lunes, 4 de enero de 2010

A fuego lento

Ella como otro día, volvía a casa tras una dura jornada laboral. Odiaba su curro, pero aún más, a su jefe. Prepotente, egocéntrico y pretencioso. ¿Se podía pedir algo más?. Todos los días, desde las ocho, esperaba con ansias que el reloj marcase las ocho de la tarde para largase de ese antro de despacho que tenía y no volver hasta el día siguiente, esperando que fuese un poco mejor que el anterior.
Sin embargo, aquel día fue distinto. La gota que colmó el vaso. Tras tres interminables años de duros sacrificios y sufrimiento, el ogro que tenía como jefe le dijo que no volviese más, prescindía de sus servicios, mientras le tiraba a la cara una vieja caja de cartón que contenía sus pertenencias que había ido almacenando durante esos años. Con las lágrimas en los ojos, salió del cuarto de tres metros cuadrados, que había sido hasta entonces su despacho de secretaria patosa.

Mientras subía los escalones del portal, pensaba en su situación. Sola y en paro. ¿Qué iba a hacer ahora?. Y justo en ese momento, cuando sus padres estaban en trámites de separación, se había peleado con su mejor amiga y su novio se había ido con otra.

Al llegar al cuarto piso, abrió la vieja puerta con una pequeña llave de color metalizado, al tiempo que se sacudía los zapatos de charol negro en el felpudo. Se los quitó en la entrada y tiró las llaves a la mesita que había al lado de la puerta. Una vez en la cocina, leyó las cartas del día, mientras dejaba la caja de cartón sobre la mesa: notas del banco, publicidad y el tercer aviso de la casera para pagar el alquiler.
Preparó algo de café a fuego lento, como a ella le gustaba al tiempo que se quitaba la ropa para enfundarse en el calentito pijama de algodón verde que le había regalado su madre por su cumpleaños. Aspiró el aire. Todavía olía a él. Corrió la cortina para evitar la creciente oscuridad que se podía ver a través del cristal. No quería ver otro estúpido programa en la tele, ni comer algo de comida rápida, ni siquiera relajarse leyendo algo de Jesús Torbado, su autor favorito. Solo deseaba que todo lo que le sucedía fuese un mal sueño y que despertase como otro día habitual a las siete bajo el irritante sonido del despertador, fuera su salvación. Se sentó frente a su escritorio bajo una luz tenue pero confortable. Repasó una vez más su deprimente situación. Apoyó los brazos en la mesa y metió la cabeza entre ellos mientras una ligera lágrima se escapaba de sus ojos. Comenzó a llorar mientras gritaba alguna que otra palabra mal sonante para aislar así, su creciente rabia. Tras varias horas, cuando su llanto era simplemente un sollozo entrecortado, se quedó dormida por el cansancio.

Al día siguiente, despertó gracias a un rayo de sol que penetraba entre la persiana e inundaba la habitación de luz. Le dolía mucho la espalda y el cuello. Haber pasado toda la noche en esa incómoda postura no había sido demasiado bueno.

Se estiró, abrió la ventana y un frío viento matinal se incrustó en ella. Miró al e
xterior. El Sol comenzaba a ascender con miedo entre los tejados de las casa, solo unas pequeñas nubes aparecían aisladas en el inmenso cielo y unos pajarillos revoloteaban dejando a su paso un cántico agudo pero tranquilizados. La chica sintió que, a pesar de todo, hacía un buen día y todo debía comenzar de nuevo. Sonreir.
"Además, odiaba ese trabajo de mierda”. Se dijo mientras una ligera chispa nacía de sus ojos.

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Una pequeña sonrisa a cambio