domingo, 20 de diciembre de 2009

Bucarest

A estas horas, la 1h55 del mismo día que salimos de Brasov, ya en el acogedor albergue juvenil, un boli y papel prestados, mi música, móvil en mano por si pudiera sonar hacían que mis ideas viajaran alejadas completamente del mundo real y de sus preocupaciones actuales. Las mías se resumían brevemente en tí.
Demasiadas emociones, imposibles de plasmar en este papel con número de letras finitas, pero que permanecerán siempre entre mis más preciados recuerdos. Tardaré en sacarte de mi interior, lo sé. Tampoco intentaré hacerlo. No quiero alejarte de mí. No quiero que desaparezca todo aquello que vivimos y sentimos. Esos momentos convertidos en un verdadero sueño, de esos de los que no quieres despertarte y cuando suena el derpertador, maldices a los cuatro vientos el despertar.
Esto es igual, mi sueño ha llegado a su fin. El despertados ha sonado y debo seguir adelante. Pero las ganas por acostarme para volver a tener el mismo sueño siguien estando en mí más presentes que nunca.
Tras una noche bastante agitaba, la cabeza todavía en Brasov y unas horas reducidas de descanso, despertamos – tarde, debido a un problema técnico -. sin embargo, tuvimos que esperar debido al fuerte temporal que se podía ver desde la ventana. Matamos el tiempo, pues entre diálogos y sorpresas con los profesores.
Al salir, el frío se hacía cierto y las narices se congelaron para el resto del día. Paseamos durante todo el día como pudimos, zancadeando entre la gruesa capa de nieve, esquivando como podíamos la ventista que chocaba contra nuestra cara al mismo tiempo que visitábamos los lugares más emblemáticos de la capital, como el Parlamento. Edificio realmente inmenso. La hora de la comida no pudo ser mejor. Un lujoso restaurante, con música en directo y un delicioso menú por apenas 22 lei nos hizo alcanzar el cielo. Regresamos a tierra firme cuando reanudamos nuestro paseo, para que un señor nos contara como funcionaba el centro en el que 34 niños estaban acogidos. El tarde culminó con la visita a éstos en su rincón de juego. Rápidamente nos integramos con ellos, jugando a múltiples actividades todos juntos, en los que olvidamos el frío del exterior. Esos niños cargados de cariño dispuesto a ser ofrecido, nos despidieron mientras nosotros regresamos al albergue. Una vez allí, la noche transcurrió entre comida hecha a manos y fiesta para algunos – relajación para otros. Mientras tú, seguías haciendo mella en mí, acordándote de mí y mostrando interés por nuestro reencuentro.
2h23 del sábado. Tras un día cargado de actividades por Bucarest, yo sigo como un día más aquí. Escribiendo. En apenas cinco horas, cojeremos un autobús, que será nuestro pasaporte para llegar de nuevo a nuestra España.
¿Tengo ganas? Por supuesto que no. si pudiera y tuviera dinero, cogería de inmediato un autobús que me devolviera a esa ciudad sin atenerme a las consecuencias. Vivir el presente, el momento.
Sin embargo, la realidad es bien distinta. Mis compañeros hacen las maletas, duermen, pasan el rato como puden, haciendo de rebeldes, intentando no dormir. Mientras yo, me desahogo con papel y lápiz. No sé qué poder, qué escribir, qué decir. Ni siquiera sé qué contestar a tu último mensaje.
Me cuesta hablar, expresarme y opinar sobre todo esto. Demasiadas emociones. Por eso escribo. Escribo sobre tí. Sobre mí. Sobre todo y nada. Y llego a la conclusión de que no, no te esfumarás de mis pensamientos en dos semanas, ni dejarás de llavarme en tres días. Y si eso ocurre, si el fin llega, yo sabré la verdad y mantendré una esperanza en el interior de mi, que me hará brillar cada mañana.

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