jueves, 31 de diciembre de 2009

Terminemos empezando

31 de Diciembre. Faltan apenas 11 horas para acabar el año. Y toca, como siempre hacer balance de lo que estos 365 han dejado. Como siempre, momentos buenos, de esos que siempre recordarás, de esos que sonríes cada vez que vuelven a ti y también de esos que es mejor borrar, aunque no se pueda. Supongo que un año no estaría completo si no tuviera recuerdos desagradables, ocasiones de esas que quieres apartar.
Hay instantes de esos en los que conoces lugares nuevos, con gente nueva, con sonrisas nuevas. Otros en los que desgraciadamente, algunos se van, dejando al resto en tierra, con la miel en la boca y las lágrimas en los ojos.
¿Y por qué no? Están las circunstancias en las que sales, te diviertes, te ríes. Eres feliz. Y esas, en los que toca estudiar, controlarse, estresarse, estresarse y estresarse. Sin remedio para evitarlo. También aparecen esos tiempos en los que toca hacerse mayor, madurar, crecer, sin olvidar que todavía somos niños. Y gritar, hacer el tonto. Volar.
Y no podían faltar esos segundos románticos, de encuentros, de despedidas, de días para archivar.
Están esas situaciones de decepciones, de visitas, de besos, abrazos, suspiros, bostezos, lloros, alegrías, paseos... Hay muchos momentos vividos. Quedan aún muchos por vivir. No tiremos la toalla. Todo a su tiempo. Con calma, precisión y optimismo.

Luego, tras ese breve repaso general, aparecen los propósitos de año nuevo. Mítico en estas fechas.
Muchos se prometerán, en vano o no, hacer más ejercicio, o una dieta, o empezar a ahorrar para evitar que la cuesta de enero afecte al máximo. Pero todos, tienen algo para cambiar en este año entrante. Yo, también. No me gusta ser menos. Un resumen bastante general sería empezar. Empezar de nuevo. No desde cero, pero sí desde un principio bastante cercano y no mirar hacia atrás si la ocasión no lo merece y la idea no es otra que torturarme. ¿Año nuevo, vida nueva?. Puede ser.
Quiero negarme a utilizar algún que otro método con principios básicos del masoquismo para bloquearme, ocecarme o impedir que continúe el camino marcado, o el que está por marcar. Pero siempre por delante. Lo pasado, pasado está. Y ahí queda. En el baúl de los recuerdos. Con la llave en la mesilla por si quiero abrirlo para consultar buenos momentos, pero nada más. Ahí acabará la tarea.
Y pase lo que pase, aprovechar. Aunque las consecuencias deparen situaciones no apropiadas, pero el momento es el momento. Al carajo todo lo demás. Que no importe nada. Supongo, que esa será la clave de todo, o de nada. No lo sé. El tiempo lo dirá. Hasta entonces, las uvas tienen la última palabra.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Yo mataré monstruos por tí.

