viernes, 1 de octubre de 2010

Estampida

Cerrar los ojos e imaginarte. Un pequeño placer que me hace enloquecer. Abrirlos de nuevo y encontrarte frente a mí. Un gran motivo para perderme entre mis pensamientos y ni siquiera molestarme en buscar la salida.
Consigues que alcance el cielo cada vez que te toco, que pierda la cabeza cada vez que siento tu respiración y que mi sentido común desaparezca cuando decido ingenuamente sostener tu mirada con la mía.
Hago promesas sin sentido con mi coherencia para mantenerme firme al escuchar tu voz, tus quejas, tus suspiros. Intentar controlar la situación resulta tan difícil como estúpido.
Y es que hasta el más insignificante detalle cobra vida propia para alimentar aún más mis ilusiones, este estraño trance del que no quiero salir. No estaría bien acabar con el cuento cuando todavía no ha hecho más que empezar. Queda mucho que contar, demasiado que escribir y aún más por vivir. Porque todas las emociones no se pueden plasmar con un boli y papel.
Ni siquiera, a veces, hay palabras suficientes que se acerquen ligeramente a lo que en realidad se siente, se desea decir, se quiere expresar.
Las emociones, risas, besos y abrazos se agrupan en un extraño cúmulo de circunstancias que forman una mezcla explosiva capaz de hacer olvidar hasta el detalle más importante de la vida terrenal.
Hace demasiado tiempo que levanté los pies del suelo, que vivo alejada del resto de los mortales y sin embargo, ya no siento vértigo, porque sé que pase lo que pase, hay una mano que estará dispuesta a sostenerme, una sonrisa que conseguirá que me olvide de todo lo demás y unos labios que me harán delirar al contacto con los míos.

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Una pequeña sonrisa a cambio