viernes, 16 de octubre de 2009

Esperanzas

Bajo la brisa otoñal, las hojas marronáceas a punto de caer y el sonido de las primeras golondrinas, estaba ella. Sentada en un viejo banco de madera, rodeada de pequeñas flores silvestres. Quería evadirse del resto del mundo. Sumergirse en sus propios sentimientos. Aunque aquello le produjera un fuerte dolor en el estómago. Un nudo en la garganta.
Cerró los ojos. Oía a los coches de fondo, unas señoras paseando y charlando de sus cosas entre risas. Un niño jugueteando con su triciclo y a un perro revoloteando con un pájaro, a sabiendas de que tenía la batalla perdida.
Todos ellos parecían tan felices, como si todo lo que quisiesen estuviera a su alcance. Como si todo lo que les preocupase fuera tan insignificante...
Ella apretó los puños con fuerza, mientras sus pensamientos se perdían. A lo lejos de todo lo que podía ver en su interioir estaba él. Con esa sonrisa tan inocente y sus ojos marrón chocolate. Le veía feliz, ajeno a todo.
Quería sentirle, tocarle. Acariciar cada centímetro de su cuerpo. Notar como se ruborizaba, como se ponía nervioso al hablarle.
Conocía a la perfección cada gesto, cada mirada. Cada sonrisa.
Reconocía su olor, su forma de hablar y sus andares entre mil. Ella suspiró. Nadie comprendía su obsesión hacia él. No era más que otro, normal y corriente, que iba de sobradito y miraba por encima del hombro. Sin embargo, ella no lo veía así. Cuando estaba junto a él, quería que se parase el mundo, que desapareciesen todos. Que no importara nada. Su corazón iba más deprisa. Sentía un cosquilleo en el estómago y no podía dejar de sonreir. Por muy mal día que tuviera. Por muy mal que se encontrase, por muy mal que fueran las cosas. Sin embargo, él suspiraba por otra, lloraba por otra. Viviía por otra. Quizás por eso, ella nunca se había atrevido a dar un paso más. No tenía la fuerza ni la valentía para decirle lo que sentía. Para contarle que para ella, él era todo. Era aquello por lo que lloraba, pero también sonreía.
Quería a cada momento, correr hacia donde él se encontraba, besarle y que todo el mundo no importara. Daría lo que fuese por sentir sus labios contra los de aquel por el que suspiraba. Deseaba que pudieran comerse a besos en cualquier lugar. Que él sintiera, al menos, un poco de lo que ella sentía. Imaginaba como sería el día en el que él dijese: 'yo también' y que nada los separase. Moría por estar siempre, día a día a su vera. Pasear de la mano por las calles. Acariciarle el rostro. Sentirle. Poder despertar cada maána a su lado. Saber que nunca iba a desaparecer...
Ella abrió de nuevo los ojos. 'Ya es hora de volver a casa' se dijo. Un viento frío le recorrió la espalda mientras se levantaba, haciéndole sentir que todo aquello que quería, deseaba y necesitaba, nunca pasaría de un sueño.

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Una pequeña sonrisa a cambio