Salí al balcón. Para quedar a penas un día para finalizar el año, no hacía demasiado frío. Una suave brisa de viento chocó contra mi cara. Cerré los ojos para poder sentir un poco más ese ligero suspiro del cielo, que emanaba libertad y frescura a partes iguales. Siempre he querido ser por un día una brisa de aire puro. Salir de algún lugar sin explorar, sin conocer. Viajar, ir hacia donde las fuerzas te lleven. Disfrutar del bello paisaje que te encuentras por el camino y difuminarse allí donde tenga que ser, sin importar nada más...
Volví a la realidad cuando un pájaro pasó por delante de mí, aleteando hasta alejarse. Esa pequeña perturbación hizo que bajase la mirada hacia la calzada, donde un señor paseaba a su perro con una vieja correa, una pareja caminaba de la mano por el asfalto y una furgoneta, color blanco, atravesaba la carretera con las luces encendidas, dejando a su paso una pequeña sombra.
Viendo a toda esa gente, ajena a mi existencia, supe que todos tenemos nuestra historia, que continúa día a día, y que se mantiene aunque los demás ya no nos vean, aunque nadie esté pendientes de nosotros. Y por mucho que apretemos con fuerza los ojos y nos negemos a abrirlos, mi vida, tu vida, su vida, continua a pasos agigantados y sin vuelta atrás. Sin poder remediarlo ni tan siquiera un segundo.
No pude evitar alejar mis pensamentos del mundo real, como tantas veces hago al cabo del día. Recordaba a tanta gente que ahora mismo, mientras mis ideas van y vienen, están disfrutando o no, de sus vidas. Todos y cada uno estarán a sus cosas, algunos más que otros, pero todos de forma diferente.
Asi pues, el recuerdo de alguien volvió a mi. De ese alguien especial. Pensaba qué estaría haciendo él ahora. Seguramente no tendría nada que ver con lo que estaba haciendo yo, pero viceversa, que era pensar en él. Sin embargo, una sonrisa se escaba de mi interior y se plasmaba en mi cara. Evitaba por activa y por pasiva dedicarle un minuto de mi tiempo, ni tan siquiera un segundo, me decía a mí misma. Tarea imposible. Nunca nada había sido a priori tan fácil y luego tornarse en algo tan difícil... Todo aquello me superaba y no sabía cómo remediarlo. Por mucho que intentara no mirar hacia atrás, de no pensar en nada que me recordase a él, había una fuerza invisible, con principios de masoquismo, que hacía que mi cabeza se girase una y otra vez, volviendo la vista atrás, recordar. Y torturarme.

Empezaba a anochecer. El frío había empezado a levantarse, ya no quedaba oculto en un tranquilo día de diciembre. Me di cuenta que las luces de la calle ya estaban encendidas, que el cielo había pasado de un color azul turquesa a uno en un tono más oscuro. Y que yo, debía volver, de nuevo, al mundo real.

Llegaremos a tiempo

Hace algunos días, hice un acuerdo conmigo misma. Me prometí que las sendas trazadas por un fino lápiz, volverían a cruzarse de nuevo, dejando de lado a esas tijeras invisibles que se habían encargado de separar los caminos y que ambos retomásemos nuestro trayecto conjunto. Quizá fui algo soñadora, me dejé llevar por el momento. Ahora, tras haber eliminado esa ligera venda que ocupaba mis ojos, por mucho que mire a mi alrededor, no veo sendas, ni trayectos, ni caminos conjuntos, ni nada por el estilo.
Todo se ha difuminado, como un precioso sueño que llega a su fin, sabiendo pues, que toca despertarse y empezar un nuevo día. Sin embargo, lo que de verdad gustaría a cualquiera, sería cerrar los ojos, girarse y volver a tomar esa maravillosa ensoñación. Para mí, el despertador ya ha sonado y he visto como el sueño se escapa de mis propias manos, viajando lejos, con intención de no regresar. Y yo, no puedo hacer otra cosa que ver cómo se aleja, dejándome con promesas no cumplidas, una bolsa llena de recuerdos y las ganas aún sin estrenar.

