miércoles, 16 de septiembre de 2009

cautivada

Era un día de final de verano. El cielo estaba cubierto por unas nubes negras que anunciaban lluvia claramente. Quizás salir de casa con vestimentas 100% veraniegas no fue lo más adecuado, pensó ella al salir de casa y notar ese viento fresco que levantaba las primeras hojas de la temporada otoñal.
Pero ya era demasiado tarde. ¡Qué importaba el frío!
Con sus llaves en la mano, ese aire tan juvenil y esa manera tan graciosa de andar, avanzaba por la calzada. Despreocupada y feliz. Un poco más tarde que cualquier día normal cuando salía de casa a comprar el pan y a coger o devolver un libro de la biblioteca. Sin embargo ese día no iba rumbo a la panadería, ni tenía una cita con ninguna bibliotecaria cincuentona con pelo rizoso a la par que grisáceo, con sus gafas de pasta sobre sus orejotas color carne. No. Ese día caminaba sin rumbo fijo. Más o menos. Sus pies avanzaban por la acera. Todo recto. Cruzando la calle y atravesando el puente. Llegó allí donde todos esperaban impacientes. ¿Qué pasa hoy aquí? ¿Qué regalan? Siguiendo ese camino, se acababa el pueblo. Sin embargo, se manifestó el efecto contrario. El fin del pueblo, ese pequeño descampado rodeado por unos cuantos árboles estaba hasta los topes.
Ella se sintió abrumada. Había demasiada gente y no le gustaba nada. Ella era tímida y vergonzosa. Poco apropiada para aquello. Intentó echar a andar para alejarse de toda esa muchedumbre. Pero parecía que cuando más se alejaba, o acercaba, ya que no podía diferenciarlo, aparecía gente nueva. Más y más vidas.
Empezaba a perder la paciencia. Buscaba con la mirada un lugar por donde escapar. Un hueco entre todo ese personal para que ella continuara con lo que estaba haciendo, que se resumía nada.
De repente, allí a lo lejos, lo vio. Entre toda esa gente que vivía su propia vida a su manera, estaba él. Mirada despreocupara, que no estaba fija en ningún sitio. Esos ojazos marrones, con ese brillo tan especial, tan único.
Su media sonrisa, sincera pero enigmática. Con cierto aire picaresco que daba un cierto toque sofisticado a su maravillosa boca rojácea. Tenía un bronceado, un color de piel que encajaba a la perfección en ese maravilloso rostro. Su cuerpo... tan espectacular como ninguno. Era guapo. Muy guapo. Más guapo que cualquiera. El más hermoso que nunca hubiera visto.
Esta junto a su amigo. Intentaba esconderse detrás de él. Su timidez lo arrastraba, aunque se mostraba sereno, como si aquello no fuese con él.
No le conocía en persona. Nunca habían entablado una conversación. Ni siquiera se habían dirigido un simple 'hola'. Sin embargo, conocía a la perfección su nombre, y qué era lo que hacía allí, entre tanta gente despreocupada.
Ella no podía desviar la mirada. Sentía los codazos y empujones de la gente que aparecía por detrás, pero ella ni se inmutaba. Estaba embobada. Su corazón iba a una velocidad no permitida. Sus manos le sudaban, incluso apostaría que se había ruborizado. Ella nunca había creido en flechazos, en los amores a primera vista. Los consideraba una invención cinematrográfica para ganar taquilla fácilmente. Sin embargo, esta situación era diferente. Aquí no había una chica guapísima, que cautivaba ferozmente al chico con su sonrisa y su mirada. Que tampoco se encontraban en un lugar romántico y que el chico le susurraba al oido lo mucho la quería. Ni siquiera, ella le correspondía con un simple 'yo también'. Porque aquello era la vida real y sabía que para él, ella era invisible.

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Una pequeña sonrisa a cambio