatones y arriesgarme a que me vean.
He visto la puerta que da al jardín. Si llego hasta ella, habré ganado la apuesta y nadie se volverá a reir de mi.
Echo a correr, no miro atrás. Ya casi estoy llegando. Llego, llego. La euforia y la adrenalina corre por mis venas...
-¡Hola!¿Quedez jugá comigo?
Vaya. Un niño pequeño e impertinente. Está claro que todo no podía salir perfecto.
-¡Shhh! Cállate, bonito. Vete a jugar con tus juguetes. ¡Quítate de mi camino!
-Ji, ji, ji. Amo a jugá. ¡Amo a jugá!
¿Este niño que se ha creido?. Me lleva arrastro. ¡¡Socorrooo!! ¡¡Ayudádme, por favor!!
-Papá, teno un nuevo amiguito, mida. Es mu simpático.
-Pero hijo, suelta eso. ¡Es un sapo gordo y feo! ¡Písalo! ¡Písalo ahora mismo!