domingo, 6 de septiembre de 2009

azar, casualidad?

Ella, como cualquier día normal, salía de casa, a la misma hora de siempre para acudir a su clase de clarinete. La verdad, no le gustaba mucho. Ella era más de numeritos, fórmulas y laboratorios, pero su madre se empeñaba en que hiciera algo artístico, y como las actividades físicas no eran lo suyo, tuvo que escoger música. Seis años llevaba en la escuela. Seis interminables años.
Salió de casa guardando las llaves en su bolso de D&G de 300euros, mientras se abrochaba los botones de su abrigo de la nueva temporada, la envidia de cualquier chica adolescente. No para ella. En el exterior hacia frío. Atravesó el inmenso jardín de flores y fuentes y al salir cerró la verja de madera antigua. Encendió su iPod Touch y comenzó a andar calle abajo. Iba con tiempo de sobra para coger el tren, por lo que caminaba lento...

Él salió de casa dando un portazo mientras oía de fondo a su padre gritar y a su madre, posiblemente, acurrucada de nuevo en la esquina del baño. Con su blog de dibujo en una mano y la chaqueta vaquera en la otra, bajó los cuatro pisos hasta llegar al portal del edificio. Abrió la puerta mientras un suspiro de desesperación de escapaba de su boca. ¿A dónde voy ahora? Se dijo. Ni siquiera él lo sabía. Caminaba sin rumbo, con la mirada perdida mientras se preguntaba en qué momento su vida había cambiado tanto.
La estación de tren apareció frente a sus ojos. Un buen lugar para ir a ninguna parte. Para desaparecer. Esperó a que llegase un tren caminando con la mirada fija en el suelo a través del andén y se montó. Recorrió los pasillos del vagón buscando un asiento libre junto a la ventanilla. Se sentó y colocó sus ojos en la butaca que estaba a su lado. El tren se puso de nuevo en marcha.
Próxima parada...
-Perdona, ¿estos dibujos son tuyos?
Una chica inmensamente preciosa, bien vestida, con una sonrisa sincera, pero no feliz que portaba un instrumento musical, hizo la pregunta.
-Sí, es mío - contestó él, torpemente.
-Dibujas muy bien
-Gracias - respondió mientras notaba como se ruborizaba.

Ese fue el comienzo de una historia que nunca acabó.

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Una pequeña sonrisa a cambio