domingo, 20 de diciembre de 2009

Ploiesti


Parece que fue hace mucho cuando el avión aterrizó en estas lejanas tierras - Quizá por la cantidad de emociones que hemos tenido en un tiempo tan reducido -. En aquel lugar tan esperado por todos desde hacía demasiado tiempo. Desde el primer paso en territorio rumano, el frío se incrustaría en nosotros al menos durante la siguiente semana, que transcurriría entre risas, carcajadas para muchos y esperanzas e inquietudes por parte de otros. Además, cada uno de nosotros tenía algo en común: las ganas de conocer. Los primeros días, para mí fueron algo confusos, aunque la sonrisa de la cara y la felicidad nunca desaparecieran. Quizás, el estar tan pronto viajando en avión por primera vez, como durmiendo en la casa de unos extraños influyera demasiado en mi comportamiento.Sé que mis anfitriones han sido muy buenos conmigo, me trataron como a una más de la familia, pese a que la comunicación tenía fuertes interferencias por la diferencia del idioma. Esos dos días en nuestro primer destino, Ploiesti, transcurrieron entre alegría por ver tanta canridad de nieve que no se deshace, quedadas para cenar en plan familia y paseos por la ciudad, entre otras cosas.
La hora de la comida era algo temido. Nos enfrentábamos a platos nunca antes vistos, por lo que nuestras papilas no estaban acostumbrados a esos extraños sabores y olores. Sin embargo, muchos de ellos estaban ricos y otros muchos no. El día que tuvimos que partir hacia un nuevo destino, otra ciudad, otra casa diferente, dejando atrás a la que ya me había habituado, no sentí excesiva tristeza por decir adiós. Quizás, el “transiberiano” con puertas abiertas cubiertas de nieve que nos empujaban a salir y que estuvo a punto de dejar a las tres cuartas partes de la tropa en tierra tuviera algo que ver. No hubo despedidas en condiciones. Nos ahorramos lágrimas. Nos dijimos simplemente un hasta luego, no un adios.

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Una pequeña sonrisa a cambio