viernes, 8 de enero de 2010

Ciento-veinte pulsaciones por minuto

La lluvia golpea fuertemente contra la ventana, como si la rabia y la furia se apoderasen de ella y quisiera vengarse, desahogarse. Las gotas de agua resbalan por el cristal hasta morir en el alféizar de la ventana, dejando un rastro, un camino mojado de lo que fue su vida.
Las nubes negras se acentúan aún más en el cielo, haciendo notar su bravura extrema, como si fuesen las dueñas del aire.
A lo lejos, más allá de mi ventana, montañas cubiertas de una fría capa de nieve, dejando ver, para quien no lo supiera ya, que estamos en el crudo y bello invierno.
Mientras, yo, sentada en el sofá, al calor de una pequeña manta roja y un café sobre la mesa, escribo esto. Una película de esas de “Cine en Familia” suena en televisión. No acertaría a decir su argumento. Ni siquiera el título. Tampoco importa demasiado.
Cierro los ojos, aún sabiendo que las posibilidades para quedarme dormida superan la media. Pienso en todo, o en nada. En esto y en aquello. En las vacaciones, con un final muy próximo. Pienso en lo que haré más tarde, en lo que hice por la mañana...
Las ideas vagabundean por una calle desierta, sin encontrar un emplazamiento fijo, sin saber a qué atenerse.
De repente, me acuerdo del sueño de la noche pasada. Algo difuminado y borroso, con ciertos toques de subrrealismo y estilo.
Llegan a mi cabeza imágenes sueltas, de esas que si se agrupan todas juntas, sin excepciones, forman una barbaridad.

En el sueño aparecía yo, mirando a alguien. Alguien a quien conocía de sobra. Él también me vio a mí y se acercó con la naturalidad que le caracterizaba. Me preguntó algo, que no supe contestar. Añadió que el domingo debería pasar una prueba, al tiempo que rozaba sus labios con los mios. Desapareció. En los sueños es fácil aparecer y desaparecer, pues un leve parpadeo y ya no hay nadie a tu alrededor.
Esa escena, hizo que mi corazón ficticio o real de la ensoñación se volviese loco, aumentando sus pulsaciones, a un ritmo mayor del permitido.
Pensé que ahí me despertaría, como siempre en el mejor momento, pero no fue así. Otras escenas aparecieron, de esas no me acuerdo. Cogieron la etiqueta de poco importantes. Hasta que él volvió a aparecer. Esta vez no se acercó, permaneció en la distancia, sonriendo.
Yo lo veía, y dudaba que él me viera a mí. Y otra vez, mi corazón volvió a acelerarse, perder el control, como si acabara de correr tres, cuatro, cinco kilómetros.
Pero en ese momento me desperté...

Sigo sentada en el sofá, a punto de quedarme dormida, abandonar papel y lápiz. Desvío la mirada lentamente hacia la ventana, dejando caer un leve suspiro. Puedo ver como grandes copos de nieve caen, derritiéndose al contacto con el encharcado pavimento. Un amago se sonrisa se forma en mi rostro. Es cierto, que de vez en cuando, también nieva en Llosacampo.

2 comentarios:

  1. Qué haríamos los mortales sin la capacidad de soñar? Parece que en Llosacampo esa capacidad se acentua con las bajas temperaturas y los pobres copos de nieve. Quizá sea que tenemos el pasado demasiado presente..
    Quien sabe.

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  2. Sueña, es precioso (y gratis).
    ¡Un beso!

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Una pequeña sonrisa a cambio