domingo, 20 de diciembre de 2009

De vuelta

2h23. Domingo. Hace apenas una hora y media, el autobús nos dejaba en la estación. Llegaba el momento de coger maletas y encontrarse con los familiares. Algunos lloros por parte de algunos, risas y alegrías por volver a casa por parte de otros y algunos, todavía seguían teniendo su cabeza en Rumanía.
“Volvamos ahora que todavía estamos a tiempo. Todavía no nos han visto”, dije. Pero no estaba en lo cierto. Llegaba el momento tan ansiado por los padres, quienes llevaban esperando ansiosos toda la semana para conocer todas las anécdotas y recuerdos. En mi caso, las ganas por desaparecer de las tierras cántabras debían quedar paralizadas, pese a que cada vez eran mayores.
Tras un breve trayecto de coche basado en pequeños matices de lo que fue el viaje, llegaba el momento de sentarse en el salón a contar cada detalle con tanta euforia como si todavía siguiésemos allí.
Las apasionantes visitas a las ciudades, los acogedores rumanos, el tren y su anécdota, la belleza de Brasov y El Organizador.
Éste fue descrito entre elogios y buenas palabras a toda la familia. Su buena persona, su carácter y su capacidad de guiar a todos nosotros hizo que los minutos corriesen y el tema siguiese constante. Cuando parecía que ya empezaba a aburrir, me limité a completar mi argumentación con aquella expresión que sería la quinta vez que repetía: “Brasov en espectacular, sobre todo la gente. Realmente no quería volver, estuve a punto de quedarme”.
Tras varias historias, el sueño empieza a aflorar después de siete días durmiendo apenas tres-cuatro horas, las ganas de caer en la cama son infinitas. Así pues, tras escuchar la terrible semana de frío invernal por la que han pasado los cántabros con sus refrigerados 2º C, mi nariz todavía recordaba el paseo a las cuatro de la mañana a una temperatura de -14º C y llegaba la hora de dormir sin hora para levantarse. Toca día de descanso, de relexión, de recapacitación y de revivir todos esos recuerdos que siguen a flor de piel con nosotros.

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