El dios de las pequeñas cosas

Ella, aburrida, recorría la habitación en busca de algo entretenido. El día de los inocentes estaba llegando a su fin y ningún sobresalto había alterado el transcurso normal de la jornada en aquel pequeño pueblo vallisoletano. Podría ser un punto se suerte, pero ella esperaba, a menos por parte de su hermano menor, una pequeña inocentada que indicara que él era el señor de las bromas y romper así el hastío de aquel día incesantemente lluvioso.
Con los radiadores calientes, intentando adecentar el hogar, aislando el frío del exterior; la persiana bajada hasta más de la mitad, dejando ver la oscuridad a través de la ventana, y una luz tenue de la lámpara colgada del techo, la habitación daba la impresión de ser un cuarto acogedor. Se podía oler a metros que se trataba de una habitación cargada de recuerdos y buenos momentos.
Ella, cargada de entusiasmo, abrió un armario en el que, hace años, se había guardado su ropa de diario.
Pudo ver una muñeca de su niñez, vesida con un bonito traje rosa, tumbada en la parte inferior del armario, donde reposaba con los ojos cerrados.
A su lado, un montón de topa, talladapara niños de unos cinco años, se encontraba perfectamente doblada.
Una fuerte nostalgia invadió el cuerpo de ella, que sintió como si hubiesen pasado década desde la última vez que había estado alló.
En la estantería superior del armario, había una bolsa de plástico de un color ocre repleta de libros. La bajó y comenzó a sacarlos poco a poco. Títulos de cuentos, de libros de dibujos para colorear, que ilustraban sus primeros momentos de lectura. Hojas repletas de breves historias que hicieron que ella abandonara el mundo real y la nostalgia y el recuerdo pasado se apoderasen de nuevo de sus pensamientos. Voló hacia una época no demasiado lejana, donde tomaba esas historias por primera vez y disfrutaba de ellas como una niña. Con esos libros, nació un amor por la lectura que se mantenía hasta la actualidad.
Ella volvió a la Tierra cuando un nuevo libro rozó sus manos. Su portada no sugería una historia infantil ni un cuento parecido. Era como si se hubiese extraviado de su lugar, cual fuera, para aparecer allí. Ella lo tomó. Leyó el título: “El dios de las pequeñas cosas”. Era convincente. Leyó también el resumen por la parte de atrás. Interesante. Parecía muy interesante. De repente, sintió unas ganas terribles de tumbarse encima de la cama y leer y leer esa historia durante muchas horas. Sin embargo, Javier Reverte todavía seguía allí y debía acabar “El médico de Ifni” antes de empezar con una nueva historia.
Una luz de ilusión inundaba los ojos de la muchacha, donde por azar o determinismo, ese libro, de tapa roja, había aparecido allí, en ese armario, haciendo que ella abandonase su aburrimiento en ese 28 de diciembre, y las ganas por leer aumentaran fuertemente. Su única esperanza en aquel momento, fue que la historia no le defraudara y mereciese, a su juicio, la pena.

Un día en el mundo


El suave viento frío despeinó su melena al salir del vehículo. Miró hacia ambos lados, simplemente para cercionarse de que todo iba bien, de que todo seguía como siempre. Que nada había cambiado.
Los viejos árboles estaban desnudos, ni una sola muestra de vida se iluminaba en ellos.Eran como simples troncos de madera encallados en la tierra. Las luces navideñas decoraban tristemente la plaza. No eran abundantes, puede que el presupuesto no diese para más. Pero así estaba bien.
Un perro revoloteaba con una hoja seca, que habría sido arrastrada por el fuerte viento de los días anteriores.

Un coche se acercaba no muy deprisa. El hombre que conducía, rondaba los sesenta. Sonreía. Difundía energía, vitalidad. Pasó cerca de donde ella se encontraba, saludando ligeramente con una mano libre que había retirado del volante mientras se alejaba poco a poco, desapareciendo por la esquina de la calle. El perro ladraba, dejando sola a la hoja seca, al ver al hombre. Posiblemente lo conocía, pero repudiaba el ruido del vehículo.
Ella sonrió levemente. Miró de nuevo a su alrededor. No había nadie más. Y así es como a ella le gustaba.
Se alejó del vehículo poco a poco, abriendo la puerta de la que siempre fue su casa. La casa de al lado de la tienda donde se compran las fresas de golosina más especiales del mundo. Enfrente, la única plaza del 'pueblo nuevo', del lugar de encuentro de las señoras al ponerse el Sol para contarse las novedades del día. La casa a la que le atribuye buenos momentos de su niñez. Casa que guarda rincones y recovecos de sorpresas y recuerdos.
-Me gustaría quedarme unos días contigo, Suelma.
-Todo termina, todo tiene su tiempo y su momento.
-Imaginaba que dirías algo así.
-¿Se te ocurre otra fórmula mejor para vivir?

