viernes, 30 de octubre de 2009

Sola

Esa noche soñé algo distinto. Algo que nunca antes había soñado. Incluso me costó creer que era un sueño. Parecía tan real...
Como si de verdad estuviera allí.
Era de noche. La tormenta que había durado prácticamente toda la tarde, cesó. Solo quedaban enormes charcos de agua, algunas hojas secas en el suelo anunciando la entrada del otoño y una fría brisa de aire.
Salí de casa. No sabía dónde iba a ir. Pero no quería quedarme en mi habitación. Me abroché los botones del abrigo al ver la corriente de aire frío que me despeinó el pelo.
Era una hora poco apropiada para salir de casa. Sin embargo, las calles estaban abarrotadas. Un grupo de niños jugaban al escondite, unos ancianos paseaban a paso ligero mientras se contaban lo que habían hecho ese día, una familia entraba en un restaurante, una pareja caminaba acaramelada por el asfalto mojado...
Era una estampa propia de una tarde primaveral.
Yo me acerqué poco a poco a ellos. Quería integrarme. Sentir su felicidad, su alegría. Pasar el rato.
De repente, todos, poco a poco, desaparecieron. Cada uno de los presentes se fue a su casa dejando la calle desierte y a mi completamente sola.
En ese momento me abrumé. Unas pequeñas lágrimas hicieron amago de saltar de mis ojos.
Andé en busca de alguien. De cualquier rastro de vida. No lo encontré. Me asusté aún más y comencé a correr. Corría como si alguien me persiguiera, aunque no tuviera esa suerte. Me asomaba por las ventanas para intentar ver algo de vida, una simple luz que anunciara que alguien habitaba allí.
Seguí corriendo, pero nadie se cruzaba en mi camino. Nadie se asomaba para ver quien corría en mitad de la calle en plena madrugada. Era como si nadie existiera...
Empecé a llorar cada vez más fuerte y tuve que parar para evitar desmayarme. Mi respiración se entrecortaba, me faltaba el aire.
Caí sobre el suelo y me senté sobre mis rodillas. Me quedé unos segundos mirando alrededor, pero seguiía sin aparecer nadie. Estaba sola. Completamente sola.
Mis lágrimas caían de mis ojos, se deslizaban por mis mejillas hasta desbanecerse al llegar al final de la barbilla.
Mis manos se cerraron hasta formar un puño... Pero solo conseguí hacerme daño y sangrar por los nudillos. Decidí acabar con esto. Me levanté a duras penas, intentando mantener el equilibrio y comencé a andar a paso lento. Pero mi paso me ponía histérica, por lo que aumenté la velocidad hasta encontrarme de nuevo corriendo. Tras varios minutos, llegué al Puente Mayor. Suspiré. Estaba segura de lo que iba a hacer.
Avancé silenciosamente hacia el centro del puente. Me subí a la barandilla torpemente. Nunca se me habían dado bien los ejercicios físicos. Intenté mantener el equilibrio, para no resbalarme antes de tiempo. Conté hasta tres y salté sin pensármelo dos veces.
En ese momento desperté. Mi frente estaba completamente llega de sudor. Respiraba frenéticamente. El corazón me iba a mil. Intenté relajarme, por miedo a sufrir una taquicardia.
Retiré las sábanas de mi cuerpo, mientras me decía una y otra vez: “Solo un sueño. Solo ha sido un mal sueño...”

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