miércoles, 30 de diciembre de 2009

Un día en el mundo


El suave viento frío despeinó su melena al salir del vehículo. Miró hacia ambos lados, simplemente para cercionarse de que todo iba bien, de que todo seguía como siempre. Que nada había cambiado.
Los viejos árboles estaban desnudos, ni una sola muestra de vida se iluminaba en ellos.Eran como simples troncos de madera encallados en la tierra. Las luces navideñas decoraban tristemente la plaza. No eran abundantes, puede que el presupuesto no diese para más. Pero así estaba bien.
Un perro revoloteaba con una hoja seca, que habría sido arrastrada por el fuerte viento de los días anteriores.

Un coche se acercaba no muy deprisa. El hombre que conducía, rondaba los sesenta. Sonreía. Difundía energía, vitalidad. Pasó cerca de donde ella se encontraba, saludando ligeramente con una mano libre que había retirado del volante mientras se alejaba poco a poco, desapareciendo por la esquina de la calle. El perro ladraba, dejando sola a la hoja seca, al ver al hombre. Posiblemente lo conocía, pero repudiaba el ruido del vehículo.
Ella sonrió levemente. Miró de nuevo a su alrededor. No había nadie más. Y así es como a ella le gustaba.
Se alejó del vehículo poco a poco, abriendo la puerta de la que siempre fue su casa. La casa de al lado de la tienda donde se compran las fresas de golosina más especiales del mundo. Enfrente, la única plaza del 'pueblo nuevo', del lugar de encuentro de las señoras al ponerse el Sol para contarse las novedades del día. La casa a la que le atribuye buenos momentos de su niñez. Casa que guarda rincones y recovecos de sorpresas y recuerdos.

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Una pequeña sonrisa a cambio