Supongo que de nada sirve maldecirse por oportunidades escapadas, por momentos no aprovechados, por tiempos pasados, cuando la otra persona ya ha pasado página. ¿Para qué, pues, hacer planes para un futuro próximo? Si el teléfono aún no ha sonado...
No vale para algo utilizar las ilusiones en vano. Ni expandir las esperanzas para volverlas a reprimir poco después, viendo la realidad de los hechos.
Puede que la mejor receta para disfrutar sea esa. Vivir el momento dado sin pensar en ese pasado que nos encadena o en el incógnito porvenir, sabiendo que el presente el limitado, pero que no importa lo que dure si se sabe aprovechar. Disfrutar simplemente sin ataduras, sin remordimientos, sin lados buenos y malos, sin pena, ni nostalgia, ni melancolía. Simplemente disfrutar. Disfrutar el tiempo fugaz, inmejorable, mágico, que hace que el cielo esté más cerca que nunca, sabiendo que pronto llegará el momento de bajarse de la nube y que todo vuelve a esa rutina monótona, simple y aburrida, en la que no hay lugar para pensamientos pasados ni reproches. Ni tan siquiera deseos irrealizados. Solo un recuerdo feliz y nada más. Saber que la vida continua, pese a todo. Y aceptarlo.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Sueño

13h31. Domingo. Tras varias horas de descanso merecido, de reposo y de desaparición del sueño, llega el momento de hacer balance de la experiencia. De sentarse, darse cuenta de lo lo vivido, lo visto, lo sentido y sacar conclusiones.
En este momento, todo parece un sueño. Un sueño del cual, todavía no soy consciente de todo lo sucedido. Me encuentro en un punto en el que considero que he permanecido siete días durmiendo, que todo ha sido fruto de mi imaginación y nada ha pasado en realidad. Como si nunca hubiéramos viajado a más de tres mil kilómetros de casa, como si fuesen necesarias las fotografías y recuerdos materiales para darse cuenta, ver que sí, que hemos estado.
Está bien decir que todo esto ha salido sencillamente genial por la ayuda de nuestros dos guias que nos daban apoyo cuando lo necesitábamos o nos hacían reir si la situación lo merecía. Pero que al mismo tiempo, nosotros hemos conseguido también, hacer que ellos estuviesen bien.
Hemos sido conscientes de la hospitalidad y generosidad de un pueblo que vive cada día apretándose un poco más el cinturón, haciendo esfuerzos increíbles para poder comer con lo poco que tienen y aún así, en nuestra presencia, siempre estaban con la cartera abierta, dispuestos a gastar lo que hiciera falta, aunque fuera su último lei para que nosotros nos sintiéramos agusto, y que nuestra estancia en esas tierras saliera con una grata sensación. Y esto es algo que tenemos que agradecerles, pues para ellos es muy difícil, pero al mismo tiempo lo hacían por gusto y no por el “quedar bien”.
Gracias a este viaje, hemos conseguido también borrar toda clase de estereotipos, prejuicios y ese tipo de cosas que existen en todas partes y que ahora, podemos ver que son erróneos y bastante hirientes para su comunidad. No es de buen gusto escuchar que en otro país, cuando escuchan hablar del tuyo piensan en robo, ladrones o “mala gente”. Claro que los habrá, por supuesto. Pero como en todas partes, por lo que no hay que generalizar. A partir de ahora, podemos salir al rescate de ellos cuando oigamos palabras inciertas, pues hemos estado allí, sabemos lo que hay y se aleja bastante de lo que realmente se piensa.
Así pues, las ganas por salir de nuevo con la maleta en la mano, haya frío, calor, nieve o bordillos son aún mayores y nuestras ilusiones por conocer gente, cultura o costumbres han aumentado exponencialmente.
Llegado a este punto de reflexiones interiores y personales se puede ver de frente a la cantidad de gente que hemos conocido en un breve período de tiempo, cada una con sus historias, su vida, sus días buenos y malos, sus costumbres y su cultura, alejada completamente de la nuestra, pero en la que, al mismo tiempo, hemos sido capaces de amoldarnos como buenamente hemos podido.
Entre toda la nueva gente conocida, se puede destacar a gente con la que hemos tenido más contacto o menos. Hay con quienes hemos pasado momentos inolvidables, con otros nos hemos reido, o llorado. Pero con todos hemos disfrutado.
Ahora esa gente permanece en nuestros pensamientos y seguirán allí siempre, haciéndonos recordar esta fantástica experiencia, con sus más y sus menos, pero grata, por supuesto.
Aunque, bueno. Igual ya hay quien se ha olvidado de todo...

De vuelta

2h23. Domingo. Hace apenas una hora y media, el autobús nos dejaba en la estación. Llegaba el momento de coger maletas y encontrarse con los familiares. Algunos lloros por parte de algunos, risas y alegrías por volver a casa por parte de otros y algunos, todavía seguían teniendo su cabeza en Rumanía.
“Volvamos ahora que todavía estamos a tiempo. Todavía no nos han visto”, dije. Pero no estaba en lo cierto. Llegaba el momento tan ansiado por los padres, quienes llevaban esperando ansiosos toda la semana para conocer todas las anécdotas y recuerdos. En mi caso, las ganas por desaparecer de las tierras cántabras debían quedar paralizadas, pese a que cada vez eran mayores.
Tras un breve trayecto de coche basado en pequeños matices de lo que fue el viaje, llegaba el momento de sentarse en el salón a contar cada detalle con tanta euforia como si todavía siguiésemos allí.
Las apasionantes visitas a las ciudades, los acogedores rumanos, el tren y su anécdota, la belleza de Brasov y El Organizador.
Éste fue descrito entre elogios y buenas palabras a toda la familia. Su buena persona, su carácter y su capacidad de guiar a todos nosotros hizo que los minutos corriesen y el tema siguiese constante. Cuando parecía que ya empezaba a aburrir, me limité a completar mi argumentación con aquella expresión que sería la quinta vez que repetía: “Brasov en espectacular, sobre todo la gente. Realmente no quería volver, estuve a punto de quedarme”.
Tras varias historias, el sueño empieza a aflorar después de siete días durmiendo apenas tres-cuatro horas, las ganas de caer en la cama son infinitas. Así pues, tras escuchar la terrible semana de frío invernal por la que han pasado los cántabros con sus refrigerados 2º C, mi nariz todavía recordaba el paseo a las cuatro de la mañana a una temperatura de -14º C y llegaba la hora de dormir sin hora para levantarse. Toca día de descanso, de relexión, de recapacitación y de revivir todos esos recuerdos que siguen a flor de piel con nosotros.

¿Fin?

Ascendemos. Las nubes quedan bajo mis pies y con ellas, los recuerdos. Aquellos bellos momentos, circunstancias y situaciones acaparan todos mis pensamientos. El solo hecho de saber que será la última vez que veo y siento estas tierras tan cargadas de felicidad me sobrecoge. Mis ideas vuelan entre todos y cada uno de los detalles vividos. He embarcado con la sensación de haber aprovechado cada segundo al máximo, así como las oportunidades dadas. En este viaje, he sido feliz, pese a haber derramado alguna otra lágrima. No me importa haber caminado cabizbaja pos las calles de Bucarest, pues los momentos de risas, chispas en los ojos y mariposas en el estómago han ocupado el 99% del tiempo. El 1% restante es el parecido de la Calle de la República con Oxford Street.

Algunos piensan que probablemente no volveremos. Pero eso no se puede saber, por lo que solo me queda la esperanza. La esperanza de que un día, en ese llamado futuro próximo, coja las maletas, monte en un avión, aterrice de nuevo en Otopeni, un autobús me devuelva a Brasov y que él me esté esperando con los brazos abiertos y esa sonrisa suya inborrable incluso en malos tiempos.
No importaría si fuese invierno y tuviera que pasar los días y noches a -15º C, o si fuera verano y los helados no sofocasen esos 30º C a la sombra. No importa nada de eso si las ganas y el recibimiento son de primera calidad, aunque viajara en un vuelo de bajo coste.
Haría y daría lo imposible por no encontrarme ahora mismo donde estoy. Me gustaría cerrar los ojos y teletransportame y verme de repente caminando por la calle de la Cuerda o bailando en la discoteca de “El Niño”. Me enccantaría que esta aventura que comenzó hace siete días no cese, dejando atás la nostalgia. Sin embargo, en apenas 3 horas, estaré de nuevo en tierras españolas.
Estos días he dormido una media de dos-tres horas en toda la noche. Mis compañeros apuran cada minuto de espera y viajes de un lugar a otro para poder pegar una pequeña cabezada que les haga reponer energía. Yo no puedo. Mis ojeras están bien pronunciadas. El tono de mi piel alcanza un blanco-amarillo tan pálido que asusta. Los desajustes rutinarios están acentuados en mí y las durezas de pies y manos empiezan a ser una realidad. Se podría deicir que sí, que mi imagen es deprobable. Sin embargo, estoy más despierta que nunca. Morfeo no ha llegado a mí y solo puedo escribir, mientras puedo ver tras la ventanilla a mi izquierda, el bello paisaje que por desgracia, estoy dejando atrás.
Ayer me preguntaba que por qué no quería volver a casa. Todos piensan que no echo de menos a mi familia. Eso no es cierto. Pero a ellos los veo 365 días al año y a la inmensa cantidad de gente increible que he conocido en tan poco tiempo y en concreto a él, no los veré, dejémoslo en un período de tiempo. Eso hace que un sentimiento me reconcoma y pensar por qué las buenas situaciones duran tan poco. Por qué la felicidad es tan efímera y se alejan cuanto más cerca está, cuando quieres el tiempo se congela, que ese momento dure para siempre, que el fin no aparezca por sorpresa en la puerta.

Esta mañana me dijeron que el cielo es internacional. Así pues, si te extraño, me conformaré con mirar al cielo y recordarme paseando junto a tí en el castillo de Bran.

Bucarest

A estas horas, la 1h55 del mismo día que salimos de Brasov, ya en el acogedor albergue juvenil, un boli y papel prestados, mi música, móvil en mano por si pudiera sonar hacían que mis ideas viajaran alejadas completamente del mundo real y de sus preocupaciones actuales. Las mías se resumían brevemente en tí.
Demasiadas emociones, imposibles de plasmar en este papel con número de letras finitas, pero que permanecerán siempre entre mis más preciados recuerdos. Tardaré en sacarte de mi interior, lo sé. Tampoco intentaré hacerlo. No quiero alejarte de mí. No quiero que desaparezca todo aquello que vivimos y sentimos. Esos momentos convertidos en un verdadero sueño, de esos de los que no quieres despertarte y cuando suena el derpertador, maldices a los cuatro vientos el despertar.
Esto es igual, mi sueño ha llegado a su fin. El despertados ha sonado y debo seguir adelante. Pero las ganas por acostarme para volver a tener el mismo sueño siguien estando en mí más presentes que nunca.
Tras una noche bastante agitaba, la cabeza todavía en Brasov y unas horas reducidas de descanso, despertamos – tarde, debido a un problema técnico -. sin embargo, tuvimos que esperar debido al fuerte temporal que se podía ver desde la ventana. Matamos el tiempo, pues entre diálogos y sorpresas con los profesores.
Al salir, el frío se hacía cierto y las narices se congelaron para el resto del día. Paseamos durante todo el día como pudimos, zancadeando entre la gruesa capa de nieve, esquivando como podíamos la ventista que chocaba contra nuestra cara al mismo tiempo que visitábamos los lugares más emblemáticos de la capital, como el Parlamento. Edificio realmente inmenso. La hora de la comida no pudo ser mejor. Un lujoso restaurante, con música en directo y un delicioso menú por apenas 22 lei nos hizo alcanzar el cielo. Regresamos a tierra firme cuando reanudamos nuestro paseo, para que un señor nos contara como funcionaba el centro en el que 34 niños estaban acogidos. El tarde culminó con la visita a éstos en su rincón de juego. Rápidamente nos integramos con ellos, jugando a múltiples actividades todos juntos, en los que olvidamos el frío del exterior. Esos niños cargados de cariño dispuesto a ser ofrecido, nos despidieron mientras nosotros regresamos al albergue. Una vez allí, la noche transcurrió entre comida hecha a manos y fiesta para algunos – relajación para otros. Mientras tú, seguías haciendo mella en mí, acordándote de mí y mostrando interés por nuestro reencuentro.
2h23 del sábado. Tras un día cargado de actividades por Bucarest, yo sigo como un día más aquí. Escribiendo. En apenas cinco horas, cojeremos un autobús, que será nuestro pasaporte para llegar de nuevo a nuestra España.
¿Tengo ganas? Por supuesto que no. si pudiera y tuviera dinero, cogería de inmediato un autobús que me devolviera a esa ciudad sin atenerme a las consecuencias. Vivir el presente, el momento.
Sin embargo, la realidad es bien distinta. Mis compañeros hacen las maletas, duermen, pasan el rato como puden, haciendo de rebeldes, intentando no dormir. Mientras yo, me desahogo con papel y lápiz. No sé qué poder, qué escribir, qué decir. Ni siquiera sé qué contestar a tu último mensaje.
Me cuesta hablar, expresarme y opinar sobre todo esto. Demasiadas emociones. Por eso escribo. Escribo sobre tí. Sobre mí. Sobre todo y nada. Y llego a la conclusión de que no, no te esfumarás de mis pensamientos en dos semanas, ni dejarás de llavarme en tres días. Y si eso ocurre, si el fin llega, yo sabré la verdad y mantendré una esperanza en el interior de mi, que me hará brillar cada mañana.

Brasov

En el camino hacia nuestro vagón – dejando atrás Ploiesti - repartido en compartimentos, nos encontramos con Rasputín en uno de sus momentos de histeria, haciendo que perdiéramos la paciencia. Así como a una abuela graciosa y con mucho desparpajo.
El viaje duró varias horas debido a la situación meteorólogica.
Así pues, tomamos rumbo a aquella nueva ciudad, rodeada por montañas de extensos bosques, una hermosa Tampa. Aquella ciudad con un bello velo blanco y unas luces navideñas, haciendo brotar aún más la época del año en la que nos encontramos.
Llegamos pues, a Brasov.
Brasov. Aquella ciudad, que destacaba por su Iglesia Negra, por la calle de la Cuerda o por un carter indicativo como en Hollywood y sobre todo, por su gente.
Nuestros nuevos anfitriones eran distintos a los anteriores. Era inevitable. Sin embargo, sabían lo que nos gustaba, lo que queríamos y cúando disfrutábamos de algo.
La primera mañana, tras haber pasado por el mal trago del tren – quiero decir, momento chistoso – y las presentaciones, acudimos al instituto. Todo transcurrió entre teatros, comidas y bailes típicos, bigotes postizos y hermanos.

La tarde y la noche, fueron aún – si cabe – mejor: patinaje sobre hielo al aire libre, con estupendas vistas al espeso bosque cubierto de nieve, comidas, cenas, algo de música típica, paseos, fotos y también un poco de fiesta y baile, acompañados de dos-tres horas de descanso. Entre todo esto, nació algo. Imposible de descrifrar ni describir. Algo que no tiene nombre, pero que tampoco es simplemente nada.
Me devolviste a la vida después del stand-by. Hiciste qye volviera a correr hacia el teléfono cuando suena esperando tu llamada. Que volviera a sonreir y a poner esa carilla de pánfila al escuchar tu voz. Conseguiste hacerme brillar con tu voz, con tu guiño de ojos que hacía que me olvidase de dónde estaba. Contigo, mi corazón volvía a desbocarse cada vez que me besabas, cada vez que gritabas mi nombre.
Gracias a tí, pude ver las cosas de otra forma, esa manera de ver las cosas positivas como tú me enseñaste.
Pero como todo, las cosas – y sobre todo las buenas – tienen fecha de caducidad y a todo le llega un fin. Un fin no deseado, irremediablemente doloroso, pero que, sin embargo, una fina línea de continuará quedaba visible. Esa línea delgada pero visible consigue mantenerme a flote y pensar en un futuro próximo donde los caminos nos volverán a juntar.
Así pues, tras una furtiva visita al castillo de Bran, un tren destino Bucarest nos esperaba. El momento de decir adios, es mejor no recordarlo. Siempre he odiado las despedidas, son demasiado sensible para ellas y si además no te quieres ir, la lágrimas están aseguradas.
Rápidamente, maletas en mano, subimos al vagón, diciendo un “hasta el verano” a través del cristal.

Ploiesti


Parece que fue hace mucho cuando el avión aterrizó en estas lejanas tierras - Quizá por la cantidad de emociones que hemos tenido en un tiempo tan reducido -. En aquel lugar tan esperado por todos desde hacía demasiado tiempo. Desde el primer paso en territorio rumano, el frío se incrustaría en nosotros al menos durante la siguiente semana, que transcurriría entre risas, carcajadas para muchos y esperanzas e inquietudes por parte de otros. Además, cada uno de nosotros tenía algo en común: las ganas de conocer. Los primeros días, para mí fueron algo confusos, aunque la sonrisa de la cara y la felicidad nunca desaparecieran. Quizás, el estar tan pronto viajando en avión por primera vez, como durmiendo en la casa de unos extraños influyera demasiado en mi comportamiento.Sé que mis anfitriones han sido muy buenos conmigo, me trataron como a una más de la familia, pese a que la comunicación tenía fuertes interferencias por la diferencia del idioma. Esos dos días en nuestro primer destino, Ploiesti, transcurrieron entre alegría por ver tanta canridad de nieve que no se deshace, quedadas para cenar en plan familia y paseos por la ciudad, entre otras cosas.
La hora de la comida era algo temido. Nos enfrentábamos a platos nunca antes vistos, por lo que nuestras papilas no estaban acostumbrados a esos extraños sabores y olores. Sin embargo, muchos de ellos estaban ricos y otros muchos no. El día que tuvimos que partir hacia un nuevo destino, otra ciudad, otra casa diferente, dejando atrás a la que ya me había habituado, no sentí excesiva tristeza por decir adiós. Quizás, el “transiberiano” con puertas abiertas cubiertas de nieve que nos empujaban a salir y que estuvo a punto de dejar a las tres cuartas partes de la tropa en tierra tuviera algo que ver. No hubo despedidas en condiciones. Nos ahorramos lágrimas. Nos dijimos simplemente un hasta luego, no un adios.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Horas

Después de horas de estudio, horas de exámenes. ¡Malditos exámenes!. De horas de estrés, de agobio, de desesperaciones. De millones y millones de preguntas, dudas, risas, temblores. Después de alguna que otra verificación con el compañero de al lado, de cambios de última hora. Después de tantos sacrificios y dolores de cabeza...

Después de tanto tiempo esperando. Solo quedan horas.
Horas para volar y viajar a la lejana pero ya muy cercana Rumanía:)